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Tribuna:INVESTIGACIÓN DE LA GUERRA SUCIA
Tribuna
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Contra el olvido

¿Dónde estábamos, qué decíamos desde'1983 a 1987,cuando los GAL desplegaron sus prácticas de guerra sucia contra ETA? Sabemos dónde estamos y qué decimos ahora, tantos años después, pero no es nada seguro que una parte de la indignación moral levantada por las progresivas revelaciones sobre los GAL no sea más que una gigantesca impostura por no haber reaccionado entonces con la energía que, según lo percibimos ahora, aquellos asesinatos habrían exigido.Porque saber, sabíamos mucho más de lo que ahora estamos dispuestos a reconocer. No hay más que ir a las hemerotecas y revisar algunos periódicos para caer en la cuenta de que el nivel de información que se produjo ya entonces sobre los crímenes de los GAL era más que suficiente para haber levantado oleadas de indignación moral y exigencias de responsabilidad política. No fue así; definitivamente, no fue así, y aunque resulte muy rentable para nuestra buena conciencia extremar hoy el acento y buscar los más enfáticos adjetivos para calificar aquellos hechos, esas muestras de horror y esas manifestaciones de rechazo no palian la actitud comprensiva, si no abiertamente cómplice, que los españoles mostramos mayoritariamente en los años en que aquellos crímenes, sabiéndolo nosotros, se cometían.

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No se trata de diluir en una especie de culpa universal la responsabilidad individual, intransferible, de quienes diseñaron aquella estrategia de guerra sucia, como pretenden quienes atribuyen a un público supuestamente entusiasta las iniciativas de los gobernantes. Se trata, simplemente, de recordar que la calidad de las reacciones éticas y la eficacia de las políticas depende del momento en que se producen. No es lo mismo éticamente ni tiene políticamente idénticos efectos resistir al crimen en el momento exacto en que se comete que sumarse, rasgándose las vestiduras, al coro de los acusadores cuando, desde el mismo aparato de Estado, los tribunales se aplican a buscar, encausar y juzgar a los presuntos culpables. Nuestras actitudes colectivas de los años ochenta no se modifican ni un ápice por las oleadas de indignación que hoy seamos capaces de levantar.

. Por eso, la decisión del Senado de proyectar los focos sobre esa página negra de nuestro reciente pasado puede culminar en. la más grotesca maniobra de hipocresía colectiva a la que hemos asistido desde la transición o, por el contrario, enfrentar a la totalidad de la clase política, pero también a los líderes de opinión y a las élites sociales, a su memoria personal, a lo que eran y a lo que decían de ETA, del Gobierno y de los GAL en el momento en que se cometían los crímenes. No sería improcedente, sino muy higiénico que la comisión senatorial no se limitara a poner patas arriba al Estado, sino que, lanzada a recordar, hurgara también en la sociedad y llamara a declarar, junto a aquel dirigente de la oposición que, si no jaleaba entonces al Gobierno, guardaba prudente silencio y estalla ahora de indignación, al líder de opinión que desde su periódico pedía poco menos que la ocupación militar del País Vasco y exige hoy airado la aniquilación del Gobierno; o que preguntara a aquel juez o a este intelectual, convertidos en conciencia moral del país, cómo pudieron aceptar, sabiendo lo que sabían, los premios y acudir solícitos a las llamadas del Gobierno.

Se dice que la transición fue posible porque descendió sobre la sociedad española una especie de nube del olvido en la que todo el mundo. recuperó la inocencia de los orígenes. Pues bien, como ya hemos perdido definitivamente la inocencia, sería muy sano para la memoria colectiva que, mientras el Congreso concede al Tribunal Supremo todos los suplicatorios necesarios para el esclarecimiento penal de aquellos crímenes, el Senado tuviera el coraje ético y los arrestos políticos suficientes para plantear el debate político sobre los GAL y sacar a la. luz dónde estaba cada cual, qué hacía y qué decía mientras se abría la guerra sucia contra ETA.

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