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Tribuna
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'Mon amour'

Ángel S. Harguindey

El problema de los asuntos de Gobierno es cuando se convierten en cuestiones personales, y lo de Greenpeace y el Ejecutivo francés es, sin la menor duda, una cuestión personal con todos los ingredientes necesarios para alcanzar el drama pasional.De una parte, un Gobierno recién llegado al poder, un parvenu. De otra, unos redomados "gamberros e indeseables", como los calificó sutilmente el delegado gubernamental en Muroroa (Polinesia), que no se les ocurrió otra cosa que dejar en ridículo a la Marina francesa encadenándose durante veinte minutos a una plataforma de perforación en el atolón de la citada isla.

Dejando al margen las inquietantes connotaciones que se deducen del especial regusto que sienten los truhanes por el uso y abuso de las cadenas -todo parece indicar que el lumpen-proletariado, en las postrimerías del siglo XX, no ha podido superar aún determinadas fijaciones seculares, lo cierto es que ya se perfilan con nitidez la personalidad de los dos protagonistas masculinos del drama: un Ejecutivo de orden y pulcro, dispuesto a cumplir con el deber que se ha impuesto a sí mismo por incómodo que sea. Enfrente, un rival de torvo aspecto, indeseable, y, probablemente, con el malsano principio de no autoimponerse nada, ni siquiera deberes, salvo el de tratar de remediar lo que se pueda del desastre planetario.

Ninguna historia que se precie conseguirá atraer la atención del lector si no existe una dama. En este caso no puede ser otra que la estupefacción. ¿Hasta cuándo tendremos que soportar las prepotentes torpezas de quienes deciden arriesgar su vida (el "gamberro" Fernando Pereira murió hace diez años en el primer Rainbow Warrior) por negarse a acatar la inteligente decisión de un Gobiemo (entonces socialista, hoy conservador) de proseguir los civilizados, benéficos y útiles ensayos nucleares? En esas estamos.

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