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Tribuna:CRÓNICAS- JUAN CRUZ
Tribuna
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El soneto de Picasso

Juan Cruz

El visitante onubense, que el 19 de noviembre último visitó la Thyssen con un grupo de catalanes, una retahíla de japoneses, varios checos y un sinfín de italianos, entre otros muchos de otras nacionalidades o regiones, dejó escritos estos versos flamencos en el libro de visitas de la casa: "De Huelva vine / y prendado me quedé / por eso sólo digo / olé, olé, olé".La gente escribe de todo en estos libros de visita. Ese día 19 de noviembre, por poner un solo día del almanaque, tuvieron ante sí el libro de la Thyssen sus miles de visitantes, pero sólo 25 hicieron uso de esa íntima y casi anónima libertad de escritura que da tal manojo de hojas blancas. Al japonés no lo pudimos traducir, ni al checo, pero registramos, por ejemplo, lo que escribió Marta, una joven estudiante a juzgar por su letra: "Un cuadro me ha hecho llorar". El onubense de los versos se Dama Eduardo A. Rico. Uno -o una, su firma es ilegible- subrayó: "Me gustaría que fuese mío. Todo mío. Es fantástico". "Ha sido una maravillosa experiencia, mejor que pasar una tarde de cine", juzgó otro. Una inglesa: "Mis ojos están cansados. Gracias". Y unos autosatisfechos estudiantes de Granada: "Aquí han estado los estudiantes más enrollados de segundo de Historia del Arte de la Universidad de Granada". En inglés: "Ver es creer".

Las jóvenes que controlan este libro de visitas nos ruegan que miremos otros días del mes y no sólo éste que hemos elegido por azar, porque en ese día alguien dejó escrito esto: "Maravilloso personal del museo, sobre todo una chica rubia con el pelo largo de Información". Nos dicen que se llama Dolores, pero advierten que ellas -que se llaman a sí mismas las marías- también tienen mención en otras entradas de este acta de visitas. Un nacionalista de los de antes ha escrito debajo de aquella declaración de amor por Dolores: "Seguimos en el furgón de cola. En ningún museo inglés (y he visitado muchos) nunca he visto un solo letrero en castellano y aquí se duplican en inglés". La envidia nacional, como factor literario, tiene aquí también su ejemplo. Dice un visitante: El barón es un capullo. ¡Qué envidia.... y ahora a clase!".

La lectura del libro, claro, no es placer comparable a otros que ya conoce casi todo el mundo, porque aquí se conserva una colección tan abrumadoramente feliz de arte que se queda en la retina como la mejor memoria del pasado: el hombre a lo largo del tiempo, esculpiendo formas del aire para asombrar luego a los que vienen y no saben si llorar o dejarse el asombro en una palabra que anos después un cronista como éste recogerá para fijar la impresión que en el visitante dejó la contemplación de este soneto múltiple que es el trabajo solitario del artista.

Ahora la Thyssen ha puesto a disposición del público un verdadero soneto, el soneto de Picasso. 13 cuadros que, junto a la Venus de Rubens que han situado como contraste y prolongación de la propia obra del malagueño, parecen insinuar un poeta pictórico cuyo carácter de metáfora y de síntesis suponen un esfuerzo didáctico que seguramente ese público tan extrañado y tan abierto -el público perplejo de todos los museos- será capaz de retener en la retina como lo que es una lección de pintura para siempre.

Muchas veces los visitantes son pantagruélicos y lo quieren todo, como quisieron todo el Velázquez en El Prado, cuando en realidad la mayor parte de esas obras estaba. ya expuesta y solitaria en las mismas paredes de la pinacoteca. Entonces la gente quiere cantidad, cuadros alineados como ventanillas de tranvía ante los que hay que ir pasando como si uno comprara la entrada para mirar. Y en medio de esa lujuria de sensaciones pasajeras en que a veces se convierten las exposiciones, tenemos aquí una verdadera síntesis, un soneto pictórico que recoge de Pablo Picasso aquello que quizá él mismo quiso que fuera memoria suya, un modo exclusivo de reflejar lo que en él había de íntima melancolía: ese muchacho mirando a lo lejos la música que insinúa su compañero con su flauta de pan ensimismada.

Es una lección de Picasso, pero también es una excitación al público que acaso creerá que va a ver una exhibición pirotécnica y se va a encontrar, sin embargo, con una visita a lo más recóndito del taller más prolífico de este siglo. Aquella mañana en que vimos este soneto de Picasso aún no había sido inaugurada la muestra y por tanto en el libro de visitas ni Dolores ni las marías habían visto escribir todavía ni una sola palabra sobre el melancólico huidizo de Malaga, pero al cronista le pareció que al menos él debía dejar constancia de este viaje al soneto de Picasso.

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