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Vítores al ferroviario y gritos contra Juppé

Enric González

Ni fornidos, ni tiznados, ni curtidos por la intemperie como antaño, pero aún ferroviarios. Y el público, la gente que se agolpa en las aceras para ver la manifestación y a la que la policía no incluye en sus cuentas, aplaude y vitorea. Ellos llevan 19 días sin sueldo y los franceses llevan 19 días sin trenes, pero se aplauden unos a otros. Vítores al ferroviario, héroe de una revuelta visceral e impredecible. Y gritos contra Alain Juppé, sobre cuya frágil calva cae una rabia multitudinaría, acumulada durante años de gobiernos tecnocráticos. Ha habido peores primeros ministros que Juppé, y peores planes de reforma que el suyo, pero Juppé y el plan pagan por sus defectos y por los ajenos.Son las 11.30 de la mañana y el gentío se agolpa en la plaza de La República y sus alrededores. El eje revolucionario de París -de República a Nación, pasando por Bastilla- está repleto. Cuatro horas después de que la cabecera de la manifestación haya empezado a andar, la cola aún seguirá esperando su turno. Los bulevares están repletos y envueltos en el humo de las bengalas ferroviarias, símbolo de Diciembre del 95.

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Bengalas coloradas, silbatos, petardos, gritos contra Juppé y contra el plan, pancartas y globos, complicidad con el vecino de marcha y con el espectador: "Somos ya los dos millones?", "¿Se va ya Juppé?". "¡Más de 100.000 en Marsella!", anuncia con júbilo alguien que oye la radio. Reina un insólito buen humor en el frío diciembre del descontento y, quizá por el humo espeso y los colores fugaces, la columna de la Bastilla evoca más intensamente que otros días antiguas revoluciones.

Todas las profesiones

Tras los ferroviarios, muchos maestros. Y personal sanitario. Y funcionarios, y conductores de autobús, y universitarios, y colegiales. Un grupo antinuclear ahí, otro ecologista más allá, una avanzadilla trotskista de Lucha Obrera, bastantes parejas con niños.

Un caballero solitario lleva una pancarta en la que pide tregua navideña. Este es un extraño mes de Navidad, en el que los abetos estorban y las iluminaciones se mantienen apagadas por no molestar. Una Navidad con los grandes almacenes vacíos y los villancicos callados.

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Los comerciantes están contra la huelga, algunos bordean la quiebra y lo proclaman con carteles pegados al escaparate. "Tú haces huelga, yo me pudro", dicen los papeles. Los tenderos están hartos, como casi todo el mundo. Francia dice que está harta, aunque las razones de unos y otros sean distintas y a veces contradictorias.

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