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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

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POCAS PERSONAS han tenido ocasión de escuchar el relato de su propia muerte y poder luego comentar la experiencia. La llegada a Madrid de los tres españoles a los que, junto con otros dos observadores de la Unión Europea, se dio por muertos en Bosnia la semana pasada ha tenido la emoción de toda victoria sobre lo irremediable. Como ayer comentó con humor uno de los regresados de ese territorio del que no se suele volver, es una vivencia agradable comprobar la buena opinión que los demás tienen de uno, aunque sea en la forma de elogio fúnebre.De las explicaciones ofrecidas por los tres españoles se deduce que, en el mismo momento en que la agencia oficial de los rebeldes serbios de Bosnia difundía la noticia de su muerte, el pasado miércoles, estaban entrevistándose con las autoridades de Pale, su capital. Ahora sabemos que el aspecto surrealista de las imágenes televisivas de tal entrevista, que aquí conocimos 24 horas después, estaba determinado por la pretensión de sus interlocutotes de grabar en vídeo una eventual negociación sobre la liberación exigida por los observadores detenidos. Hicieron bien en negarse a discutir en esas condiciones.

También han precisado que si no fueron informados de la inminencia del bombardeo de la OTAN fue porque su último contacto se produjo el lunes 28, cuando aún se investigaba el origen del proyectil que había causado la matanza de 37 civiles en Sarajevo. De todas formas no se entiende bien que en unas circunstancias en las que el bombardeo era, si no seguro, sí probable, decidieran desplazarse a Pale, objetivo obvio de cualquier operación de represalia. El ministro Solana, en su comparecencia de ayer en el Parlamento, calificó esa decisión de "arriesgada y generosa" y acusó a las autoridades serbobosnias de haber presionado arteramente a los observadores para que hicieran ese desplazamiento.

Fue desde luego generosa, y lo confirma la noticia de que el embajador Sánchez Rau y los mandos militares García Esponera y Quintana volverán hoy mismo a la antigua Yugoslavia para seguir las gestiones que su captura interrumpió. Pero fue también arriesgada. La experiencia de estos días, como la de los cascos azules y observadores convertidos en escudos humanos con ocasión del anterior bombardeo, demuestra que los seguidores de Karadzic y Mladic no dudarán en capturar como rehén a cualquier persona desarmada si creen que pueden convertirlos en objeto de negociación. Es algo que habrá que tener en cuenta en posteriores misiones.

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Pero dicho esto, nada justifica los sarcasmos lanzados estos días contra el ministro Solana por los ventajistas que siempre aciertan a posteriori. El ministro consideró altamente improbable que los observadores pudieran haber sido alcanzados por fuego de los aviones de la OTAN cuando todos, incluyendo los más feroces críticos del ministro, daban por hecho que habían fallecido. Afortunadamente no fue así, pero algunos parecen haberse alegrado sólo porque ello les ha dado ocasión para exhibir su escolar sentido de la mordacidad.

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