Las obras del siglo XX cierran con gran brillantez el Festival de Salzburgo
Excelentes representaciones de 'Lulú', 'Barbazul' y 'Erwartung' en los últimos días
Con el Réquiem por un joven poeta, de B. A. Zimmermann, terminó ayer el Festival de Salzburgo. Al igual que en el estreno de esta obra en 1969, Michael Gielen (Dresde, 1927) estuvo al frente de la orquesta. El veterano director alemán había triunfado días atrás como responsable musical de Lulú, de Berg, ópera que gracias a una representación en que se integraron a la perfección teatro, música y voces, se ha convertido en uno de los espectáculos más redondos del festival, distinción compartida por el sorprendente doblete formado por El castillo de Barbazul, de Bartok, y el monodrama Erwartung, de Schónberg, en la versión musical de Dohnányl y escénica de Robert Wilson.
Peter Mussbach (1949), director de escena de Lulú, realizó una lectura conceptual y plástica con tendencia al desasosiego y la claustrofobia, pero sin perder nunca de vista la condición de espectáculo, de mirada distante y a la vez comprometida. Las líneas onduladas del telón rojo o la hojalata acanalada, y los movimientos a veces grotestos y en ocasiones desolados, nos sumergían en la terrible complejidad del drama. El cine estaba en el centro de las referencias. Se sucedían los homenajes en la escenografía y en una proyección filmada, donde se vocaba a Louise Brooks, la Lulú cinematográfica de Pabst, pero también a unas imágenes sobrias más propias de Bresson o Buñuel.Christine Scháfer (Francfort, 1965) fue un descubrimiento en su retrato psicológico y descenso a los infiernos como Lulú. De voz sensual y un cierto halo enigmático, salió a flote de la comprometida cita con una soltura prodigiosa para su corta experiencia teatral. Otro descubrimiento fue David Kuebler (Alwa). En el reparto convivían a las mil maravillas jóvenes valores con veteranos profesionales como Lipovsek (Condesa Geshcwitz) o Adam (Schigold). Gielen galvanizó a la Staatskapelle de Berlín, despertando admiración por una versión musical magistral, sobrecogedora por su tensión y emocionante por su espíritu.
Audaz apuesta
De signo muy distinto fue la audaz apuesta de Robert Wilson en el doblete Bartok Schónberg. Wilson es un poeta de la luz. Con elementos sencillos y con una enorme fantasía creó un clima de misterio, realzado por un movimiento ritual en el que destacaban el gesto y las posiciones de dedos o manos. Sobre todo en Barbazul cautivó hasta lo inenarrable. La soprano Jessye Norman compuso una protagonista trágica y poderosa en Erwartung, mientras Robert Hale y Markella Hatziano fueron una convincente pareja en la ópera de Bartok. Desde el foso, Dohnányi consiguió sacar brillantez, expresividad y refinamiento de una Filarmónica de Viena inmensa.La ópera del siglo XX se imponía así con estos dos espectáculos como una de las grandes triunfadoras de la presente edición del Festival de Salzburgo, un certamen que se ha saldado con un 100% de ocupación en el terreno operístico a pesar del elevado precio de las localidades (más de 50.000 pesetas las butacas de patio centradas). La empresa automovilística Audi ha aportado asimismo un millón de marcos alemanes (85 millones de pesetas), uniéndose al mecenazgo del festival liderado por Nestlé. Además, se ha consolidado la política de coproducciones con el consiguiente abaratamiento de costes: Lulú con Berlín, La travíata con Génova. En experiencias paralelas, como los dos centenares de becas para jóvenes de 16 a 24 años, se han editado dos magníficos programas de La traviata y Lulú con textos y dibujos efectuados por los propios jóvenes. A su financiación ha. contribuido una docena de pequeños patrocinadores.
El protagonismo de los divos se ha ido paulatinamente desplazando hacia los directores musicales. El avance de programación de la próxima, temporada con los Maazel, Solti, Boulez, Gardiner, Harnoncourt, Muti y Cambreling en el terreno operístico, y la confirmación para el 97 de Abbado, Salonen, Guergiev, etcétera, permiten concluir que, o mucho cambian las cosas, o a pesar de las permanentes intrigas en su contra, Mortier tiene cuerda para rato.
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