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FERIA DE ALBACETE

Rivera les arrea

El derroche de torería y testosterona que había mostrado Francisco Rivera Ordóñez frente al tercer bicorne de la tarde, de nombre Asustón, prendió en sus compañeros de cartel, Espartaco y Julio Aparicio, quienes tras la obligada y tradicional merienda a mitad de festejo salieron arreando. El cotarro, tan entregadísimo con el hijo de Paquirri como el enrabietado coletudo toda la tarde, agradeció que zurrase a sus teóricos competidores, aunque éstos finalmente no brillaran en exceso, sobre todo en el caso de Espartaco, y en el de Aparicio todo fuese un leve espejismo.El nieto de Ordóñez ya había dejado en evidencia también a Aparicio al lancear con donosura al primer enemigo de éste, un animal casi acome, y con el que Aparicio había fracasado en su intento de quite anterior y naufragó después por la franela por su exceso de reflejo era la blanca palidez de su demudado rostro.

Zalduendo / Espartaco, Aparicio, Rivera

Cinco toros de Zalduendo (uno rechazado en el reconocimiento), justos de presencia, manejables excepto sexto, manso y peligroso. Segundo de Jiménez Pasquau, terciado, noble y sospechoso de pitones.Espartaco: silencio; oreja. Julio Aparicio: pitos tras aviso; bronca. Rivera Ordóñez: oreja; ovación. Plaza de Albacete, 14 de septiembre. Octava de feria Lleno.

Aún mejoró Rivera su actuación con el capotillo que maneja en el tercero, al que aguantó sin enmendarse que le pusiera los pitones en el cuello. Cuando el bicho se rajó al comienzo de la faena con su muletilla, Rivera apostó por la impávida quietud y el altanero aguante, siempre encunado entre las amenazantes astas, lo que provocó que el dogal de la angustia casi rompiera los corazones de los espectadores, tan asustados como Asustos. La mala suerte con su lote se amplió en el sexto, una desgracia con cuernos, una infamía con problemas en la vista y que podría traer llanto. Frente a él, Rivera sólo pudo demostrar nuevamente sus agallas y nada más pudo hacer.

Mucho más sí debió desarrollar Espartaco frente al cuarto, con el que salió a tope ya espoleado por el triunfo de Rivera en el anterior. Anduvo decidido y templado, sí, pero también vulgarote, sin ajuste y tan ventajista y despegado que el cuerpo del torero citaba en Ciudad Real y el bicho salía por Murcia. Con el que abrió plaza Espartaco ninguno tras permitir que su piconero lo asesinase.

Aparicio, tras motivarse con el quinto y darle distancia pareciendo que se iba a comer el mundo, repitió, corregido y aumentado, el fracaso de su anterior enemigo y evidenció cómo le domina la jindama por encima de los deseos de su cerebro.

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