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Marsillach celebra, muy a su pesar, sus bodas de oro con el teatro

El director, actor y escritor se resiste a aceptar que se acerque al final de su carrera

En el otoño de 1947, un joven estudiante de derecho se subió a un escenario de un teatro gerundense para interpretar, en el montaje de vacaciones, el papel de un joven estudiante, tímido, introvertido, enamoradizo y poco hablador, características que respondían bastante a lo que era aquel muchacho en la realidad. De eso hace ahora medio siglo, y aquel estudiante, llamado Adolfo Marsillach, celebra en estos momentos, lo quiera o no, sus bodas de oro con el teatro.

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Sigue siendo tímido; continúa estudiando -nunca dejó de intentar aprender cosas nuevas-; aún se intuye en él una gran introversión; continúa siendo enamoradizo, aunque sin esperar grandes resultados; lo de poco hablador pasó a la historia -casi se le puede calificar de busto parlante y nacional-, y en el camino se ha dejado más de una cosa. Las más obvias: el pelo y el deseo de llegar a ser alguien. Una fue un inevitable proceso de caída; la otra, un irresistible proceso de subida. Lo de su incredulidad hacia el ser humano, a pesar de ser hombre de izquierdas, es sólo una lúcida actitud volteriana. Hoy Marsillach no parece dejar indiferente a nadie, desde los escenarios, las televisiones, los libros, los periódicos, la radio o las pantallas de cine. Suscita fobias y filias. Unas y otras, intensas y fieles con el paso del tiempo.Ahora, desde allí arriba, con su poder de seducción aún intacto, habla de este acontecimiento de su vida: "No soy nada propicio a celebrar bodas, ni siquiera a realizarlas, pero 50 años de profesión es mucho tramo recorrido y uno siente la tentación de hacer un poco balance, pero es una tentación que procuro evitar porque eso me lleva inmediatamente a la consecuencia de que estoy en el final... Claro, que a lo mejor estoy en el final". Se confiesa consciente de que está en el último tramo profesional de su vida: "A veces me sorprendo a mi mismo diciéndome:'¡Cómo es posible que haya podido sobrevivir profesionalmente a tantas cosas'!". Esta afirmación no es, ni mucho menos, un ataque de modestia, ya que él ha puesto alguna habilidad de su parte: "La habilidad de saber sortear las cosas, de sorprender por algún camino que no se me esperaba que yo apareciese".

Decisiones

Cuando tomó la decisión de ser actor, primer oficio que ejerció en el teatro, abandonó la posibilidad de ejercer la abogacía, carrera que ya había terminado. Con el tiempo también se convirtió en director y escritor, faceta esta última en la que ha triunfado, primero como dramaturgo -Yo me bajo en la próxima...¿Y usted?, entre otras-, y este otoño, con su primera novela, Se vende ático, por la que ha recibido el Premio Espasa de Humor. Atrás han quedado trabajos memorables como actor y director.

Con su trabajo ha logrado vivir relativamente bien, cosa difícil en su oficio: "Nunca he pretendido convertirme en millonario, entre otras cosas porque acarrea muchos problemas y en los últimos tiempos se ha demostrado que incluso puede ser muy mal negocio".

Dice haber llegado a un acuerdo consigo mismo que le permite llegar a acuerdos con los demás: "Esa es una sabiduría que se adquiere con los años; ahora exijo menos y también puedo llegar a ser un enemigo menos contumaz; en cualquier caso, en mí no se han dado cambios radicales, he perdido mucho en ambición, un pecado que he poseido hasta hace años; sólo he ganado en tolerancia, y ella me ha llevado cada vez más al escepticismo y también a un cierto desapego para que las cosas no me hieran... A veces la distancia produce un desapasionamiento no siempre fecundo". Confiesa que su conocido izquierdismo cada vez está más lejos de Marat y cada vez más cerca de Sade. "Creo menos en la revolución colectiva y más en la individual". Una revolución interiorizada que se plantea a diario: "Yo me destruyo y me bombardeo mucho a mí mismo, aunque sólo sea para ver si aún puedo hacer otra cosa... El peor crítico que yo tengo, aún peor que un amigo mío, soy yo mismo". Si se le pregunta si no está encantado de haberse conocido, contesta rotundo: "No, lo que pasa es que estoy mucho más encantado de haberme conocido a mí que a otras personas..., y eso me salva".

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