La estética del tedio
Felicidades. Si queríamos ser y hacer como el resto de los europeos, parece que ya nos hubiéramos pasado lo menos dos pueblos. Tanto es así que un recinto tan poco apropiado para con ciertos como es el pabellón del Real Madrid -elevado en esta ocasión a la categoría de incineradora humana- registró una potente entrada de gente joven con aspecto de sanos, para con templar en vivo las evoluciones de Dolores O'Riordan, la mujer tranquila, y sus tres anónimos acompañantes que forman el grupo The Cranberries.Quede claro, pues, que el éxito del grupo está fuera de toda duda. Exito incomprensible, si se tiene en cuenta su total carencia de elemento festivo y su linealidad soporífera. Pero es de ley reconocer que los crinos de dolorcitas encandilaron e hicieron menearse a un público que se sabía la mayor parte del repertorio y que dio por bien empleado el dineral que costaba la entrada.
The Cranherries
Dolores O'Riordan (voz, guitarra y teclado), Noel Hogan (guitarra), Mike Hogan (bajo) y Feargal Lawler (batería). 2.500 pesetas. Pabellón del Real Madrid. Madrid, 21 de julio.
Con esa sobriedad católica que les caracteriza como grupo auténticamente irlandés, era lógico que el escenario estuviera prácticamente desnudo, a excepción de unos tímidos juegos de luces. El vestuario del cuarteto The Cranberries tampoco era precisamente un alarde de glam o imaginación. Además, se hizo patente que la O'Riordan era rubia de bote y debe mandar en la banda más que un general. Todo gira alrededor de ella, mientras el resto toca mirándose los pies. Con estos mimbres, ¿cómo pensar en un concierto divertido? Intenso sí. Místico, también. Correcto, por supuesto.
Pero más aburrido que ponerle música al BOE. Purita estética del tedio, espeso y con tintes monacales, y un nivel de pretenciosidad importante. Demasiado en serio para ser verano.
Manos con ritmo
Al margen de estas consideraciones, un océano de manos llevaba el ritmo de Dreaming my dreams, The Icicle Melts, Dasfodil Lament o el dichoso Zombie de los grititos, mientras las cataratas de sudor dejaban las escasas vestimentas estivales hechas una porquería.Había ambiente de comunión con el grupo y Dolores agradeció tan caluroso recibimiento, exhibiendo un escaso español y dando graciosos saltitos de espaldas al público, a modo de baile, en los poquísimos temas de su repertorio que podían incitarte a mover los pies.
Una hora de ritual, más cinco temas de propina, y todo el mundo tan satisfecho que, al acabar el concierto, se negaban a abandonar el recinto del mismo, en el Pabellón de Deportes del Real Madrid. Preferían seguir allí, cociéndose como camarones, al son de la música de Bob Marley, que salía por los altavoces del equipo.
Babelia
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