La mayoría de las mas famosas dietas para adelgazar son inútiles, según los expertos
Los regímenes de Montignac, Carrà, Shelton o Cidon carecen de bases científicas
Ni las dietas milagrosas ni los avances de la genética pueden violar las leyes de la termodinámica: la única forma de adelgazar es comer menos calorías de las que se gastan. Los expertos en nutrición aseguran que la mayoría de las más famosas dietas carecen de fundamento científico. Cuando estos remedios prodigiosos funcionan, no se debe a que eviten la combinación de ciertos alimentos, si no a la sencilla razón de que son dietas hipocalóricas. Un curso sobre dietética en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander se ha llenado de voces escépticas ante presuntos milagros.
"Si quieres hacerte rico, inventa un producto dietético, y si es posible, que sepa muy mal", afirma el profesor de dietética Gregorio Varela. Los mitos sobre la dietética han existido desde la Grecia clásica -los atletas creían mejorar su, rendimiento comiendo carne de cabra montesa-, pero la proliferación en los últimos años de dietas de Montignac, regímenes de Shelton, sistemas de Rafaella Carrà o del doctor Cidón y monodietas de Harrop a base de plátanos, han convertido el campo de la. magia adelgazante en un lucrativo galimatías.En el mejor de los casos, estas dietas son inoguas, según Carmen Núñez y Angeles Carbajal, de la Universidad Complutense de Madrid, pero están basadas en argumentos falsos y a menudo ridículos. Así, la popular dieta disociada de Montignac -que no es médico, sino erripresario-, pretende que las grasas no se asimilan si no se ingieren junto con hidratos de carbono, ya que éstos son necesarios para estimular la producción de insulina. Según Núñez, ese argumento es simplemente falso, menos para los pacientes de diabetes.
La justificación teórica de otros métodos hace parecer sería, por comparación, la idea de Montignac. La llamada dieta de Rafaella Carrá, por ejemplo, sostiene que nada engorda si se come antes de las ocho de la mañana. La monodieta de Harrop consiste en tomarse en un día un litro de leche y seis plátanos, combinación a la que se atribuye -infundadamente- la propiedad de estimular el tiroides. La palma se la lleva la dieta del ajo: un diente de ajo en el ombligo para que pique cuando se come demasiado.
Peligros
Otros métodos pueden ser peligrosos. Un ejemplo es la dieta del doctor Atkins, que suprime los hidratos de carbono y produce acidosis metabólica, subidas de colesterol, aumentos del ácido úrico y obstrucción intestinal. Los autores de la dieta de la cerveza -ingerir dos litros y medio de ese líquido al día- tienen al menos la precaución, de aconsejar a no salir de casa en el tratamiento."No hay milagros", concluye Varela, "adelgazar no es fácil, y a veces ni siquiera es razonable". Quien quiera perder peso, sin embargo, dispone de un método de sólidos fundamentos científicos: comer menos de lo que se tiene por costumbre. Lejos de los milagros y de las recetas mágicas, las dietas hipocalóricas -ingerir menos energía de la que se gasta- sólo tienen un secreto: que el paciente supere el mortal aburrimiento.
Si el fin no justifica los medios, ponerse a dieta parece una manifiesta inmoralidad: la temperatura corporal baja, el metabolismo basal se aminora, la actividad física espontánea se reduce al mínimo, y lo único que sube es el mal humor.
Pero si perder peso es un tormento, volverlo a ganar es poco menos que una maldición. El 95% de los obesos que se someten a dietas hipocalóricas acaban por reincidir y vuelven a recuperar el peso, generalmente con una propina de unos cuantos kilos.
"La obesidad no tiene cura", señala Olga Moreiras, profesora de nutrición de la Universidad Complutense de Madrid. Adelgazar es un tratamiento meramente paliativo, y recaer en la gordura está asegurado una vez suspendida la dieta. "Uno sigue miope cuando se quita las gafas", dice la profesora. ¿Desesperante? Moreiras ofrece una solución: "Los gordos suelen dividirse en los que gustan, los que dan risa y los que dan pena. Lo mejor es relajarse e intentar ser del primer grupo".
Parte de las causas de este fatalismo corresponde a la herencia genética. Algunos gemelos manifiestan una similar propensión a la obesidad, aun cuando hayan sido, separados al nacer y educados en familias distintas. Recientemente se han descubierto varios genes relacionados con la propensión a engordar, y cuya función está relacionada con la sensación de saciedad. La proteína que produce uno de esos genes ha demostrado efectos espectaculares al ser inyectada en ratones obesos (ver EL PAÍS del día 28 de julio).
Hay que recordar, sin embargo, que la existencia de estos genes no implica un determinismo estricto, sino únicamente pone de manifiesto una propensión a la obesidad. Como señala Moreiras, "una persona no engordará, por más que esté genéticamente predispuesta, si no ingiere más calorías de las que consume".
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