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"No soy un escritor inocente", afirma Umberto Eco

El autor italiano revela los trucos de su novela 'La isla del día de antes'

"No soy un escritor inocente, nadie puede serlo hoy", dijo a EL PAÍS, hace más de diez años, Umberto Eco. Entonces aparecía El nombre dé la rosa, la primera novela de un ensayista de enorme brillantez. Hoy, a 10 días de la presentación en Madrid de La isla del día de antes (editorial Lumen), Eco se confirma como novelista, muestra alguno de los trucos de su complejísima tercera novela (en medio, El péndulo de Foucault) y, bromeando, a la vuelta de sus vacaciones en el norte de África, reemprende esa especie de "campaña contra la inocencia" que reivindica el origen "literario" de la literatura.

Quizá por lo barroco, por el continuo juego de espejos, la novela es la que Borges hubiera escrito, de escribir novelas. Hasta en el elogio del café. "Nunca he ocultado mi amor por Borges", dice Umberto Eco, "y ciertamente su influencia se siente en todo lo que escribo. Pero en este último libro no he pensado mucho en él, estaba el mundo barroco para ofrecerme la idea del sosias, de las novelas que exigen ser escritas, del relato den tro del relato, de los espías, etcétera. Y esto vale también para el café: qué yo sea un buen bebedor de café no es lo más importante. Es que justo aquel siglo se puso de moda y todo el mundo hablaba de ello". "Mi novela", dice, "es muy poco inocente, porque crece sobre una literatura barroca vastísima, la retoma, tal vez la critica, la párodia, quizá se deja fascinar por ella". "Sé muy bien", añade cuan do se le menciona lo próxima que resulta la traducción española, los equivalentes de nuestro barroco, "que en las traducciones mi novela se ha transformado. De hecho, he incitado a los traductores, a buscar palabras, ejemplos, metáforas, en las literaturas de sus países. Esto habrá provocado efectos curiosos: por ejemplo, mi traductora al ruso me decía el otro día que, para encontrar sus equivalentes tuvo que acudir al siglo XVIII y no al XVII. ¿Cuál será el efecto en los lectores rusos? No lo sé. Yo sé que Helena Lozano, que ha hecho la versión en castellano, ha logrado un trabajo verdaderamente creativo; creo que para hacer esta traducción ha tenido que leer tanto que se habrá convertido en la máxima, conocedora del barroco español. Y discutiendo con ella, he visto cómo a veces, adecuando el lenguaje a otra cultura, una cierta frase, una cierta imagen, adquiría una fuerza distinta".

El manuscrito

Como en El nombre de la rosa, usa Eco el recurso literario del manuscrito, sólo que con otra función: "Allí lo usé irónicamente, y ya he dicho que hasta Los novios de Manzoni se presenta como la transcripción de un manuscrito. En esta novela cito irónicamente lo que ocurre en El nombre de la rosa. Si allí el tinglado del manuscrito era presentado de modo verosímil, aquí está claro que el manuscrito me lo estoy inventando yo -incluso lo digo expresamente al final-, y que, finalmente, estoy contando la historia de un novelista que debe inventarse la historia de un manuscrito para escribir una historia nada inocente. Yo no sabía cómo escribir un libro que se desarrolla en el barroco. ¿En mi lenguaje de hoy? Se perdería el sentido histórico. ¿En la lengua del barroco? Hubiera sido insoportable. Entonces, yo, autor, me pongo en escena como voz narradora que tiene. delante un texto barroco, cita apenas algún párrafo, lo refuta, lo critica, pero continuamente queda prendido en la fascinación del juego. Se habrá dado cuenta del paso en que Roberto y otros no hablan "en barroco", sino en el lenguaje científico de la época, que no era barroco, y en los que soy yo quien comenta las cosas que le ocurren, en barroco... Pensaba en una estructura que permitiera que al principio Roberto pensara muy barroco y yo lo traducía a la lengua normal y después, poco a poco, Roberto iría pensando cada vez menos barroco, y yo, cada vez más. No sé si lo he conseguido".

La novela de Eco tiene una estructura muy compleja, y no sólo son los tiempos o las aventuras, las discusiones de los más extraños temas rigurosamente situadas en su momento, o las perspectivas de autor las que consiguen esta complejidad. Casicomo ejemplo, precisa, hablando de los nombres: "Cuando escribo una novela debo darle nombre a los personajes y, la verdad, no consigo escogerlos al azar. Necesito tener unas reglas, unos códigos, no importa que sean secretos: me sirven a mí, no a los lectores. Así, en esta novela la mayoria de los personajes. tienen nombres que convocan a Robinson Crusoe. Robin es un diminutivo de Robert, pero el robin es también un pájaro americano, que en latín se llama Turdus migratorius, en francés grive y en alemán wanderdrossel [y en castellano, zorzal]. He aquí incluso por qué el capitán inglés se llama Byrd. La expresión inglesa 'the widow's Crusoe' es el equivalente de la expresión italiana 'pozzo di san Patricio', y ahí está eI porqué del nombre de la familia de Roberto". Efectivamente, son los Pozzo de San Patricio, y Roberto, de Greve. Pero en esa críptica relación hay dos historias ocultas: el pozo de san Patricio equivale al ambiguo "pozo sin fondo" castellano, y la viuda del dicho inglés es esa viuda pauperrinia y bíblica que tuvo un milagroso tarrito de aceite, sin fondo, que le permitía sobrevivir... Pero no se asusten: son, ya lo dice Eco, "códigos personales", y sigue: "Quise continuar el juego con los nombres de las naves: casi al final, decidí asignarles los de las arias para flauta de Jakob van Eyck, un flautista ciego de la época. Es el mismo que Roberto encuentra en la catedral holandesa, y, por otra parte, el barco a que llega Roberto es un fluyt o flute o flauta. Amarilis, Daplme y Tweede Daphrie son composiciones de Van Eyck, que asocio a la flauta-barco.

