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Melancolía de Saturno

En vísperas de los comicios catalanes, Jordi Pujol manifestó su constructivo deseo de que la crispada vida pública española recupere la tranquilidad y el sosiego una vez que las próximas elecciones generales de marzo re compongan el mapa parlamentario; de otra forma, la espiral de violencia verbal que se ha apoderado últimamente de la clase política y de los medios de comunicación podría consolidar unos hábitos de "antropofagia" y "canibalismo" peligrosos para la estabilidad institucional. La virulencia de la respuesta partidista y periodística a las declaraciones del presidente de la Generalitat confirmó el buen fundamento de su justificada alarma ante el clima de agresividad sistemática que domina actualmente la política española; en su entrevista televisiva de anteayer, Adolfo Suárez. expresó con diferentes términos una preocupación semejante. Respondiendo al gusto simplificador de las mentalidades inquisitoriales, los críticos mas acerbos de Pujol dieron por sentado que el propósito oculto. de sus palabras era ir calentando los motores para conseguir un pacto entre fuerzas políticas orientado a hacer borrón y cuenta nueva de los escándalos político-financieros bajo investigación judicial y a dictar una, ley de punto final en beneficio de los organizadores de los GAL. De pocos sirvió que el presidente de la Generalitat se apresurase de forma inmediata a disipar cualquier posible malentendido sobre la materia y a precisar el sentido de sus declaraciones: la razonable invitación de Pujol a que los actores de la vida pública renuncien a los planteamientos visce'deporte de arrancarse las entrañas en sus confrontaciones fue tomada como una rectificación inconvincente, vergonzante e insincera.Llevado de la brida por algunos medios de comunicación resueltos a dictar a los partidos la agenda política, Aznar hizo suya esa maliciosa interpretación de las palabras de Pujol al tiempo que repetía literalmente la infantiloide doctrina de la "trifulca entre financieros" para explicar el chantaje, intentado por Javier de la Rosa con la utilización del nombre del Rey. El dócil seguimiento de esas consignas por el líder del PP resulta tanto más insensato cuanto que la pacificación política después de marzo de 1996 le sería muy favorable o tal vez indispensable si las próximas elecciones -como parece altamente probable- le abriesen las puertas del Gobierno. ¿Nadie ha reflexionado en las filas conservadoras sobre el infierno en que podría convertirse la vida pública si los socialistas, desalojados del poder después de 13 años, calentasen el Parlamento y agitasen la calle para hacer tragar al PP la misma medicina que ahora les administran sus adversarios?.

Si la metáfora de Saturno devorando a sus hijos es de frecuente aplicación, a las revoluciones, constituye una novedad que el proceso evolutivo y pacífico del restablecimiento de la democracia en España siga también esa pauta de canibalismo interminable. De las grandes personalidades de la transición sólo quedan indemnes los líderes del nacionalismo vasco y catalán. A Santiago Carrillo le expulsaron de forma violenta sus camaradas; a Manuel Fraga le han pasado a la reserva sus herederos. El hoy añorado Suárez cayó víctima de las emboscadas tendidas por sus compañeros de UCD, sus rivales de AP (el anterior rótulo del PP) y sus adversarios del PSOE; la crueldad y la implacabilidad del acoso de que fue víctima desde mediados de 1980 el presidente del primer Gobierno democrático recuerda el linchamiento del que es hoy objeto Felipe González. Pero el carácter meláncolico de Saturno, analizado por Erwin Panofsky y Fritz Saxl en su estudio clásico sobre un grabado de Alberto Durero, impulsa tal vez a esa deidad antropófaga, a la insatisfacción permanente de la bulimia: ni siquiera es seguro que su voraz apetito, azuzado por una alianza impía de chantajistas corruptores, cortesanos desleales y periodistas venales, se sacie únicamente con los cargos electos de la monarquía parlamentaria.

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