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Los 'violentos'

Llevamos años oyendo hablar de los violentos y contra la violencia. Nobles palabras (¿qué palabra no lo es en principio?), y mejores intenciones. Los que matan de un tiro en la nuca o ponen bombas en espacios públicos, los que secuestran, son sólo... violentos. Lo sabemos desde Aristóteles: las palabras no tienen significado, sino usos. Eso explica su manipulación, que puede llegar a la perversión misma, como la que suscitó el totalitarismo nazi.El Diccionario de la Academia llama violento al "que está fuera de su natural estado, situación o modo", o al "que obra con ímpetu y fuerza", o a lo "que se hace bruscamente, con ímpetu e intensidad extraordinarias", y a las acciones de esta índole. También el Diccionario, junto a otras acepciones, llama, violento al "genio arrebatado e impetuoso". Es claro que si yo insulto a alguien soy violento verbalmente, que si lo zarandeo soy violento, que si le doy un puñetazo soy más violento aún, pero si lo mato a golpes, y de forma premeditada, no soy solamente violento: soy un asesino. El asesinato deja en pañales la violencia pura y simple. Va más allá de la vis latina, esto es, de la fuerza. El asesinato implica una deliberada, consciente, fría voluntad de muerte que excede, con mucho, la mera violencia. Ésta es un medio, nunca es la causa. No se trata sólo del uso de la fuerza; se trata de bastante más, incluidas premeditación y alevosía. Un boxeador es violento, pero no es un asesino- dejo a un lado ahora otras consideraciones-. El lenguaje se pervierte al ser así empleado, la perversión, se vuelve moneda común y engendra un uso viciado y automático. Es posible entonces escuchar, incluso de altas autoridades, condenas inequívocas de... la violencia, cuando lo efectiva y sinceramente condenado es el crimen terrorista.

El eufemismo, la elusión verbal de una realidad incómoda o desagradable,, entra en territorios donde no debía entrar, pues si es razonable, -por piedad- llamar invidente al ciego o subnormal al cretino, no lo es llamar violento, sólo violento, al asesino, al criminal. Cabe argumentar que así nos entendemos todos. Es verdad, pero nos entendemos mal. Como cabe argumentar que el origen de este uso es de origen plural, sin una etiología muy precisa, por lo que no conviene excederse en inferir conclusiones demasiado sutiles. Discrepo de estos planteamientos. Hay torpeza idiomática, pero hay miedo también al fondo de estas fórmulas verbales. Hace ya muchos años que el eufemismo entró en los territorios del dolor y la muerte. Los nazis fueron maestros en estos rodeos, en estas elusiones. Con la solución final se designó el genocidio. Mas ahora no son los verdugos quienes se valen del eufemismo -este uso de violento y violencia es eufemístico o transita zonas muy próximas-; son las propias víctimas quienes lo emplean, esto es, quienes padecen las consecuencias del terror.

Así sucede en el norte de España desde hace ya demasiado tiempo; ahora mismo los secuestradores de Aldaya son sólo violentos, pero la realidad es que están ejerciendo sobre el secuestrado (¿lo llamaremos retenido?) una forma de presión que cabe calificar de tortura psíquica. Y así acaba de suceder en un pueblo cerca de Madrid este mes de octubre, con el asesinato por linchamiento de un muchacho de 20 años. Pancartas de nobilísima repulsa se han alzado allí, con toda justicia, contra las mentes. violentas. Es cierto que oyendo y leyendo lo que decían los atemorizados vecinos del pueblo en cuestión -hablé antes de miedo-, uno llegaba a comprender que hablaran sólo de violentos, aunque el señor alcalde de la localidad diga que de lo dicho por ahí -y por aquí- nada, y aunque haya quien, a los presuntos autores del asesinato de un muchacho de 20 años los califique de gente normal, otro uso anómalo del lenguaje, como si el crimen se llevara en la cara y el asesino de Lombroso recorriera las calles con los genes al aire.

Todo parece indicar que en el caso al que me refiero no nos encontramos ante una triste expresión desviada de la naturaleza humana, sino ante una manifestación política -sí- de signo totalitario. Una manifestación más que agregar a otras de los últimos tiempos, en que las pandillas fascistas (¿o habría que llamarlas de otro modo?) hacen, al parecer, lo que les viene en gana a ciertas horas y en ciertos lugares. En vista de lo cual no es difícil asomarse a un estadio de fútbol -aquí, en Madrid, sin ir más lejos- y ver cómo lucen los símbolos nazis y fascistas en las claras luces de este seco otoño, sin que haya, cabe pensar, posibilidad de prohibirlas.

El lenguaje políticamente correcto puede hacer sonreír: estos días hemos podido comprobar que en España, a imitación de Estados Unidos, ya se denomina afroamericanos a los negros cuando muchos de ellos prefieren llamarse, con toda razón, negros (blacks). Pero un uso así y otros similares no dejan de ser al final algo irrelevante en comparación con la materia de este artículo. Difícil pacifismo, se me concederá, el que se engendra en el miedo, en la pesadumbre. Nobles pero lastradas protestas las que no llaman al horror por su nombre. La lucha por la palabra exacta lo es también por la dignidad de los hombres.

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