Exterminadores sin causa
Desde 1989, año en el que un perturbado mató con su rifle, en el plazo de media hora, a catorce personas, los franceses se han ido topando, cada vez con mayor frecuencia, con asesinos multitudinarios y gratuitos. Psicólogos y psiquiatras acuden a las comisarías, las emisoras de radio y a la televisión en un intento de buscar la. causa de crímenes incomprensibles.Eric Borel tenía en su casa abundante propaganda fascista y en las paredes de su habitación un manifiesto de Adolf Hitler ocupaba el lugar del ángel de la guarda.
El llamado "desarraigo social" y la "explosión de la célula familiar" compiten con el paro y la droga a la hora de dar sentido a lo que no lo tiene, al descarrilamiento de un vagón que no era distinto de tantos otros, que siguen los raíles.
Hace tres años fue H.B., Human Bomb, un encapuchado que secuestró a los alumnos de un parvulario de París y amenazó con hacer saltar el centro por los aires. La policía consiguió acabar mientras dormía. Luego han venido las explosiones en el metro, en las escuelas o en los mercados, según la policía por razones político-religiosas, oficialmente sin reivindicación alguna, es decir, por el puro deseo de ver morir a inocentes.
Para Eric, preso de un sistema narcisista que le impedía ver a los demás, para los supuestos comandos del Grupo Islámico Armado (GIA), para Human Bomb o para el recordman francés del crimen sin causa, no hay inocentes. Todo el mundo participa en una conspiración de la que ellos, su país o su religión son las víctimas.
La opinión pública ha descubierto con estupor que en ciertos barrios los escolares van armados a la escuela, que las pistolas circulan entre bandas de adolescentes, que las diferencias entre jóvenes que pretenden controlar el tráfico de droga o de objetos y robados se resuelven a tiros.
Cinco, diez años atrás, los litigios se resolvían con los puños, ahora con pistolas. Es el retorno de una dialéctica famosa.
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