Cebada Gago etiqueta negra
El toro bravo existe. Salió en la corrida colmenareña y la afición pudo comprobar que es bonito. Saltaban a la arena los toros bravos de Cebada Gago y al verlos musculosos y proporcionados, con aquellas capas variadas y el pelaje lustroso, las cabezas armadas y astifinas, la cara guapa, el tranco largo, la embestida pronta al primer chulo que asomara por la lejanía, la afición decía ¡oh! La afición disfrutó mucho con el trapío irreprochable, el juego ameno de los toros marca Ce badaGago, etiqueta negra acreditativa de su casta excepcional.La afición decía ¡oh! o rompía a aplaudir, según. A veces ambas cosas a la vez, como ocurrió con el segundo toro, un castaño luminoso, cortejano, fino de cabos, adornado con armoniosa arboladura. O sea, un bellezón. Y, además, bravo. Los tres primeros, parejos en pinta y trapío, desarrollaron encastada nobleza. Bravura en sentido estricto, acaso no tanta, aunque tampoco podía saberse porque a los tres los asesinó la acorazada de picar.
Cebada / Silveti, Chamaco, Higares
Toros de Cebada Gago, con trapío,bien armados y astifinos, encastados y nobles. 1º y 4º premiados injustificadarnente con vuelta al ruedo. Alejandro Silveti: estocada (pitos); estocada corta trasera perdiendo la muleta, ruedas insistentes de peones y dos descabellos (aplausos). Chamaco: eltocada corta tendida y rueda de peones (silencio); estocada, honda caída y rueda de peones (silencio). Óscar Higares: bajonazo descarado y rueda de peones (silencio); estocada caída y rueda de peones (silencio). Plaza de Colmenar Viejo, 30 de agosto. 5ª corrida de feria. Dos tercios de entrada.
La tropa esa que se distingue por su brutalidad y por el malvado castoreño, han hecho imposible apreciar las caractetísticas de los toros, darles opción a que manifiesten su bravura disfrutar con este espectáculo singular y emotivo. La tropa esa ha liquidado a golpes de ordinariez y crueldad la grandeza de la fiesta.
La tropa esa, y los diestros que la comandan con igual culpa, pues contemplaban pasivos y consentidores la matanza. Alguno pretendía disimular. Fue el caso de Chamaco, que hacía histriónicos aspavientos indicándole al picador que levantara la vara, pero de ninguna de las maneras entraba él a deshacer el entuerto y salvar al toro del descuartizamiento.
Los aficionados colmenareños entendieron perfectamente lo que estaba ocurriendo allí y tras abroncar a los picadores, responsabilizaban a los diestros del desaguisado. De manera que no les pasaron ni una. Intervenciones capoteras, brega, colocación en el redondel, faenas de muleta, las examinó con lupa, siempre en función del comportamiento de los toros, y como resultó sencillamente extraordinario, los toreros llevaron todas las de perder.
Del toreo incoherente y aburrido de Chamaco, la afición ni siquiera tomó cuenta. De las crispaciones y destemplanzas de óscar Higares -que, en efecto, estuvo extrañamente nervioso, desconfiado y torpón-, dedujo que está a la baja y le mostró su indiferencia. De la superficialidad de Álejandro Silveti hizo reproche, pues la eÚcastada nobleza de los toros que le correspondieron reclamaba suertes de mayor fundamento. De todos modos, el espada mexicano instrumentó pases cambiados por la espalda y dio un tono alegre a sus variadas faenas, lo que no es poco, en estos tiempos de monótonos pegapases.
En correspondencia con su criterio, el público aclamó los toros de Silveti en el arrastre, pidió su vuelta al ruedo y la concedió el presidente. La verdad es que no era para tanto. La bravura cierta, que se, mide y proclama principalmente en el tercio de varas, no pasó de ser pura hipótesis. Un caso para debate, en base al supuesto de qué habrían hecho los toros si en lugar de acorralarlos y destrozarlos desde el jamelgo acorazado, hubieran caído en manos de lidiadores auténticos y picadores con torería.
Los toros bravos etiqueta negra de Cebada Gago no se comían a nadie y si uno le pegó una voltereta a Chamaco fue porque se descolocó el torero. Ni ese ni ninguno sacaron malas intenciones. Sólo pedían toreros que los torearan como mandan los cánones. Y resulta que ese es el problema. Ni las figuras, ni los espadas de segunda fila quieren torear como mandan los cánones. O quizá es que no saben; o que no se atreven. Buena está la fiesta.
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