Educacion y desarrollo ante el siglo XXI
El progreso humano a lo largo de la historia de las civilizaciones deja boquiabierto a cualquiera a poco que se percate de los logros alcanzados. Del mismo modo, los desafíos a los que está expuesta la humanidad a causa del impacto de sus propias acciones y por la perversión del comportamiento de muchos da razones sobradas para producir un gran desasosiego y para sobrecogernos a veces.El hombre no sólo ha visitado ya la Luna, sino que se está adentrando con insólita osadía, gracias a instrumentos muy sofisticados producto de su ingenio, en el espacio que se mide en millones de años luz. De algún modo está conquistando un cielo visible gracias a la virtud de sus saberes, en vez del cielo prometido por la virtud de su moral. No extrañe, pues, la soberbia del hombre moderno, el cual descubre y progresa sin cesar a la vez que, Con sus acciones, también pone en peligro su propia supervivencia. Cada vez nos sentimos más poderosos, más capaces de resolver todos los problemas por gracia de la ciencia y de la tecnología. Sin embargo, de vez en cuando, al analizar las tendencias de conjunto, los inmensos genocidios durante este siglo o el renacimiento de los peores instintos egoístas, nos quedamos anonadados por el daño infligido y las amenazas que nos acechan pese al inmenso acopio cultural disponible.
De todo ello se desprende que nuestra carencia fundamental es de valores éticos coherentemente ejercidos, lo cual nos ha inducido a un peligroso estilo de vida como forma de expresar nuestro egoísmo desde la ignorancia en la que nos movemos frecuentemente.
En esa perspectiva, la incógnita del hombre sigue en gran medida sin respuesta porque la visión del hombre no es aún suficientemente integradora. Mente y cuerpo, espíritu y biología o alma y materia se debaten en medio de tanta visión parcial. Que se sepa, nunca han estado más extendidas las enfermedades de la psique que ahora, en la sociedad del hombre moderno. El fenómeno de la creciente drogadicción existente en los países más ricos responde probablemente a la búsqueda inútil de una solución artificial a la angustia existencial. La corrupción es, en buena parte, expresión de la subversión de valores, con adoración al becerro de oro en pleno hedonismo.
En esa tarea, para hacer realidad las aspiraciones individuales y colectivas de desarrollo humano sostenible en paz, nadie duda en señalar la educación como uno de los medios más eficaces y decisivos. Pese a las frustraciones coyunturales o a los problemas estructurales de desempleo o de desajustes entre la demanda y los conocimientos o habilidades adquiridos, nadie niega normalmente tal afirmación. Con independencia de las características genético-biológicas de cada ser y del potencial que, por tanto, encierra, la educación es a fin de cuentas, el más importante valor añadido que puede asumir por sí misma cada persona y el instrumento social fundamental para asegurar la mayor competitividad y también la mayor cooperación o solidaridad.
Nos encaminamos hacia una sociedad del conocimiento en la que el trabajo repetitivo, manual o incluso intelectual, es sustituido por la informática y la robótica. La organización social, la producción, el comercio, las finanzas, la economía, las políticas laborales, las relaciones interpersonales e internacionales son algunos de los aspectos que empiezan a ser profundamente modificados por esta nueva realidad. En consecuencia, también la formación del futuro ciudadano, trabajador o dirigente, requiere planteamientos radicalmente distintos a los seguidos hasta la fecha.
Por otra parte, las empresas creadoras de riqueza y la gestión pública del interés general, al igual que el propio sector educativo, de defensa o de. las relaciones internacionales, necesitan poder incorporar equipos humanos con capacidad creativa e innovadora. A tal fin, la educación debe tratar de formar a gentes competentes en la utilización de la creciente información y conocimiento disponibles, hábiles en el uso de las nuevas tecnologías pertinentes, con buena capacidad de gestión eficaz y proclives al trabajo en equipo desde valores éticos coherentemente ejercidos. Una educación atenta a las necesidades presentes y futuras de la respectiva sociedad y a los desafíos y esperanzas del mundo en su conjunto será siempre la mejor garantía.
