Los usos de Moreiras
EL JUEZ de delitos monetarios, Miguel Moreiras hizo ayer honor a su merecida fama de juez versátil. En el corto espacio de unas horas adoptó dos medidas radicalmente contradictorias entre sí: decretar la prisión preventiva contra Mario Conde y ordenar su puesta en libertad sin fianza.Si fuera la primera vez que este juez hace una cosa y lo contrario al mismo tiempo habría motivos, para extrañarse. Pero contradecirse en sus resoluciones es su habitual forma de comportarse. Lo demuestran sus erráticas decisiones en casos como el de las facturas del IVA, en enero de 1992, cuando difundió una lista de más de 600 sociedades presuntamente compradoras de facturas falsas que no lo eran, las marchas y contramarchas en relación al caso KIO, el de las cesiones de crédito del Banco Santander, el estrambótico caso Brokerval, etcétera. Sin olvidar el espectacular y arbitrario encarcelamiento del empresario Benedicto Alfaro en plena boda de su hija.
Sin duda, la excentricidad y el afán de notoriedad se llevan bien con la personalidad de este juez, aunque muy mal con el rigor y la ponderación que deben caracterizar los modos de impartir justicia. La inamovilidad del juez es una garantía básica para su independencia, pero no puede ser un escudo para actuar impunemente y como le venga en gana. Y eso, y no otra cosa, es lo que hizo ayer el juez Moreiras con su rocambolesca actuación con Mario Conde. El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), con la debida prudencia, debería tomar alguna iniciativa al respecto. La imagen de la justicia está en juego. Y los derechos de los justiciables, se llamen o no Conde. No había razón alguna para decre tar ahora su ingreso en prisión.
La decisión de Moreiras de enviar preventivamente a la cárcel al ex presidente de Banesto por el caso Argentia (supuesta apropiación indebida de 600 millones de pesetas pertenecientes al banco) olía terriblemente a oportunismo y era siempre tardía. Ni el momento ni las circunstancias en que se producía justificaban tan drástica medida.
Las decisiones de Moreiras son a menudo oscuras. De ahí que quepan sospechas sobre sus motivos. Es notoria su ansiedad por quedarse todo el caso Banesto: el caso Argentia, que instruye, y el caso por estafa y apropiación indebida de 7.000 millones de pesetas que instruye el juez García-Castellón. No debe caber duda alguna después de lo habido de que García-Castellón ha de concluir la instrucción del caso. Todo lo demás es dar pábulo a sospechas.
Porque ayer, precisamente ayer, se reunía el Consejo del Poder Judicial para dar luz verde a la creación del Sexto Juzgado de la Audiencia Nacional, requisito indispensable para que García-Castellón pudiera hacerse cargo del caso. Las coincidencias existen, pero en el caso de Moreiras -y Conde- no parece extemporáneo pensar en otras causas, que no la exclusiva del azar. Son un misterio las razones que llevaron al juez a tomar la enérgica decisión de llevar al ex banquero a Alcalá-Meco. Si se trataba de asegurar la presencia de Conde en el juicio por el caso Argentia, está garantizada con las medidas adoptadas hace tiempo por el juez García-Castellón. Hay una fianza de 2.000 millones de pesetas, la retirada del pasaporte y la obligación de presentarse al juez cada 15 días. Condiciones que Conde ha cumplido siempre.
Cabe una última interpretación, basada en las declaraciónes del propio Moreiras al final de la agitada tarde de ayer. Según el juez, la decisión de puesta en libertad de Conde vendría marcada porque tras el auto de prisión, el ex banquero decidió hablar y prestar una nueva declaración. De ser así, la utilización como coacción de la orden de prisión no deja de ser una interpretación muy sui géneris de este recurso le gal. No es, por desgracia, poco común última mente desde que algún juez, como Garzón, ha utilizado este método hasta la saciedad para lograr completar sus instrucciones en el sentido deseado. La primera decisión de Moreiras era absolutamente desproporcionada. La segunda, incomprensible. De ahí que quepa sospechar que han sido adoptadas por motivos no es trictamente procesales. Una vez más.
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