Belfast recupera la calma
El sol brillaba en Belfast cuando el uno de septiembre del año pasado la ansiada tregua del IRA entró en vigor. La ciudad, tan sombría la mayoría de las veces, se transformó de pronto en una plácida capital de provincia poblada por amables criaturas. Un año después, Belfast se ha afianzado en esa apariencia inofensiva multiplicada por el benéfico efecto de la desaparición de controles del Ejército británico en el centro de la ciudad.
Desde que el alto el fuego entró en vigor, la policía local -actualmente unos 13.500 efectivos para un pequeño territorio con poco más de millón y medio de personas- ha dejado de patrullar escoltada por el Ejército y se prepara para la reducción de un tercio de sus efectivos. Aún así, bajo la plácida imagen de paz -no exenta, de tensión- palpita la misma compleja realidad de un país dividido y poblado por atávicos odios. Durante julio y agosto, meses que en el Ulster son conocidos corno el tiempo de la marchas -marching season- se han producido algunos de los más violentos enfrentamientos de los últimos anos entre católicos y protestantes e, incluso, de protestantes y la policía local.
Unas 28 sedes de la Orden de Orange -una vetusta organización patriótica protestante- han sido incendiadas, frente a 21 iglesias católicas y 12 protestantes. Paramilitares republicanos han seguido tomándose la justicia por su mano, repartiendo palizas y amenazas en el seno de la comunidad católica -más de 190 apaleamientos en estos doce meses de paz-, y otro tanto aunque en menor número han hecho los paramilitares protestantes.
Con todo y con eso, la paz se ha mostrado como una poderosa droga capaz de crear adicción. Nadie está del todo contento con los resultados de estos doce meses, pero nadie quiere que la tregua se rompa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.