Coaliciones a la carta
Mientras en el resto de Europa, a la hora de gobernar, se prefiere el matrimonio seguro a un tumultuoso noviazgo, en España se ha elegido una relación con menos ataduras
Felipe González y Jordi Pujol han exprimido todos los recursos del suspense en la primera alianza de dos partidos para gobernar España. Las incertidumbres jalonaron estos dos años de colaboración, pero ahora, en el momento de la ruptura, los vaivenes han llegado a su punto culminante.Esta experiencia es nueva en España, pero es habitual en países con sistemas electorales no mayoritarios y con una fuerte cultura del consenso, donde los acuerdos de Gobierno se formalizan y rompen con naturalidad: Alemania, Holanda o Bélgica llevan medio siglo gobernados casi sin excepción por coaliciones.
A diferencia de España, en estos países las alianzas no son coyunturales, sino que suelen gozar de gran estabilidad. Los líderes socialdemócratas alemanes Willy Brandt y Helmut Schmidt presidieron sucesivamente una coalición con los liberales que duró 13 años (1969-1982), casi el mismo tiempo del matrimonio de los liberales con el democristiano Helmut Kohl (1982-1995).
En algunos casos, la preferencia de los electores por uno de los pivotes de las coaliciones es proverbial: la democracia cristiana holandesa ha sido el eje del Gobierno durante tres cuartos de siglo (1918-1994) y la belga se sienta en el Consejo de Ministros desde la II Guerra Mundial.
El primer experimento español de colaboración ha resultado efímero: a duras penas llegará a los tres años, según sus protagonistas.
.La segunda peculiaridad española consiste en que un partido de ámbito autonómico se ha convertido en complemento parlamentario ante la incapacidad de las tres grandes fuerzas estatales para sumar una mayoría suficiente.
La tradición europea transita más por el camino de la coalición que por los apoyos a la española, más o menos circunstanciales. A la hora de gobernar se prefiere el matrimonio seguro a un tumultuoso noviazgo. En Alemania, Bélgica u Holanda los socios fijan un calendario y delimitan los contenidos del programa minuciosamente. Los belgas, por ejemplo, consumen muchos días y noches especificando cada paso. Naturalmente, los problemas empiezan cuando surgen circunstancias imprevistas.
En algunos casos, los riesgos de ruptura aparecen enseguida. Hace un año, el pacto entre los socialdemócratas y los dos partidos liberales holandeses estuvo a punto de naufragar incluso antes de nacer por los recortes en los gastos de protección social. Finalmente, tras todo tipo de intervenciones, incluida la regia, la primera coalición del siglo sin la democracia cristiana salió adelante.
En el caso español se ha elegido la colaboración más liviana, una relación con menos ataduras. Pujol rechazó la oferta de González de participar en un Gobierno de coalición tras las elecciones de 1993 y sólo se comprometió a sostener al Ejecutivo.
Este acuerdo se concretó en un pacto presupuestario, mínimo imprescindible para gobernar, pero pronto se estrechó hasta convertirse en una especie de pacto de legislatura, sólo que renovable o no año por año. Esta peculiar fórmula ha sido suficiente para que el Gobierno no haya perdido ni una sola votación importante durante los dos últimos.En febrero pasado, la coordinación parlamentaria se hizo explícita: socialistas y convergentes aprobaron un paquete de una treintena de medidas que abarcaban la actividad durante todo 1995. La mitad tienen un contenido económico, media docena responden al llamado impulso democrático, cuatro tienen que ver con la presidencia europea y otras seis son de carácter autonómico o local.Las peticiones de ruptura de la oposición se escucharon al día siguiente del anuncio del pacto. La negativa de Pujol a participar en un Gobierno de coalición se debe no sólo a la inestabilidad política, sino también a un abundante caudal de cautelas históricas.El nacionalismo catalán, a diferencia del vasco, siempre ha tenido la vocación de participar en los asuntos generales del Estado. Pero también ha sentido siempre un inmenso recelo por la reacción de las corrientes del poder central. La desconfianza mutua viene de lejos.
Hace 75 años, después de dos colaboraciones ministeriales con el Gobierno de la monarquía, Francisco Cambó, dirigente de la Lliga Regionalista, escuchó del futuro presidente de la II República, Niceto Alcalá Zamora, un reproche que ha vuelto a sonar en los oídos de Pujol: "Su señoría pretende ser a la vez Bolívar de Cataluña y Bismark de España. Son pretensiones contradictorias y es necesario que escoja entre una y otra".Si la composición del acuerdo fue lenta y tortuosa, también lo está siendo la ruptura, pactada, pero. con sobresaltos. Pujol se aleja del regazo socialista, pero de las posibilidades que se le presentan sólo ha descartado una: pasar a la oposición activa. Si quisiera hacerlo, podría aceptar la invitación José María Aznar y Julio Anguita apoyar una moción de censura que derribara al Gobierno.No sería la primera vez que un socio minoritario, ejecuta tal giro. Eso fue lo que hicieron os liberales alemanes a principios de los ochenta. Schmidt se enfrentaba a un triple problema: una profunda crisis interna en su partido, por el despliegue de los misiles tácticos, que llegó a cuestionar su liderazgo; dificultades programáticas con sus aliados liberales, so bre todo por razones fiscales, y unos augurios electorales terribles.
Los liberales no querían seguir en un barco que se iba a pique y, después de un periodo de alejamiento de los socialdemócratas y un acercamiento a los democristianos, procedieron al cambio de pareja. El 1 de octubre de 1982 fue nombrado Kohl canciller tras una moción de censura apoyada por su partido y los liberales. En política, el olfato es fundamental y Pujol no carece de él. Pero las relaciones entre Aznar y él pueden calficarse de todo menos de "amorosas Claro que González también recuerda a Pujol el caso contrario: los grandes también pueden precipitar al infierno a los pequeños. La amenaza de hacer coincidir las elecciones generales con las catalanas está desde hace meses en el viento.
Hace cinco años se escenificó en Holanda una maniobra en la que el partido mayoritario causó un pequeño desastre en su socio menor. Lubbers, el líder democristiano, convocó a los ciudadanos a las urnas tras demostrarse inviable su coalición con los liberal-conservadores. Éstos se sentían incómodos al ser sus aliados abrumadoramente mayoritarios. El plan nacional del medio ambiente fue el detonante de la ruptura y Lubbers se salió con la suya: renovó su apoyo y sumió a aquéllos en una profunda crisis. Sin embargo, cuatro años más tarde le pasaron la factura. Su partido no consiguió resolver su relevo y quedó fuera del Gobierno con unos liberal-conservadores increíblemente crecidos.
Pujol prefiere soltar amarras para que los nuevos tiempos le encuentren en una situación cómoda, con los brazos abiertos en ambas direcciones. El sistema electo ral español ha demostrado que no impide las mayorías absolutas, pero exige un respaldo muy uniforme del voto, sin agujeros regio nales, y una diferencia amplia res pecto a la segunda fuerza.
Espera Pujol porque en España todo es posible. En otros lugares, las pautas están más marca das. En Alemania, para curarse de la inestabilidad de la República de Weirnar (12 partidos en el Parla mento, alguno con el 1,7% de votos) y las tendencias hegemónicas, idearon tras la II Guerra Mundial un sistema que impide las mayo rías absolutas y concentra en muy pocas fuerzas la representación.
En Bélgica, tras la descentralización iniciada en los años sesenta, un Gobierno monocolor es también inviable: todo el arco par lamentario está duplicado en flamenco y francófono.
Y Holanda lleva al pie de la letra la proporcionalidad: 12 partidos con representación para 15 millones de habitantes.
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