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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Demasiada maravilla

Una maravilla. Una larga, lentísima maravilla, que hace del acto único de Wilde (un poema) una representación de dos horas y media. Sin más diálogo que el original: pero dicho con mucha paciencia, con mucha calma, y con unos movimientos de cámara lenta. Los actores son prodigiosos: tienen un talento de mimos y unas voces de grandes declamadores, capaces de todos los registros. Jolyon Baker, lokanán, sobrecoge; Steven Berkoff impresiona con su largo monólogo: todos los vicios, y los cinismos, y la lujuria, están en su cara y en sus movimientos. Homosexualiza el papel: es él quien dirige la obra y quien la ve como una muestra del amor carnal entre hombres. Yo, no. Puede que Oscar Wilde revelase "sus sentimientos más profundos y personales sobre las maravillas del amor erótico y las delicias del cuerpo masculino", según Berkoff. Yo veo que el objeto de amor en toda la obra es la princesa Salomé, de la que se admira desde "sus párpados dorados sobre unos ojos dorados" hasta su desnudo íntegro, que aquí no se produce, como en otras representaciones: es imaginario, en forma de strip-tease, pero sin que caiga una sola prenda. Ella desea a lokanán -Juan, el Bautista-, él la rechaza; pero a ella la desea Herodes y, por verla bailar desnuda, termina dándole la cabeza en bandeja de plata. Si hay un sentimiento amoroso de Herodes por el profeta, debe ser íntimo.Lo que se ve realmente es la sociedad victoriana: "Cuando el gran siglo estaba agonizando y descargaba sus vómitos podridos" (Berkoff). Era, quizá, mejor que esta época, por las ideas y las artes que producía y por las esperanzas que suscitaba el nuevo siglo: este que se va ahora, no sin náuseas más o menos sartrianas. O de cada uno de nosotros. Berkoff viste de esmoquin, con bonitos chalecos eduardianos y trajes como de Paul Poiret, a las figuras de la corte; bailan hasta el charlestón. Contra esa sociedad deleznable -la que condenó a Wilde y le encerró en la cárcel; la obra estaba escrita en francés, corregida por Gide y Sarah Bernhardt la aceptó, pero, cuando fue a Londres a estrenarla, la prohibieron: por sacar personajes bíblicos- está la silueta viril del profeta, joven y ardiente: Berkoff la saca de su mazmorra (en el original y en las representaciones no suele ser más que una voz). Es la pureza; que también puede encontrarse en Salomé, si se acepta que lo que le pasa es que se enamora, hasta el punto de sacrificar a quien la rechaza.

Salomé

De Oscar Wilde. Intérpretes: Richard Clothier, Christopher Brand, Jolyon Baker, Peter Brennan, Zigi Ellison, Carmen Du Sautoy, Jeremy Peters, Russell Layton, Victoria Davar, Imogen Claire, María Pastel, Reginald Tsiboe. Escenografía: Robert Ballagh. Vestuario: David Blight. Iluminación: Brian Knox. Música y piano: Roger Doyle. Dirección: Steven Berkoff. Reino Unido. Festival de Otoño 1995. Teatro Albéniz, 26 de octubre de 1995.

Letreros ilegibles

Digo al principio que este espectáculo es una maravilla y los actores prodigiosos; puedo añadir que la música de piano es excelente, que la dirección es propia de uno de los grandes hombres de teatro de nuestro tiempo, que la perfección técnica se alcanza.Debo explicar que todo esto cansa, notablemente. El idioma inglés -los letreros de doblaje se hacen ilegibles-, el mantenimiento de los gestos lentos y perfectos llega a irritar; la pesadilla de la lentitud agobia. Ante esta obra de arte, uno tiene derecho a aburrirse; y le sucede, aunque no tuviera ese derecho. Algunos espectadores fueron huyendo. Pero los que quedaron -la inmensidad- aplaudieron con entusiasmo y justicia. Cómo no aplaudir a estos grandes maestros, e incluso tributar un homenaje al actor y director al que hemos visto en La naranja mecánica con la misma perversidad y el mismo sadismo. Aunque el público se sienta desafiado, le reconoce y le agradece su talento.

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