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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

México se mueve

EN MENOS de una semana, el Gobierno mexicano ha tomado dos decisiones muy difíciles para el Partido Revolucionario Institucional (PRI.), que desde hace 67 años dirige México con una mezcla de nacionalismo, autoritarismo y un vago izquierdismo. El monopolio estatal Petróleos Mexicanos (Pemex) aprobó vender al mejor postor, nacional o extranjero, el grueso de sus plantas petroquímicas y acabar al menos en parte con la nacionalización del crudo dictada en 1938. Dos días después, el presidente, Ernesto Zedillo, anunció la privatización parcial del sistema de pensiones. Dos medidas acertadas, especialmente en el marco de la recesión desatada tras la devaluación del peso en diciembre pasado. Con todo, será difícil que colmen las esperanzas que Zedillo deposita en ellas.La privatización parcial de Pemex era impostergable. La mala gestión y el descontrol en el gasto han liquidado en 20 años el sueño que permitió al entonces presidente, López Portillo, proclamar que México tenía que aprender a administrar la abundancia. Pemex entregaba casi el 70% de sus ingresos al Estado, lo que mermaba gravemente sus propias inversiones. Ahora ve amenazada su capacidad de extracción por falta de exploración y nuevos pozos. La privatización debe servir, según el Gobierno, para remediar la situación. Pero sin reformar en profundidad Pemex, imponer transparencia y profesionalidad y acotar el poder sindical, el objetivo será una quimera.

La anunciada reforma de las pensiones se perfila aún mas incierta. Según Zedillo, 10 millones de trabajadores podrán optar el año que viene por que sus fondos de pensiones sean gestionados por el Estado o por fondos privados. La acogida por la población de esta medida, en un país de gran tradición proteccionista y en el que la gestión financiera siempre está envuelta en un halo de escándalos y fraude, está por ver.

El objetivo del Gobierno con esta reforma es aumentar la tasa de ahorro interno, para evitar una dependencia excesiva de capitales extranjeros que,- a la luz de la crisis de diciembre, se ha revelado funesta. Pero, con independencia de las virtudes del método elegido (planes privados de pensiones), el Ejecutivo parece olvidar que la mayoría de la población sencillamente carece de capacidad de ahorro. Antes de la devaluación, el 90% del ahorro interno mexicano provenía del 10% de la población. Tras la crisis y la pérdida de poder adquisitivo de amplias capas de la población, la relación será aún más drástica. México no ahorra porque no puede, no porque no disponga de mecanismos adecuados.

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Aunque las reformas anunciadas lograran sus objetivos en unos años, han fracasado en el corto plazo. Con su anuncio, el equipo de Zedillo confiaba en frenar el creciente deterioro del peso, que en las últimas semanas está arrinconando al Gobierno y arruinando sus esfuerzos por limitar la inflación por debajo del 50% este año. No lo ha logrado. Y lo que es peor, cada vez quedan menos recursos disponibles para conseguirlo.

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