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Entrevista:

"En Bosnia me repetía: ¿cómo no he venido antes?"

Alberto Fernández Liria se fue a Mostar para ayudar a las personas afectadas mentalmente por la guerra y una de ellas le pegó un tiro por la espalda. Desde junio reconstruye las imágenes del "dolor a lo bestia" que vio en Bosnia, en una pequeña habitación del hospital Gregorio Marañón, de Madrid, donde curan :sus heridas. Era la primera vez que este psiquiatra madrileño, de 40 años, se lanzaba al voluntaeriado. Mitad coraje humanitario, mitad reto profesional, Alberto se preguntaba una vez allí por qué demonios había ido. "Pero enseguida me di cuenta de que la pregunta era, en realidad, ¿cómo no he venido antes?".No se le había ocurrido antes porque aquí, en Madrid, siempre tuvo "tajo". Cuenta que pasó de la militancia política en la transición española a integrarse en una generación de psiquiatras que tuvo la suerte de encontrarse en una edad muy temprana y con bastantes medios "para hacer un proceso de transformación muy grande de la asistencia psiquiátrica". Fue director de los programas mentales de la red que sustituyó al antiguo hospital psiquiátrico de Leganés. De allí pasó a su actual cargo de responsable de Salud Mental de una de las 11 áreas sanitarias madrileñas.

Hace un año que los retos parecían haberse acabado en una cabeza que no para. Incluso ahora. Está tumbado en una cama desde que le repatriaron de Mostar, en mayo, con un balazo que te atravesó desde el sacro hasta la pelvis, desgarrándole parte del intestino y la vejiga. Una de sus compañeras en la delegación de Mostar de Médicos del Mundo, Mercedes Navarro, murió en el mismo atentado. A ratos, Alberto se incorpora para trabajar en el ordenador y, sobre todo, para planificar lo que hará cuando le den el alta en septiembre. No está apesadumbrado. El tiro parece apenas un contratiempo en una experiencia humana mucho más impactante. "El tiro me ha aportado muy poco; Bosnia, mucho", repite.

Andaba buscando con algunos colegas qué más podían hacer. "Entonces nos planteamos lo de la cooperación, pero sucede que esta profesión, que yo he escogido porque me encanta, tiene el inconveniente de ser perfectamente inútil fuera de las fronteras de tu pueblo. Coger el bisturí y abrir a alguien es algo que se puede hacer en Angola, Mozambique o Mauritania. Pero hacer de psiquiatra con un tuareg es más complicado, porque no sólo hay que conocer el idioma, sino, además, la mentalidad", bromea. Se le había metido entre ceja y ceja lo del voluntariado, hasta el punto de que un amigo malvado le llegó a regalar un compendio de medicina general. "Toma, estudia esto, vete de médico general y deja de dar la vara", recuerda que le dijo.

El milagro llegó de la mano de un par de profesionales de Médicos del Mundo que montaron el primer proyecto de cooperación en programas mentales que se hacía en el mundo. Y allá fue Alberto Fernández Liria, el pasado mes de mayo, con el objetivo de reevaluar el proyecto y adaptarlo. Tenía que haber regresado una semana antes, pero lo retrasó para asistir a una reunión organizada por la Organización Mundial de la Salud. Esos cinco días casi le cuestan la vida. "Mi hijo me lo recuerda constantemente. Él se enfadó terriblemente porque prolongara la estancia, y desde entonces no ha parado de decirme ya te lo decía yo".

En Mostar había mucho que hacer. Capital de Herzegovina, esta ciudad ha sido el símbolo de la lucha a muerte entre croatas y musulmanes. Hoy los primeros disfrutan de luz, agua y alimentos al oeste. Separados por un río, los musulmanes han sido desplazados al este, viviendo en "asquerosos contenedores plantados en medio de barrizales", describe Alberto."En Bosnia no se puede ser neutral", insiste. "Esas cosas que dice después el ministro de Asuntos Exteriores y la gente de la OTAN son ficticias. Allí no hay una guerra civil. Hay un bando armado y una serie de gente que está siendo agredida". El odio, la muerte y la barbarie han convertido a la población de ambos bandos en carne de psiquiatra. "Bosnia me ha puesto. en contacto con cosas que yo no había conocido: con el dolor a lo bestia y generalizado", admite el psiquiatra. "Yo, por mi profesión, tengo contacto con el dolor, pero no es lo mismo el que se produce porque se te mate un hijo en un accidente que el que resulta de que te violen 37 personas, maten a tu marido delante tuyo y a tu hijo de 16 años...". Alberto intenta encontrar una definición: "Son cosas imposibles de vivir, no tienen registro".El proyecto de atención mental trabajó con cuatro grupos de personas, ayudados por dos intérpretes, que casi conseguían traducción simultánea en las terapias de grupo. No hubo problemas de entendimiento. "Ellos son europeos, tan cercanos a nosotros como los de Valladolid".

Pero el panorama era desolador. Los enfermos mentales habían sido desterrados del hospital. "Les llevaron a un centro de tuberculosos justo en la línea del frente, lo cual fue muy práctico porque desapareció la tercera parte en pocos días. A los supervivientes los trasladaron a un refugio antinuclear, sin luz, sin agua, sin ventilación. En una sala enorme, mezclados hombres y mujeres, agudos y crónicos...". Alberto interrumpe el relato para recordar el frío que hacía, y ¡los piojos! "No los de la cabeza, sino los de las ropas, enormes, corriendo por todos sus cuerpos", gesticula horrorizado.

Otro grupo importante de pacientes habían sido personas normales dos años antes. Ahora habían desarrollado sintomatología psiquiátrica por el horror de la guerra o simplemente estaban perturbados por el odio, como el hombre que disparó contra sus vecinos, voluntarios de Médicos del Mundo. "No era un chalado", diagnostica. "Era un miliciano croata que había perdido a su hermano gemelo en la conflagración y creo que nos veía como ex tranjeros que ayudábamos al enemigo".

Fue a Bosnia con miedo. El mismo con el que regresará, pero no más, afirma. Por jue cuando se recupere piensa volver periódicamente a dar cursos de formación para garantizar la continuidad del programa. "En septiembre no podré ir", suspira en la penumbra hospitalaria de un tórrido atardecer madrileño.

Hacer el indio o cosas sensatas

Los voluntarios no están hechos de una pasta especial. No hay una mentalidad, una ideología o un carácter que predispongan a la filantropía, certifica un médico del alma humana. "Yo allí me he encontrado gente de todas clases. Algunos haciendo el indio, pero otros realizando cosas muy sensatas", dice Alberto Fernández Liria. Entre el paisanaje había muchos, muchísimos italianos. "Yo me preguntaba estos años qué había sido de los miles de militantes de la extrema izquierda italiana y allí lo comprendí: deben estar repartidos por todo el mundo haciendo este tipo de labores de cooperación".Si,alguna forma concreta de trabajar le impresionó, fue la de

los cooperantes nórdicos o canadienses. "Ellos no ponían banderitas o pegatinas en sus casas. Apenas eran uno o dos y con pocos medios ponían a funcionar a muchos voluntarios locales", explica con admiración.

"Una de las cosas que pensaba allí es que lo de hacer cooperación es muy difícil. Buena parte de la gente que estábamos trabajando lo hacíamos en plan aficionado. Y esto hay que aprenderlo. Hay que aprenderlo de algún modo porque, a veces, el esfuerzo no se corresponde con los resultados que obtenemos. Me daba la sensación de que los canadienses, daneses o austriacos tienen mejor escuela para hacerlo que nosotros".

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