Whisky y zarzaparrilla para la ballena blanca
Difícilmente podrían juntarse dos personalidades más opuestas que las de el escritor Ray Bradbury (Waukegan, EE UU, 1920) y su compatriota el director de cine John Huston (Nevada, 1906-Middletown, 1987). Idealista, fantasioso, ingenuamente reaccionario, Bradbury, autor de clásicos de la ciencia ficción como Crónicas marcianas y Fahrenheit 451, es aún un niño grande y sensible que cree en valores eternos de tanta enjundia como la zarzaparrilla en un porche de Illinois. Huston, violento, áspero, destrozó las vidas de muchos de los que le rodearon y edificó su filmografía con grandes dosis de genio, puñetazos y tragos de whisky. Bradbury y Huston, hombres de dos galaxias ideológicas y morales separadas por muchos parsecs de distancia, convivieron durante siete meses de 1953 en Irlanda, con el titánico encargo el primero de escribir un guión cinematográfico de Moby Dick, la novela de Melville, que debía convertirse (1956) en una de las grandes películas de Huston y la más difícil, según su propia confesión. El puritano escritor que tiene pánico al avión y a los coches, y el cineasta mujeriego y aventurero colisionaron profesional y vitalmente. Hasta tal punto que Bradbury acusó a Huston de usurpar la autoría del guión -en los créditos apareció firmado por ambos- y no volvió a dirigirle la palabra, para perdonarle, sino muy poco antes de su muerte. Ahora acaba de aparecer en España (Ediciones Minotauro) Sombras verdes, ballena blanca (Green shadows, white whale), la novela que Ray Bradbury escribió en 1992 sobre los días que pasó en Irlanda con Huston.
Impía empresa
El libro, que tiene su parte de fina venganza, pero que también destila poesía y amistad por los cuatro costados, ofrece mucha información sobre ambos personajes. Es también un canto al paisaje y las gentes de Irlanda y la crónica de un empeño no menos colosal e impío que el de capitán Ahab: reducir Moby Dick a un puñado de páginas filmables.De la magnitud del trabajo de Bradbury dan fe unos datos: leyó nueve veces las casi mil páginas de Moby Dick y escribió 1.500 para hacer los 150 del guión final, rehizo algunas escenas 30 veces, eliminó personajes, convirtió las descripciones y soliloquios que predominan en la novela en diálogo, y sufrió una crisis nerviosa.
La asociación de guionistas de EE UU respaldó a Huston ante la denuncia de Bradbury, considerando que la forma de trabajar del cineasta producía cambios sustanciales en cualquier guión.
Ray Bradbury ya había anunciado cuando visitó Madrid en 1991 que iba a explicar por fin en un libro cómo había sido su relación con Huston. Ese libro ha sido finalmente una novela autobiográfica, y una novela típica de Bradbury en la que abundan los elementos fantásticos, a menudo como historias dentro de la historia central (de hecho algunas partes han sido publicadas como cuentos autónomos).
La novela arranca con la llegada del protagonista, un joven escritor, a Irlanda. En la página 34 se produce el encuentro con John Huston, que aparece con su mismo nombre y del que se da la siguiente descripción: "Sus ojos se abrieron como platos cuando me vio. Su boca de chimpancé se abrió unos cuantos centímetros y el aire salió de sus pulmones en una bocanada impregnada de alcohol". En seguida el director y el escritor entran en materia. "H. G." -así denominaba Huston a Bradbury, por el escritor de ciencia ficción H. G. Welles- sugiere a Huston eliminar el personaje del parsi Fedallah, que tiene un papel importante en Moby Dick, y darle la mejor parte de la historia a Ahab. Están de acuerdo. Durante la cena, con Ricki -Enrica Soma, su cuarta mujer-, Huston cuenta anécdotas de España y humilla a su esposa (lo hará en otras numerosas ocasiones, con saña). "H. G." empieza a tener una idea de lo que se le avecina. Y recuerda la advertencia, idéntica a la que le hacen a Ismael en Moby Dick, de una extraña en una librería de Beverly Hills donde buscaba una edición manejable de Melville: 'No vaya a ese viaje. Conozco al director, se lo comerá vivo y escupirá sus huesos".
Bradbury se entrega en cuerpo y alma a su tarea, "con el arpón y la máquina de escribir".
A menudo, Huston secuestra al escritor para introducirlo en su vida mundana y hace gala de una crueldad que conmociona a Bradbury. "De día despellejaba a la Ballena, y leía a Marco Aurelio y admiraba su suicidio, y salía en taxi cada noche para discutir mis ocho páginas diarias de guión con el hombre que se levantaba de las mujeres para cabalgar en las cacerías".
Un día, Bradbury llega contento a la residencia de Huston: le han concedido un premio de literatura en Nueva York. El cineasta se burla de él ("hermano bastardo de Flash Gordon"), le impele a apostar el dinero en las carreras de caballos y le tacha de cobarde cuando este se niega horrorizado. Luego, conduce la conversación hacia la homosexualidad ("¿qué te parece eso, chico? No hay ningún hombre que no haya deseado alguna vez a otro"). El mismo John confiesa que le gustaba un guapo atleta del instituto. Bradbury no, y hace un retrato meridiano de su perfil moral: "Igual que mi amigo Ray Harryhousen, que concentró toda su libido en los dinosaurios, yo la puse en los cohetes, en Marte, en los extraterrestres y en una o dos desafortunadas muchachas que, cuando me decidí a leerles mis historias, huyeron muertas de aburrimiento". "No me lo creo", dice Huston. Y Bradbury se adentra por la peligrosa senda de la provocación: "Está bien. John, estoy enamorado de ti. Aunque eso es diferente ¿no?". Y Huston estalla: "Melville te vomitaría encima, Hemingway no se dignaría ni a mear a tu lado. Gallina".
Unos días después -prosigue el relato-, el ataque es más profundo. Huston afirma ante dos periodistas que Bradbury no se está tomando en serio su trabajo en el guión. "Era sólo una broma", justifica el director ante el deshecho escritor.
Sólo el milagro final, la conclusión del guión, cambiará la actitud de Huston. Bradbury conjura a Melville y escribe durante siete horas el último tercio del guión y rehace otras porciones. La descripción de ese arrebato es apasionante: "No había cansancio, sólo el fiero, continuo, gozoso y triunfante martilleo de la máquina, con las páginas cubriendo el suelo y Ahab gritando destrucción por encima de mi hombro derecho (...). Captura la gran metáfora primero, el resto te seguirá. No te preocupes de las sardinas cuando asoma el Leviatán".
Luego, va a ver a Huston y arroja las páginas sobre su regazo. El director las lee y sólo alcanza, a responder: "Jesús. Está terminado. ¿Te habló el viejo Herman al oído? ¿Cuándo empezamos a rodar?".
Babelia
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