Claude Sautet crea en 'Nelly' una sutil y compleja historia de amor
La Seminci programa la obra completa de Nanni Moretti
Caro diario abrió a Nanni Moretti las puertas de las salas de cine españolas, que hasta el año pasado casi le habían negado su entrada. Ahora, la Seminc¡ se hace eco de este impagable, aunque un poco tardío, descubrimiento y ofrece una retrospectiva completa de la obra de este singular cómico y cineasta italiano que está aquí al frente de su ya basta filmografía. También está en persona la actriz francesa Emmanuelle Béart, protagonista de Nelly y monsieur Arnaud, bella y sutilísima película del maestro Claude Sautet, que profundiza en la tendencia del cine actual a crear historias de amor con protagonistas adultos e incluso viejos.
Tres películas de muy diferente enfoque y estilo, pero con audiencia mundial, han abierto el arriesgado viaje que Claude Sautet -uno de los peor conocidos y, sin embargo, más serios y competentes cineastas de la nueva ola francesa de los años sesenta- emprende en Nelly. Son las estadounidenses Ni un pelo de tonto y Los puentes de Madison, y la europea Rojo, que cerró la célebre serie Tres colores, del director polaco Kyrisztof Kieslowski.En estas tres obras, una cámara indaga a fondo en el fenómeno de la asincronía en la edad de dos enamorados, un hombre viejo y una mujer joven que de pronto se descubren embarcados en un brote pasional recíproco. Cada uno de estos filmes aborda el mismo suceso, pero desde sensibilidades y formas de elaboración muy diferentes. Sin embargo, vistas en conjunto, estas películas tienen cierto aspecto de trabajos complementarios.
Esta complementariedad deja ver indicios de una tendencia existente en el cine actual a componer y representar, contra la corriente, "un tipo de historias de amor situadas en las antípodas de las modas programadas por los diseños del consumo de imágenes. El enamoramiento total de un hombre viejo, -Jean Louis Trintignan, Paul Newman, Clint Eastwood y, en Nelly, Michel Serrault- de una mujer mucho más joven que él -Irene Jacob, Melanie Griffith, Meryl Streep y, en Nelly, Ernmanuelle Béart- no es cosa nueva en las pantallas. Lo nuevo hay que buscarlo en la reciprocidad de esa pasión e incluso en su acentuación en el polo femenino de la pareja, audacia que sólo Charles Chaplin, en Candilejas, se atrevió a explicitar totalmente y convertir en un marco poético con ecos trágicos, por lo que tiene de dilema irresoluble, de colisión entre dos tiempos y dos edades que nunca llegarán a confluir.
Diafanidad y elegancia
¿Qué aporta Claude Sautet a esta tendencia? Probablemente la enorme diafanidad y elegancia de su estilo. El cineasta francés compone en Nelly un filme de apariencia convencional, pero cuyo transcurso fuerza, al espectador a una doble lectura de lo que narra: la evidencia de las imágenes y una zona subterránea de éstas que, poco a poco, va emergiendo y se va apoderando de esas evidencias hasta llegar a sustituirlas y convertirse ella misma en única evidencia de la película.
En este sentido, el progresivo desvelamiento del amor entre el septuagenario Serrault y la muchacha de veintitantos años que interpreta Béart es uno de los ejercicios de sutileza y de gradualidad más refinados que ha dado el cine europeo de los últimos años. La película es de cadencia serena, pausada, incluso plácida, y conduce el dramático conflicto sin ninguna estridencia y sin el menor subrayado, con una precisión admirable. No es cine fácil de ver, porque requiere un espectador activo, que no se deje arrastrar por lo que ve en la pantalla, sino que intervenga en ella, pues ésta sugiere más que afirma, invita más que ordena, susurra más que dice. Cine de gran altura, pero contra la corriente: todo lo contrario del cine predigerido habitual. No es fácil entrar en Nelly, pero cuando se entra ya no hay manera de salir, de escapar a la gravedad que el viejo Serrault y la bella Béart dan a la matemática secuencia en un dúo y un duelo de rostros inolvidable, que ya es parte del-últimamente escaso- gran cine francés.
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