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Mirando al Sur

Concluyó el pasado sábado 15 de julio en Sevilla la exposición que, sobre Música y poesía del Sur de Al-Andalus, ha organizado el Legado Andalusí en los Reales Alcázares. El excelente libro editado con motivo de la misma contiene documentados trabajos alrededor de un universo musical en el que los autores andaluces pensaban y cantaban en árabe, o absorbían las influencias de un enriquecedor intercambio con hebreos, bereberes o mozárabes. Sus sugerencias invitan a volver la mirada al Sur, un Sur no solamente entendido como metáfora, sino como crisol de diversas culturas no siempre atendidas como merecen.También hacia el Sur ha mirado el Festival de Música y Danza de Granada en su última edición. La convivencia de estéticas se ha convertido en su motor dialéctico. Actuaciones como, por ejemplo, la del grupo Al-Brihi, de Fez (Marruecos), en la Alhambra, representaban algo más que la magia de un momento o el testimonio de un reencuentro. La mirada se volvía interior, refrescaba una memoria histórica olvidadiza y buscaba unas identidades enraizadas en profundos vínculos.

La mirada al Sur está asimismo en el foco de uno de los proyectos musicales más coherentes surgidos de las instituciones públicas en los últimos años. Me refiero a la colección Documentos sonoros del patrimonio musical de Andalucía, auspiciado por la Consejería de Cultura de la Junta andaluza. Su bagaje provisional alcanza ya las 15 publicaciones, y en ellas conviven lo antiguo con lo moderno, el órgano y la vihuela con la guitarra y la polifonía, la música de la catedral de Sevilla con las canciones de Manuel García, la presencia de Andalucía en la música judeo-española con el alhambrismo sinfónico Se multiplican las miradas al Sur. El mosaico es variado. Andalucía tiene en este momento orquestas sinfónicas en Sevilla, Granada, Córdoba y Málaga, con probadas calidades y esfuerzos de renovación en las programaciones, como los llevados a cabo por Josep Pons en Granada y, en menor escala, por Leo Brouwer en Córdoba. En Sevilla hay un festival anual de música antigua y otro de música cinematográfica. En Dos Hermanas se acrecienta el prestigio del Concurso Internacional de Clarinete, mientras la música de cámara tiene especiales aciertos en el Festival de Sanlúcar de Barrameda. En el mundo de la interpretación hay pianistas para la historia como el cordobés Rafael Orozco o jóvenes valores como el viola sevillano de 18 años Alejandro Garrido. No faltan tampoco compositores emblemáticos como Manuel Castillo y Antonio Flores en Sevilla, o García Román en Granada.

Goza, pues, aparentemente Andalucía de buena salud musical. Por ello es más difícil comprender desidias tan señaladas como la de la ópera en Sevilla. Leyendo el libro de Moreno Mengíbar sobre la vitalidad de la ciudad hispalense en el terreno operístico durante los siglos XVIII y XIX, o recordando el número de veces que Sevilla ha servido de inspiración a autores de la talla de Mozart, Verdi, Rossini, Bizet o Prokófiev, resulta verdaderamente sorprendente la infrautilización para el género lírico del teatro Maestranza, sobre todo después de que, tras el espectacular arranque del 92, se hubiese conseguido algo tan difícil e importante como ilusionar y seducir a un público en el descubrimiento de un mundo artístico.

Insisto en el valor simbólico de Sevilla. Las temporadas de ópera de Málaga, Córdoba o Utrera se mantienen en un nivel discreto, porque las pretensiones y posibilidades no son las mismas, y porque no tienen un teatro tan potencialmente significativo como el Maestranza, limitado actualmente a una voluntariosa y desigual minitemporada de tres títulos y a un ciclo orquestal. Los interrogantes surgen a borbotones, y se resumen en uno: ¿cómo es posible que en una misma región o autonomía convivan gestiones culturales ejemplares con otras tan caóticas y carentes de ideas o apoyos? Doctores tiene la Iglesia, que deberían responder a esta cuestión, pero tal vez sería conveniente una vuelta de tuerca reflexiva sobre todo ello.

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