Por tanto, se plantea no sólo una inmensa tarea educativa social y personal de cara al siglo XXI para formular y asumir nuevos conceptos de desarrollo y progreso -a la vez éticos, eficaces y viables-, sino también un gran esfuerzo político, empresarial y cultural hasta lograr introducir en cada sociedad modelos de desarrollo sostenibles. Además, se necesita una educación que contribuya eficazmente a la convivencia democrática, a la tolerancia y a un espíritu de solidaridad y de cooperación, ante un mundo en rápido y profundo cambio y dada la creciente interdependencia de los países.
La tarea es inmensamente difícil, tanto más que, si bien la educación ha coadyuvado, de manera indiscutible a la ruptura con el pasado -al contribuir de forma decisiva a las grandes transformaciones sociales, al desarrollo económico y al progreso científico y tecnológico-, la educación misma, en cambio, no ha roto nunca dramáticamente con el pasado, ni siquiera en el caso de las más importantes reformas educativas llevadas a cabo con algún éxito. Por tanto, la educación vive en el pasado, porque el presente en el que se desenvuelve es ya profundamente diferente de la realidad en respuesta a la cual ha sido concebida. Es urgente, por tanto, al menos la adaptación flexible de la educación a las características de nuestra época, además de acometer un amplio esfuerzo prospectivo que facilite una visión de la sociedad deseable y posible de futuro, en cuya construcción se desee participar de forma creativa.Sin embargo y pese a las
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Ricardo Diez Hochleitner, presidente del Club de Roma y vicepresidente de la Fundación Santillana, es el director de la X Semana Monográfica sobre Educación y Desarrollo (Madrid, del 20 al 24 de noviembre de 1995).
Educación y desarrollo ante el siglo XXI
Viene de la página anterior muchas reformas propuestas durante las últimas décadas, los sistemas educativos y las modalidades de formación y entrenamiento no han logrado articular aún una educación permanente que permita el pleno desarrollo del potencial de cada persona y el acceso a una sociedad del conocimiento y del aprendizaje que asegure superar las grandes incertidumbres actuales. De ahí también esa cada vez más extendida inquietud en busca de un nuevo paradigma educativo en vísperas del siglo XXI.
Por tanto, éstos no son, no deben ser, tiempos de reformas a la "vieja usanza" de estas últimas décadas, sino, más bien, tiempos de visión y renovada ilusión de futuro, para desentumecer una sociedad apoltronada en esquemas del pasado y, sobre todo, para infundir en los jóvenes nuevos bríos y razones de vivir, así como nuevas metas y modos para la vida activa, la vida en sociedad y el reencuentro con uno mismo.
Esa ruptura con el pasado ha de ser rigurosa, sometida a control, sin ceder a presiones derivadas de afanes revolucionarios, pero sin perder la energía que otorga a todo cambio un cierto grado de utopía. Ello requiere un profundo replanteamiento del actual paradigma educativo y de sus instrumentos operativos, y no debe ser acometida simplemente por el sistema educativo en su conjunto, ni siquiera por modalidades o niveles educativos. Además de tener en cuenta las necesarias evaluaciones globales y parciales, periódicas y serenas, de los sistemas educativos existentes, la transformación profunda -la verdadera reforma- tiene que producirse ahora desde abajo.
La sociedad del siglo XXI seguramente reafirmará que aprender es la más importante fuente de riqueza, bienestar, capacidad de competir, cooperación y paz. En consecuencia, cada institución educativa tiene que empezar por aceptar que necesita transformarse en una organización competitiva para facilitar el aprendizaje personal y colectivo.
