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El partido del presidente

Los socialistas tienen un problema que, después de lo visto esta semana, se ha hecho, como el tonto de Alberti, dos problemas: la designación del candidato a la Presidencia del Gobierno y el bloqueo de todas las vías para proceder a tal designación. El primero se deriva de las reiteradas manifestaciones privadas de Felipe González en el sentido de que no volverá a ser cabeza de cartel, lo que exige elegir cuanto antes a su sustituto; el segundo, de que el mismo González nunca ha dicho, públicamente que no se presentará y, por tanto, impide que se abra un debate sobre: su sustitución. De manera que el problema del PSOE, tras hacerse dos, se reduce a uno. Por decirlo sin señalar, el problema del PSOE es un problema de liderazgo.Por si faltaban pruebas, la semana ha ofrecido un muestrario completo: debatían los socialistas sobre la cuestión sucesoria, se manifestaban sobre la irregularidad de regalar joyas con dinero reservado a las esposas de los colaboradores, mostraban su disposición a seguir la clara jurisprudencia del Tribunal Constitucional sobre concesión de suplicatorios, cuando el líder, con un solo gesto, unificó todas las voces. Y ahí están otra vez repitiendo que es necesario dejar en paz al presidente para que, por sí y ante sí, decida si se presenta o no como candidato; que Corcuera, antaño excelente ministro, es un chico estupendo y, puestos ya a disparatar, que hay que redoblar la vigilancia por si la conspiración ha logrado adelantar sus peones hasta infiltrarlos en el Tribunal Supremo.

¿Cómo se ha podido llegar a tan penosa situación? Si se considera el asunto con un poco de perspectiva, habría que, recordar que los socialistas se han aplicado desde 1979 a construir un partido -según el modelo bolchevique, en el que la cooptación era la vía única para ascender en los cargos públicos y en la burocracia interna y en la que el voto del afiliado se limitaba a ratificar decisiones tornadas en la cima; un tipo de partido que acaba bloqueando los procesos de formación de opinión y los mecanismos de toma de decisión. La comisión ejecutiva no osaba discutir lo decidido en la secretaría general ni los congresos han presenciado nunca -excepto cuando se produjo el giro espectacular sobre la permanencia en la OTAN- verdaderos debates. En este sentido, lo visto en los últimos días no constituye ninguna novedad.

Lo único novedoso es que antes el líder eran dos, sostenidos en una ejecutiva silenciosa pero firme, y ahora sólo queda uno, con la ejecutiva igualmente callada pero inane. Tras la quiebra del binomio que servía de cemento a aquella organización bolchevizada, el PSOE carece de dirección efectiva y se disgrega en clientelas formadas en tomo a baronías regionales. Esta pseudofederalización, sin reflejo en los estatutos, sume en la irrelevancia a la ejecutiva, destruye las referencias de la elite, multiplica las opiniones erráticas, extiende la sensación de falta de rumbo, agudiza la incapacidad para el debate y produce un vacío de poder en el centro.

Pero como la política siente horror al vacío, el lugar antes ocupado por una burocracia disciplinada lo llena ahora en exclusiva el presidente/secretario general. De partido bolchevique, el PSOE ha pasado a ser, tras la escisión en la cima y la manifiesta incapacidad orgánica de los renovadores, il partito del presidente, como se definía al PSI cuando, bajo Craxi, se convirtió en un partido sin vida propia, reducido a máquina para la gestión del poder. Sólo que aquí el proceso de "presidencialización" se ha realizado sobre un partido carente de autonomía desde su masiva llegada al poder municipal y ha culminado cuando el presidente se muestra incapaz de garantizar el triunfo, en las elecciones y el partido mismo sufre derrota tras derrota a la espera de la victoria final. Él tipo de liderazgo que abrió ayer amplias avenidas hacia el poder es hoy, degradado, la clave del problema socialista. Pero ¿quién le pone el cascabel al gato?

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