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Un francés de 16 años mata a doce personas y hiere a otras ocho antes de suicidarse

El poeta Paul Nizan prometía acabar con todos aquellos que dijeran que la juventud o la adolescencia eran los periodos más felices de la vida de una persona. Eric Borel -de 16 años y vecino de Solliés-Pont, cerca de la frontera italiana y de la costa-, que ayer mató a doce personas e hirió a otras ocho antes de suicidarse, sabía sin duda de esa angustia adolescente. El sábado por la noche, armado con un martillo y un bate de béisbol, acabó con sus padres y su hermanastro de 11 años. El hermano mayor fue quien encontró los tres cadáveres y denunció el hecho. La policía empezó a buscar a Eric sólo como testigo.

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Cuando llegaron a la casa de los Bichet, apellido del padrastro, la hipótesis del súbito enloquecimiento del muchacho no cruzó la mente de los agentes. "Era un chico totalmente normal, sólo un poco reservado, un tantillo taciturno", explica un vecino con el que los Bichet compartían la vista sobre el cementerio municipal. Los compañeros de escuela de Eric no aportan otro tipo, de precisiones: "Le veíamos sólo en clase. Luego se iba, a su casa. Casi siempre andaba solo, se limitaba a saludar cuando llegaba o se iba. Sé que tenía problemas familiares".Eric abandonó la casa-tumba de noche, con un fusil de caza bajo el brazo. Nadie sabe lo que el muchacho hizo durante las horas nocturnas pero sí que luego, por la mañana, poco después de las ocho, estaba en Cuers, a siete kilómetros de su pueblo. "Le vi pasar desde el interior de mi tienda", cuenta Fréderic Bares, el propietario de la papelería del pueblecito, "y parecía muy tranquilo. Ni me di cuenta de que iba armado hasta que disparó contra un jubilado. El hombre se derrumbó de golpe y él siguió su marcha". Un delirio calmo, de terminado, propio de quien ha roto con su mundo y ha emprendido un viaje que sin retorno.

En el bar del pueblo, el camarero acaba de servir a uno de sus clientes habituales el primer café del día. Oye las detonaciones y sale a la terraza, a comentarlos con él. "Vi que. Mario tenía sangre en la boca y la mirada extraviada. Pensé que se encontraba mal pero no me dí cuenta de que le habían disparado". El ángel exterminador sigue su camino, asesina a una mujer que paseaba el perro, dispara contra otro transeúnte y, al ver que sólo le ha herido en la pierna, acude a darle eltiro de gracia. Otra mujer tiene la desgracia de coincidir con él en la calle porque ha salido a recoger el cubo de la basura. Otras cuatro personas correrían la mis ma suerte. Tres de los heridos se hallan en estado crítico.En Cuers, una localidad de 7.000 habitantes, a unos 20 kilómetros de Tolón, en la Costa Azul, todo el mundo dice estar "traumatizado", "no entender nada" y se pregunta sobre el por qué de esa explosión de violencia, como si hubiese uña buena respuesta para la locura o el crimen. "No, gritaba ni amenazaba, iba caminando a su aire, cargaba el fusil sin apresuramiento" narra una mujer que luego vio a Eric "como si se hubiese cansado, optó por dirigir los cañones contra sí mismo".

Al margen del oscuro por qué de una carnicería comenzada en el hogar, no menos misteriosa es la actuación de la policía, que no fue capaz de localizar a lo largo de toda una noche a un adolescente que erró varias horas a pocos kilómetros de su casa. Extraño es también que la llegada a Cuers de Eric pillase por sorpresa a los gendarmes, máxime cuando el adolescente ya había disparado, desde lejos, pero con intención de herir, contra gente que vivía en las afueras del pueblo. Se dijo que se le había confundido con un cazador, pero el error es, en todo caso, grave.Ayer, los datos que se filtraron sobre el suceso fueron escasos y contradictorios, como si existiese la posibilidad de que se estuviera asistiendo a una conspiración criminal y conviniese guardar el secreto mientras se buscaba a otros posibles culpables.

A última hora parecía que dos de las víctimas eran adolescentes amigos, de Eric, con el que intentaban formar un grupo musical. La policía daba a entender que el que hubiesen sido tiroteadas en la calle se debía a un azar trágico.

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