Zona caliente

La Italia en la que comienza la acción es una Italia que todavía se está fraguando, una zona caliente donde se confrontan los grandes poderes de la tierra, y están particularmente presentes los españoles. Y la mar donde ambiguamente termina, la mar antípoda del, "día de antes", está también en el límite del imperio donde no se ponía el sol. "A decir verdad, no me he propuesto representar a los italianos, ni a los españoles, ni a los franceses", agrega Umberto Eco. "Mi problema era ¿qué puede hacer un hombre solo, en una nave desierta, frente a una isla que no puede alcanzar? Eso es todo. Una vez que decidí, por varias razones, que la historia debía desenvolverse en el siglo XVIII' me encontré con los españoles, los italianos y los franceses como eran entonces. Del asedio de Casal existen dos crónicas, día por día, una de parte española y la otra francesa. Las dos cuentan los mismos hechos, pero, obviamente, desde distintos puntos de vista. En estas crónicas del pasado he encontrado a mis personajes. Si después tú, española, tienes la impresión de que lo he escrito 'para vosotros', estupendo, para un autor ésa es una enorme satisfacción. Gracias".

Es barroca la historia, en la que este joven italiano enamorado que naufraga en un barco desierto, mirando una isla que no puede alcanzar por muchas clases teóricas que tenga sobre aprender a nadar (¿a escribir?), se tropieza con la refutación del tiempo, el problema del punto fijo de la Tierra y el Sistema Solar, y las verdaderas medidas del planeta, entonces un auténtico secreto de interés estratégico. Roberto es espía, como lo fue, Quevedo; como lo fue Villamediana. Espía en el mundo de la visión, fotófobo aquejado del exceso de realidad de quien ve lo nunca visto. "Para filósofos como Gassendi (el canónigo de Digne que Roberto conoció en París)", dice Eco, "la visibilidad se transmuta en la garantía de la certeza científica. El XVII es ciertamente el siglo de la visión, de las ilusiones ópticas, el siglo del telescopio y el microscopio... Sea la verdad (científica) o la ilusión (artística), se realizan a través de la visión. Y Roberto, que no sabe nada, que no sabe dónde está, ve, mira, mira y ve, y describe lo que ve, del cielo al mar".

Se trata de una "obra abierta" tal como él mismo la. ha teorizado. Preguntado sobre cómo le gustaría ser leído, dice: "Si como usted misma entiende, ofrezco al lector muchas posibilidades de lectura, ahora no debe pedirme una privilegiada. No la tengo".

La risa, el infierno y la literatura

El infierno de Ferrante, el sosias malo de Roberto de Greve, es un ocaso sin final que contradice la desesperanza y donde el horror es, precisamente, ese atisbo de esperanza final. Dios, dice, ni se ríe de los condenados. Tara cuando cumpliera 60 años dejó Umberto Eco la escritura de un "tratado sobre la risa", y dice: "Efectivamente, lo dije cuando tenía 40, o 50, en la tentativa de remitir al infinito un desafío que me parecía imposible. Después he pasado los 60, y no pienso decir que escribiré ese tratado a los ochenta....El hecho es que de El nombré de la rosa en adelante he comenzado a reflexionar sobre la risa y a escribir 'en cómico'. En estos 15 años he escrito incluso algunos borradores sobre varios aspectos de lo cómico. En suma, he comprendido que el tratado no se hará, y posiblemente no pueda hacerse, y, sin embargo, el problema de la risa- puede ser afrontado desde múltiples y pequeños puntos de vista".En cuanto al del infierno, hay uno, próximo, si es que Babel es un infierno, el del Internet. El autor de Apocalípticos e integrados, teorizador del Medievo y maestro indiscutido de semiótica, dice: "El Internet se presenta como un extraordinario y nuevo medio de circulación de la información, con dos peligros: que el exceso de información la vuelva inutilizable, y que la completa anarquía que rige el sistema -y que es su aspecto más positivo- no permita reconocer la información interesante y útil entre la especulación comercial o la locura individual. En el plano literario, se habla del uso del In ternet para la construcción de historias colectivas, con la posibilidad de cambiar la trama o de tomar varios planos narrativos al mismo tiempo... Yo pienso que estos ejercicios serán divertidos e incluso útiles desde el punto de vista del ejercicio literario. Pero la belleza de la historia escrita -o contada- no está en que cada uno pueda imaginar una solución diversa. Lo hermoso de la historia escrita es que los lectores imaginamos soluciones posibles sólo donde el autor suscita nuestra curiosidad".

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