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El director de la Scala, limitado por la falta de buenos cantantes para Verdi

Muti vuelve a inaugurar su temporada con ópera alemana

Tras Wagner, le toca a Mozart. Si Parsifal, en 1991, y La walkiria, en 1994, fueron elegidas por la Scala para inaugurar dos recientes temporadas de ópera, el coso milanés pone hoy en escena La flauta mágica, tercer título alemán programado en este lustro para la noche más importante del primer teatro del mundo de ópera italiana. El fenómeno puede encontrar una explicación en reiteradas declaraciones de Riccardo Muti, director musical de la Scala, que lamenta la falta de cantantes capaces de interpretar a Verdi y las grandes óperas de Italia.

El Don Carlos que abrió la temporada 1992-1993 pasó a la historia pequeña de este gran teatro por un gallo de Luciano Pavarotti y concluyó en una considerable bronca extensible también al director de escena, Franco Zeffirelli, que desde entonces no ha vuelto por la Scala. Ha sido la única ópera verdaderamente italiana que ha inaugurado temporada en este lustro, dado que La vestale de 1993, aun siendo obra del napolitano Gaspare Spontini, responde sobre todo a los cánones de la grand opéra francesa.Por supuesto que la Scala ha ofrecido numerosas óperas italianas en estos años, desde L''incoronazione di Poppea, de Claudio Monteverdi, o La donna del lago, de Giacchino Rossini, hasta un Rigoletto según la edición original de Giuseppe Verdi que hizo época. También es frecuente que la noche inaugural, que cada año se celebra el 7 de diciembre, día de San Ambrosio, patrono de Milán, no resulte la más importante desde el punto de vista artístico de la temporada.

Escaparate

La temporada 1994-1995 concluyó, por ejemplo, hace escasas semanas con una versión extraordinaria de El castillo de Barba Azul, de Bela Bártok, y la 1995-1996 culminará, previsiblemente, en junio con la representación de El oro del Rin, que prosigue la nueva producción de la tetralogía wagneriana iniciada triunfalmente el año pasado con La walkiria, en la que intervino Plácido Domingo.

Pero la prima, la velada inaugural, es la noche que la propia Scala valora como su gran escaparate y en la que vuelca el grueso de sus fuerzas. Es la noche más social, como corresponde a un precio en taquilla de casi 150.000 pesetas la butaca, y la que más eco tiene en la crítica musical italiana Y extranjera. Políticos, premios Nobel, y veteranas del canto, entre las que son habituales Renata Tebaldi y Giulietta Simionato, conviven en ella con el público más mundano, modistas, modelos, actores. Este ano se espera a Melanie Griffith y Antonio Banderas.

Parte del rito de la prima son los animalistas, dispuestos a destrozar el primer abrigo de piel que se les ponga a mano, y los trabajadores de Alfa Romeo, que protestan en la puerta por la situación de su empresa. Este año anuncian que representarán en la calle El flautista mágico, en alusión a no se sabe qué responsable de sus problemas.

Pero el protagonista más destacado de estas funciones es el loggione, un gallinero famoso por su capacidad para dar el éxito o el fracaso con maneras estrepitosas. De cara a ese temible público, La flauta mágica representa una opción prudente y conservadora. Es difícil, en efecto, que la amabilidad algo ácida de este singspiel de Wolfgang Amadeus Mozart plantee dificultades serias al gran talento de Muti, novel en este título pero veterano de la producción operística mozartiana, ni a un plantel de cantantes jóvenes, en el que destacan Andrea Rost -brillante Gilda y Violeta de la Scala- y Matthias Hoelle, el bajo que hace un año hizo el Hunding de La walkiria.

Los únicos problemas podrían venir, si acaso, pero no es probable, de la puesta en escena. de Roberto Simone, colaborador de Muti en otras aventuras mozartianas. De la producción, mantenida bajo gran secreto, se sabe que insistirá en la espectacularidad del teatro barroco y que destacará más el cuento infantil que hay en La flauta que su simbología masónica.

Una incógnita resuelta es la amenaza de huelga, retirada por los sindicatos 48 horas antes de la prima. Pero la crisis económica que padece el teatro milanés, como la otra decena de 14 grandes teatros que hay en Italia, sigue planteada.

En un encuentro celebrado anteayer con los administradores de la ópera de Viena y Múnich, al que no acudió, finalmente Joseph Volpe, responsable del Metropolitan de Nueva York, Carlo Pontana, superintendente de la Scala, sostuvo que tanto el sistema plenamente estatal alemán como el estrictamente privado que rige en Estados Unidos y el Reino Unido presentan serios inconvenientes.

El superintendente de la Scala pidió que, al amparo del decreto de privatización de los teatros ya aprobado por el Senado, se desarrolle un "sistema mixto" que permita conjugar las subvenciones del Estado, siempre accionista mayoritario de los organismos, con las aportaciones desgravadas de la empresa privada.

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