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Una bomba estalla en París poco después del entierro del presupto terrorista Kielkal

Enric González

La muerte de Jaled KeIkal, enemigo público número 1 hasta que fue abatido a tiros el viernes pasado, fue conmemorada ayer de dos maneras muy distintas. En un pequeño cementerio cercano a Lyón, la familia Kelkal enterró en silencio al joven de origen argelino. En París, horas más tarde, estalló una bomba, la séptima colocada en Francia desde julio. El atentado, que causó heridas a 13 personas, estaba cargado de simbolismo: se produjo junto a la estación de metro de Maison Blanche, precisamente el nombre del suburbio lyonés donde fue acribillado KeIkal por la policía.

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Fue un nuevo capítulo de la otra guerra de Argelia que se libra en territorio francés. La bomba estalló a las cuatro de la tarde. Consistía en una bombona de gas cargada de metralla oculta en una papelera. Un cartero descubrió un paquete sospechoso y avisó a la policía, que dispuso de menos de un minuto para despejar la zona. Según fuentes policiales, la alarma permitió evitar una matanza. En opinión del ministro de Justicia, Jacques Toubon, no cabía duda alguna sobre los autores del atentado: la bombona con metralla había sido utilizada por los extremistas vinculados con el Grupo Islámico Armado (GIA) argelino desde que en julio, con una salvaje explosión en la estación de metro de Saint-Michel, comenzó la campaña de terror.Una vez llegados al lugar, el 121 de la Avenida de Italia, los gendarmes dispusieron de unos 40 segundos para despejar los alrededores de la papelera sospechosa. La explosión hirió a 12 personas, entre ellas dos policías. Ninguno de los heridos parecía anoche en peligro de muerte. El lugar donde se colocó la bomba no sólo era simbólico por el nombre de la esta ción de metro contigua, Maison Blanche, sino por la proximidad del domicilio del rector de la mezquita de París. El rector, jeque Haddam, ha sido muy criticado por la población franco-argelina por su silencio tras la muerte de Kelkal.

Quejas del mufti

"El rector de París ya no me recibe. El rector de París no ha dicho nada de Kelkal, un hermano musulmán y un hombre, fuera o no criminal. El rector de París participa en el bloqueo al que nos somete el poder", decía ayer, indignado, el mufti Kaniel Mansour, delegado de la mezquita de París en la región lyonesa, a pocos metros de la tumba de Jaled Kelkal. "Exigimos diálogo con las autoridades, diálogo sobre el terreno y acerca de nuestros problemas", siguió Mansour. "Hasta ahora, la administración ha respondido a nuestras quejas de marginación instalando mesas de pin-pon y futbolines, y estamos hartos de eso". Mientras hablaba el mufti, un hombre de 40 años ataviado con ropaje religioso, un grupo de jóvenes franco-argelinos asentía a su alrededor.Mansour insinuó que él sabía, o podía haber averiguado fácilmente, el escondite de montaña donde se ocultaba Jaled Kelkal durante las semanas de agosto y septiembre en que fue el hombre más buscado de Francia. "Podía haber negociado con él, podía haberle convencido de que se entregara.

Pero la policía no quiso saber nada de mí, ni de ningún miembro de la comunidad. Kelkal podía haber sido capturado vivo, pero quizás prefirieron que muriera", dijo.

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Kelkal era buscado por su implicación en un atentado frustrado contra un tren de alta velocidad. La bombona de gas portaba las huellas digitales del joven, conocido por la policía a causa de asuntos de gamberrismo y diversos delitos menores. La rápida transformación de un pequeño delincuente en terrorista asombró a la policía y a la opinión pública francesa. Fue una primera señal del desconocimiento general sobre la situación en los barrios norteafricanos, donde la marginación es caldo de cultivo de fanatismos religiosos.

El presunto terrorista recibió 11 balazos, dos de ellos con bala de perdigones para cazar jabalíes, durante su último enfrentamiento con la policía, el viernes 29 de septiembre. Dos días antes había escapado a tiros de un control policial. La muerte de Kelkal fue ofrecida casi en directo por la televisión, con imágenes que hirieron a gran parte de la comunidad musulmana: uno de los paracaidistas de la gendarmería volteó su cadáver de una patada.

Luego se supo que una cámara había captado un inquietante grito de un gendarme: "Finis-le" ("¡Remátalo!"). La cadena de televisión M6, en posesión del fragmento, optó por no emitirlo. Para muchos, en los barrios franco-argelinos, fue la confirmación de que Kelkal había sido ejecutado a sangre fría. Las posteriores declaraciones de Jean-Louis Debré, ministro del Interior, atribuyendo a Kelkal una participación "directa o indirecta" en diversos atentados sin aportar prueba alguna de ello, colmaron el malestar en los centenares de pequeñas Argelias diseminadas por Francia.

"Jaled Kelkal es un héroe. Espero que vaya directamente al paraíso y que otros, hombres o mujeres, tomen su relevo". Nadia, de 24 años, antigua compañera de colegio de Kelkal, reflejaba con sus palabras la inmensa grieta abierta entre la Francia blanca y la Francia norteafricana. La joven caminaba por el cementerio lyonés de Rilleux-le-Pape con su amiga Ghania tras asistir al entierro de Kelkal. La inhumación de Kelkal fue breve, dolorosa y sin incidentes.

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