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González despeja el camino a la cumbre

Tras la gira por Europa, sólo la muerte de Papandreu podría perturbar el final de la presidencia española de la UE

ENVIADO ESPECIAL "Sólo la muerte de Andreas Papandreu puede ahora estropearle la cumbre". La frase, pronunciada por un diplomático del séquito de Felipe González, ilustra hasta qué punto el presidente del Gobierno español se ha volcado, en preparar el Consejo Europeo del próximo fin de semana, el último que presidirá, para que sea todo un éxito. Sólo un elemento externo, como el fallecimiento del primer ministro griego y su funeral con asistencia de los líderes europeos, podría deslucir la cumbre de Madrid.

González concluyó el viernes en Estocolmo su gira por trece capitales de la Unión Europea (UE), todas excepto Atenas, porque Papandreu no estaba en condiciciones de recibirle. Con su peregrinación ha reanudado una tradición interrumpida hace año y medio. El primer ministro griego no pudo viajar tanto durante su presidencia por razones de salud y el canciller alemán, Helmut Kohl, y el presidente francés, Jacques Chirac, tampoco lo hicieron después por motivos electorales. Por eso el presidente español hizo todo lo posible para evitar que las legislativas se celebrasen este año.

Entre sus homólogos extranjeros, González conserva casi intacto su prestigio, y su periplo europeo ha contribuido a acrecentarlo. Franz Vranitzky, el canciller socialdemócrata austriaco, resumió una opinión generalizada al agradecer a su huésped español, el 30 de noviembre en Viena; su "extraordinaria dedicación" a la causa europea. "Muy pocos", recordó, "han hecho últimamente la gira".

En Europa, sólo el alemán Helmut Kohl o el belga Jean Luc Dehaene consagran tanto tiempo como González a la integración comunitaria, pero también gobiernan sociedades mucho más sensibilizadas que la española por los problemas de fondo de la UE y sus repercusiones nacionales.

Con su gira, que empezó tres semanas antes de la cumbre, el jefe del Gobierno español corría, según sus propias palabras, el riesgo de que los socios menos satisfechos con sus propuestas pudiesen preparar con antelación su reacción, pero también les daba tiempo a madurar las ideas que les ha sometido.

A juzgar por las conclusiones que ha sacado de su periplo el propio González; merecía la pena el esfuerzo viajero. Emerge, aseguraba el jueves en Lyngby, cerca de Copenhague, "una posición razonablemente convergente" que facilitará que "el Consejo adopte las decisiones que tiene pendientes". Para curarse en salud matiza, no obstante, que la cita "será complicada".

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En política de empleo o subsidariedad el debate no debería de ser agrio en el Palacio Municipal de Madrid. El tono puede subir cuando los Quince aborden el informe que un grupo de representantes de los ministros de Exteriores, presidido por el español Carlos Westendorp, ha elaborado para preparar la Conferencia Intergubernamental que, a partir del 29 de marzo, reformará el Tratado de Maastricht para que la UE pueda acoger a nuevos miembros.

Socios disgustados

John Major, el primer ministro británico, dará probablemente la nota expresando de antemano su rechazo al aumento de la toma de decisiones por mayoría cuafificada, al incremento de los poderes del Parlamento Europeo, al tiempo que algunos socios pequeños también se mostrarán disgustados ante la posibilidad de perder su comisario o votos en el Consejo de Ministros.

Pero la cumbre de Madrid no pasará a la historia de la construcción europea por la discusión sobre el empleo ni, mal que le pese a González, por la firma solemne de un tratado con Mercosur (que agrupa a Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay), sino por el acuerdo que alcance sobre las modalidades de introducción de la moneda única.

Será harto difícil, según reconoce el propio González, que España disfrute de esa moneda en el año 1999, porque no cumplirá los requisitos fijados en Maastricht. Aún así, él hará lo posible para cerrar en Madrid la transición hacia la moneda única sobre la que, ha revelado, "se perfila un cierto avance, para bautizarla como euro, aunque ha recibido cientos de cartas de toda Europa pidiéndole que se la llame real.

Persiste, sin embargo, un doble escollo. Primero sobre el estatuto legal de la moneda entre 1999, año de su introducción, y 2002, fecha de su generalización. Alemania desea que durante ese periodo de tiempo las divisas nacionales sigan sirviendo de referencia, a lo que se opone Francia. Bonn pretende además que los países que accedan a la moneda común sean elegidos en la primavera de 1998, mientras que París preconiza que la designación se efectúe a finales de 1997.

El problema de fondo, que apenas será evocado oficialmente en Madrid, es si Francia cumplirá los criterios para estar en el pelotón de cabeza de la UE. Si el Gobierno de Alain Juppé no logra recortar el déficit, no alcanzará la moneda única y, probablemente, no habrá entonces en Europa unión monetaria.

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