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Mecenazgo sin retórica, patrocinio sin prejuicios

Un primer balance en algunos medios de la Ley 30/1994, de 24 de noviembre, de Fundaciones y de incentivos fiscales, apunta que no sólo se han defraudado expectativas creadas, sino que la incorporación de nuevas empresas mecenas es nula y hay un retroceso en la aportación de fondos de las que lo venían haciendo. Instituciones otrora sin problemas para el patrocinio de exposiciones multitudinarias mendigan mediante presiones de alto nivel los recursos de mínimos necesarios para la realización de sus proyectos.Cada vez con más frecuencia, cuando surge la necesidad. de dinero para un proyecto de interés general con tintes culturales o cívicos, aparece una institución en favor de la causa noble proponiendo crear una fundación: para el teatro Real, el Liceo de Barcelona, el proyecto ADO...; detrayéndose de la sociedad civil, en nombre de la eficacia de la gestión pública, dineros que deberían salir de los impuestos ordinarios y no de otros, que al final tendrán un efecto contrario al supuestamente pretendido y exhibido. La suplantación, aunque manifiesta, tiene una buena venta social y difícil descubrimiento por su apariencia, que apunta a la sociedad civil como única beneficiaria, cuando de lo que se trata es de una actuación motivada para un aprovechamiento público de una instancia política, pero ¿a qué coste?

En situaciones influenciadas por administraciones públicas para la búsqueda de mecenas, ¿tienen las empresas libertad para negarse al prorrateo? Es ilusorio pensar que una empresa aportará fondos sugeridos, cuando no existe una estrategia propia o la propuesta se separa de ella, sin una promesa cierta de negocio de privilegio, temor de represalia o advertencia para el futuro. Al final, en el buen nombre de la eficacia de la gestión pública se encarecerá el producto o servicio de intercambio pagado por la Administración. Esto es, con los impuestos ordinarios.

En los aledaños de poderes locales, autonómicos o nacionales, aparecen fundaciones o proyectos con recaudaciones altruistas sospechosamente generosas, aportadas por empresas privadas que, sin embargo, carecen de proyectos propios e iniciativas cívicas. Cabe preguntarse entonces: ¿qué hay tras la retórica de la sociedad civil que necesita el apadrinamiento público?

Desde la iniciativa privada se pregonan las virtudes de la sociedad civil, de las que se abdicará sin prejuicios por la causa superior de una petición inducida con promesas y procedimiento clásico, como Mecenas, del do ut des, dar para recibir.

¿De verdad se cree en la sociedad civil?, ¿o el mecenazgo y las fundaciones son, en muchos casos, estéticas de presencia social donde maquillar actitudes, colocar con dignidad a descabalgados de la empresa o pagar tributos de favores políticos?

La rectitud sin demagogia de una práctica libre del mecenazgo pasa por definir públicamente por qué lo asume una empresa, qué quiere hacer, cómo lo articulará funcionalmente, con qué estructura: bien interna, bien externa a través de una fundación, y conocer las posibilidades y requerimientos que hoy siguen haciendo admirable y única esta noble actitud.

En el patrocinio se asientan prejuicios procedentes de la confusión y comparación con. el mecenazgo, del desconocimiento de los objetivos que la organización o empresa puede alcanzar, de la falta de desarrollo de modelos y metodologías de aplicación concreta que pueda permitir a cada empresa hacer su patrocinio y de no considerar el patrocinio y la comunicación como un todo, sino en sus partes. Las paradojas son evidentes; se invierte para una acción pública y se ahorra en comunicar a los interesados. Patrocinar tiene un coste que sólo se justifica en la comunicación, de lo contrario es un despilfarro. El ahorro en dar a conocer un patrocinio es invertir en el anonimato.

Desde el lado de la ética y estética empresarial es vigente el paradigma de las virtudes del ámbito personal, discreción, y la confrontación de términos eficacia versus comunicación, aunque no sean aplicables a quien vive de dar a conocer al público, esto es, la empresa.

Se financian proyectos patrocinados con una mala conciencia tanto de la eficacia como de la finalidad: comercial, pública u operativa, y sobre todo de los resultados. Al final, las claves tanto del éxito como del fracaso de un patrocinio terminan siendo a priori imprevisibles, y a posteriori, inexplicables. Evidentemente, por el desconocimiento e inseguridad de la utilización de herramientas únicas para mostrar a quien necesita (sociedad) y de quien vive (clientes y usuarios) las señas que validan públicamente a una empresa. Hay supuestos valores sociales, que lo son de oportunidad, asumidos por los gestores empresariales y que denotan no la virtud de la discreción y la eficacia, sino el temor del inseguro frente a la opinión pública, realzándose, para su justificación, la quietud frente a la iniciativa, la trastienda frente al mostrador -que no al escaparate-, lo conocido frente a lo innovador, la moda creada por, otros frente a la pauta propia, por miedo a la equivocación, a interpretaciones interesadas ajenas, o a la inexistencia de una estrategia clara de actuación pública de la empresa.

Hay un desplazamiento desde el campo de lo necesario y conveniente, desde y para la organización, en función de las expectativas de opinión o crítica procedentes del exterior. Siempre es justificable la, inhibición por lo opinable de la necesidad; se conoce lo que se deja de hacer, pero se ignora lo que se podría haber alcanzado. Casi nadie está dispuesto a asumir responsabilidades frente a la impunidad e indefensión del desprestigio de ser señalado, fundada o infundadamente, en los medios de comunicación, con el fiel de la balanza apuntando hacia el lado que las tintas han cargado con opiniones parciales o interesadas y difícilmente refutables en igualdad de oportunidades.

Resultan sorprendentes al observador de la vida empresarial española las piruetas del querer y no parecer que presiden las actuaciones públicas de muchas empresas y gestores, carentes de pautas propias, que simplemente contemplen en el tiempo de qué empresa se trata, a quién dirige sus productos y servicios y qué tiene que decir a la sociedad para ser entendida, comprendida y procurar la adhesión pública, sin complejos ni exhibiciones.

La falta del desarrollo y aplicaciones imaginativas, la carencia de objetivos y estrategias de empresas, el desconocimiento, y por tanto inhibición, de las pequeñas, y medianas, la práctica inexistencia de profesionales..., hacen necesaria la revisión de conceptos: patrocinio y mecenazgo, sin alternativa para crear referencias sociales credibilidad ciudadana y validación del código de valores asumido públicamente por la empresa.

Los distintos intentos habidos de medios, instituciones y personas han carecido de finalidades y objetivos claros, cuyo resultado ha sido el desarrollo de una retórica de propósitos públicos y el agotamiento de un discurso ávido de ideas nuevas, metodologías claras y propósitos rectos. Sin embargo, las aportaciones económicas y beneficios, tanto empresariales como sociales, son muy importantes cuando se aborda el mecenazgo y patrocinio con rigor, conocimiento, continuidad y rectitud de intenciones.

Carlos Sánchez Olea es consejero delegado de Atenea.

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