_
_
_
_
Tribuna:DEBATES
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El desafío mediterráneo

Sami Naïr

Sería claramente erróneo reducir el alcance de la Conferencia de Barcelona sólo a la dimensión económica. La creación de una zona de libre comercio de aquí al 2010 no deja de plantear serios problemas, pero la Conferencia de Barcelona abarca otros dos aspectos importantes: el de la seguridad y el de la democratización y desarrollo de la sociedad civil.Se puede lamentar que estos dos aspectos no estén ligados orgánicamente al proyecto económico, y todo hace pensar que constituirán no tanto objetivos concretos como temas generales cuyo propósito es fomentar la adopción de posturas tácticas o bloquear el curso de las negociaciones. Pero, el interés de la Conferencia radica en que es la primera vez en la accidentada historia del Mediterráneo que se reúnen todos los países del contorno mediterráneo -con las lamentables excepciones de Libia y Albania- para discutir su futuro común. Es un acto altamente simbólico. Está claro que esta reunión corre el riesgo de transformarse en un foro de propaganda de unos y otros, y nadie se hace ilusiones respecto al seguimiento de las decisiones que se tomen. Pero el hecho es que los mediterráneos se reúnen para hablar. Ya era hora. Porque este mar no sólo suena a los conflictos que enfrentan desde siempre a los países ribereños, sino que sufre una dolencia más grave: la de no pertenecerse, la de haberse convertido, desde la Segunda Guerra Mundial, en campo de batallas extramediterráneas. Hasta la caída de la URSS, la oposición de las dos superpotencias bloqueaba, merced a las alianzas contrarias de los países ribereños, toda posibilidad de construcción autónoma de un espacio mediterráneo. Pero hoy las amenazas no son las mismas. Es el aumento de la miseria lo que engendra el auge de los integrismos, el fortalecimiento de las dictaduras militares y la huida de emigrantes. Estos fenómenos que envenenan las relaciones entre las dos orillas no pueden conjurarse sin un convenio entre los países ribereños. Pero está claro que se ha emprendido una carrera de velocidad entre Europa y las potencias extramediterráneas. Por ejemplo, EE UU, en pleno control de las principales riquezas de Oriente Próximo desde la guerra del Golfo, trata ahora de ampliar su presencia a todo el sur del Mediterráneo. Con la Conferencia de Casablanca de 1994, y en alianza con los medios financieros magrebíes y de Oriente Próximo, adelantó la idea de una política mediterránea financiada por el sector privado. Ahora bien, Europa pareció reaccionar ante esta novedad impulsando de manera decisiva el proyecto de la Conferencia de Barcelona. A ella están invitados EE UU y Rusia, pero como potencias observadoras. Ha llegado el momento de que europeos, turcos y árabes tomen las riendas de su destino. Ése es el significado político que debieran dar a esta conferencia. No será sencillo. Los intereses de las potencias del Norte no parecen convergentes. Mientras que Francia pretende tener una política independiente en el Mediterráneo, Alemania no muestra interés en la cuestión mediterránea. De ahí la dificultad de elaborar una política europea hacia el Sur. No obstante, sería deseable que de Barcelona salieran dos o tres grandes ideas.

Más información
Escepticismo en el Sur

Aparte del proyecto de la zona de libre comercio, habría que comprometerse en una gran política de ayuda pública que limitara los inevitables efectos negativos de la liberalización, brutal de las sociedades. El presupuesto de 112.500 millones de pesetas acordado por la CE para los próximos cinco años es insuficiente, debería triplicarse y repartirse según una auténtica estrategia de codesarrollo: ideando políticas de lucha contra la exclusión social. Eso implica reforzar la cooperación bilateral y multilateral y la cooperación descentralizada.

También convendría plantear el problema de la democratización de las sociedades del Sur en términos realistas. No debe ser impuesta a los Estados involucrados ni utilizada como arma táctica para debilitarlos en la negociación. La democratización es un asunto interno de cada Estado. Europa debe lograr que se admita la idea de que sin democratización, sin liberación de la energía de las sociedades, no puede haber desarrollo económico: la democracia es el principal factor de estabilización de estas sociedades, aunque sólo sea porque ofrece un marco de integración de los conflictos sociales, políticos y culturales. A partir de esta estrategia de estabilización -crucial para Europa-, debe plantearse la relación entre ayuda económica y desarrollo de Estados de derecho en la orilla sur.

Por último, la cuestión de los movimientos migratorios. Los países de la ribera norte tienen legítimamente derecho a inquietarse por los movimientos incontrolables. Pero no se debe separar este fenómeno del contexto de las condiciones nacionales e internacionales que lo producen. El texto oficial de la Conferencia de Barcelona no tiene, por desgracia, esta precaución. Ve los movimientos migratorios como una coacción negativa para las relaciones entre las dos riberas, mientras que las migraciones del Sur al Norte han contribuido en gran medida al desarrollo de las sociedades del Norte. Pretende imponer a los países del Sur la obligación de readmitir a sus súbditos sin pronunciarse claramente acerca de los derechos imprescriptibles de aquellos que están instalados legalmente en Europa. Legitima la reducción del derecho de asilo en diversos lugares de Europa sin tener en cuenta las situaciones de guerra civil que se dan en algunos países del Sur (Argelia principalmente). Las relaciones migratorias entre las dos orillas deberían ser concertadas, comunes y basadas en la gestión de la emigración como logro para el codesarrollo de las dos orillas. La declaración final de la Conferencia de Barcelona debe ser un alegato en favor del codesarrollo, de una política común e independiente de seguridad, de un proceso de democratización apoyado económicamente, de la gestión serena y positiva de la migración. Los países mediterráneos deben ponerse a la altura de este desafio.

Samí Naïr es autor de Mediterráneo hoy. Entre el diálogo y el rechazo, de inminente publicación por la editorial lkaria.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_