El mayor esfuerzo debe, dedicarse hoy día, por tanto, al diseño de instituciones realmente capaces y deseosas de evolucionar para adaptar sus medios a las nuevas necesidades sociales e individuales de cara al futuro, desde la doble exigencia de establecer unas, dimensiones adecuadas o críticas y un ámbito suficientemente polivalente para asegurar una oferta integral. Tales instituciones, si persiguen con honestidad y empeño la calidad total; merecen la máxima autonomía y el mayor apoyo posibles.La organización de estos; procesos institucionales autónomos requiere plazos amplios de adaptación sucesiva y una adecuada previsión tecnológica, que permita incorporar todos los materiales y tecnologías, tradicionales y nuevos, que sirven para acceder al saber y asegurar una educación y un aprendizaje eminentemente personalizados. Esta tarea no es; nada fácil, porque no se ha acometido aún la inmensa tarea de programar y someter, desde el punto de vista didáctico, la cada vez más voluminosa información y conocimiento disponibles a los progresos de la epistemología y de la sociopsicología en relación con todas y cada una de las nuevas tecnologías, de la información y de la comunicación disponibles.El desafío de cada individuo, en tanto que sujeto del proceso de aprendizaje, es lograr y mantener su propia empleabilidad, asumir plenamente sus responsabilidades y compromisos, acrecentar su cultura y ejercer en plenitud todos sus derechos, todo ello ayudado por una educación permanente o recurrente a lo largo de la vida. Cada alumno tiene, por tanto, también el deber y el derecho de plantearse, de acuerdo con sus circunstancias y posibilidades, en qué medida la oferta educativa y sus personales oportunidades de aprendizaje permiten realizar su proyecto de vida, en vez de limitarse a seguir un programa de estudios hasta obtener un título, en espera de que se le abran puertas para un empleo, además de ofrecerle oportunidades culturales y de participación social.
Por último, y en todo caso, la máxima prioridad en cualquier innovación o reforma futura debe corresponder a la formación y al, perfeccionamiento del profesorado. Esa prioridad se reconoce unánimemente en todos los casos, al menos de palabra, y se plasma especialmente en la enumeración de las funciones que el profesorado debe asumir. La lista de esos deberes suele ser muy extensa, formulada en escritos especializados, congresos pedagógicos, reuniones internacionales o normas legales. En cierto modo, ya casi todo está dicho o escrito. Sin embargo, rara vez va debidamente acompañada la lista de deberes de una lista de derechos y, menos aún, de asignaciones presupuestarias efectivas o de nuevos medios materiales puestos a disposición del profesorado, junto con orientaciones metodológicas y didácticas, así como de una sólida formación en nuevas tecnologías, además de. los correspondientes estímulos de todo tipo para inducir a su aplicación efectiva y eficaz.
La función tutora del profesorado necesita extenderse no sólo a los discentes, sino también a todos los asociados en el proceso educativo, empezando por los padres, miembros de la comunidad, instructores o colaboradores ocasionales para, actividades extraescolares durante la educación general o para enseñanzas prácticas altamente especializadas en centros de enseñanza superior, por ejemplo.
Por lo que se refiere a los valores éticos y morales que ejercitan los educadores, éstos están siempre influidos por los valores que proclama y ejerce la sociedad, si bien sigue siendo frecuente entre los educadores una coherencia mucho mayor y a niveles de exigencia muy elevada dada la conciencia de ejemplaridad que esta profesión conlleva. De ahí que resulten muchas veces irónicas las reflexiones éticas o morales que se dirigen al magisterio a la hora de las grandes reformas sin reparar que son seguramente ellos quienes debieran reunirse para formular documentos similares dirigidos al conjunto de nuestras sociedades de hoy, tan desasidas de valores y tan necesitada de su práctica diaria.
La tarea pendiente, o más bien la tarea renovadora a acometer, es, por tanto, ingente a la vez que ilusionante. Tenemos que contribuir al nacimiento de un mundo nuevo, del planeta todo, ante la civilización global que está emergiendo. La oportunidad está ahí, al alcance de la mano.
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