_
_
_
_
JUICIO POR LA TRAGEDIA DE LA CALLE FUENCARRAL

"En este tipo de casos sientes que se te acaba la medicina"

A Ana Álvarez se le escapa un sollozo cuando recuerda, a petición de este periódico, la tarde en que el derrumbe de la marquesina ocasionó una tragedia en Madrid. Ana, enfermera, lleva cinco de sus 35 años subida en una ambulancia del servicio municipal Samur. El trato diario con la muerte y con situaciones límite, como atentados o accidentes, no ha conseguido endurecerla: "Estas cosas nunca las asimilas del todo, no es fácil olvidar las caras de los muertos", explica. Ella y su equipo fueron los primeros efectivos de rescate en llegar a la calle de Fuencarral, apenas unos minutos después del suceso.

"En cuanto llegué, supe que algo tremendo había sucedido; la gente salía de allí despavorida, aterrorizada; chocaban contra nosotros cuando intentábamos acercarnos a la fachada", cuenta. Su turno de trabajo se desarrollaba esa tarde con normalidad. Incluso el equipo, formado por tres sanitarios, había parado en la glorieta de Alonso Martínez a descansar ante una taza de café. Sonó la radio. En un minuto llegaron a la calle de Fuencarral. Allí les esperaba la tragedia en caliente: gente gritando, cascotes, heridos ensangrentados, muertos.

Más información
Cuatro vidas rotas

"Pedimos por radio todas las 'dotaciones disponibles.", cuenta. "Nada más bajar se me acercó, un hombre con su mujer en los brazos; tenía fractura abierta de hombro por dos lados. La atendí y luego me dirigí a la fachada. Era impresionante. Enseguida me di cuenta de que el lado izquierdo de la acera era el más afectado por el derrumbamiento. Ahí estaba lo más grave; todos estaban muertos". Ana se serenó y se dedicó a evaluar la situación. Según llegaban las dotaciones Samur, Insalud y Cruz Roja, indicaba dónde hacían falta esfuerzos.

"Los propios heridos son siempre los que me nos se quejan", reflexiona. Para Ana en esa noche hubo dos escenas indelebles. "Había una mujer herida [Montserrat Sanz Arlegui] que llamaba a su hijo y a su marido, aplastados por los cascotes. Ella misma, en el suelo, intentaba apartar trozos de cornisa". La segunda escena tiene como protagonista a otra mujer: "Tenía más o menos mi edad. Iba con dos amigas", cuenta, "de cintura para abajo estaba enterrada por los cascotes. Sufría, sin saberlo, síndrome de aplastamiento, es decir, en cuanto la liberáramos, moriría. Y ella nos decía, atended a mis amigas, que yo aguanto muy bien". Es aquí cuando a Ana se le quiebra la voz. La mujer murió.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_