Cayó el diluvio
Cebada / Rincón, Mora, Sánchez
Toros de Cebada Gago, con trapío y preciosa lámina, armados astifinos y encastados. César Rincón: estocada corta (oreja). Juan Mora: estocada caída (silencio). Sergio Sánchez: bajonazo (oreja). La corrida se suspendió a causa de la lluvia, después del tercer toro. Plaza de Pamplona, 10 de julio. 5ª corrida de feria. Lleno.
Empezó a llover con intensidad cuando Sergio Sánchez iniciaba su clamorosa vuelta al ruedo y, al terminarla, había caído el diluvio.No es que parara entonces. Siguió cayendo agua a mantas, se anegó el ruedo y tras unos minutos de espera anunciaron por os altavoces que la continuación de la corrida se aplazaba un cuarto de hora. Al cabo del tiempo fijado, los diestros subieron al palco presidencial, entraron en conciliábulo con la autoridad competente y su chistera, y reforzaban las respectivas alegaciones mediante expresivos movimientos de brazos, señalaban al ruedo, se echaban las manos a la cabeza. Luego se dieron la mano, al presidente se le torció la chistera y parecía Don Hilarión volviendo del cabaret,. se marcharon todos, la megafonía de la plaza difundió el aviso de que la corrida quedaba suspendida, ¡y la que se armó!
"Maricooones!", se oyó gritar. "Suspender por cuatro gotas que caen", denunciaban algunos, y hasta hubo gran abucheo.. Los que protestaban la suspensión eran espectadores de las gradas cubiertas, que estaban en lo enjuto, naturalmente. A los del tendido descubierto, en cambio, no se les oía ni chistar; y no por nada, sino porque habían puesto pies en polvorosa.El público tenía ganas de toros o ganas de jorobar, no se sabría precisar muy bien. Al público le había dado un ataque de triunfalismo, cual si fuera un virus, y sólo quería que continuara la corrida para seguir dando orejas. No parecía tener ningún interés para el público que los toreros demostraran marchosería y arrojo, que su toreo se desarrollara con plenitud y arte, que las estocadas fuesen ejecutadas en corto y por derecho. Eso debía darle igual, pues se produjo exactamente lo contrario y lo aclamaba con delirio.Los públicos de la fiesta contemporánea son difíciles de entender, más aún en Pamplona. Llaman a los sanfermines Feria del Toro, aseguran los eruditos en ciencia taurómaca que los pamploneses exigen el toro-toro, el toro-torazo de trapío y redaños, y he aquí que sale el torotorazo-toro y no le hacen el menor caso.
Los tres ejemplares que llegaron a saltar al coso pamplonés eran una preciosidad, una hermosura de toros. Así presenta los toros un ganadero escrupuloso. Sin exceso de kilos, pero con trapío irreprochable; bien puestos de cabeza y astifinos; proporcionados y lustrosos. Y, además, con casta, de suerte que tras recibir el consabido palizón en el tercio de varas, se recrecían en el de banderillas y llegaban a la muleta prontos al cite, fijos en la codiciosa persecución de los engaños.Ocurrió, sin embargo, que los lidiadores de a pie y de a caballo percherón no podían admitir esta inquietante excepcionalidad en la ganadería de bravo, y se encargaron de restaurar la normalidad súbitamente transgredida mediante la severa aplicación de procedimientos expeditivos. Dicho y hecho: a los dos primeros toros les rompieron los pitones provocando que pegaran testarazos en los burladeros. Al segundo lo rajó de arriba abajo el individuo del castoreño, abriéndole un enorme ojal que empezaba por donde la almohadilla dorso-lumbar y acababa en el brazuelo. A los tres les metieron hierro mortífero mientras la siniestra acorazada de picar los acorralaba dando vueltas alrededor.
A su noble y encastado toro, César Rincón le hizo una faena ventajista, allá que te va el pico, perdiendo terreno en los remates, escondiendo sin ningún disimulo la pierna contraria. Incluyó unos naturales de parecido corte, también un circular, metió un espadazo sin cruzar el fielato, y le dieron la oreja. Juan Mora instrumentó derechazos con mayores alivios y peor temple, adoptó una afectada verticalidad para apuntar naturales que resultaron ser medios pases, volvió embarullado a los derechazos, sufrió un desarme y no le dieron la oreja.
Sergio Sánchez, jaleado continuamente por el paisanaje, lanceó a la verónica, galleó chicuelinas, prendió tres fogosos pares de banderillas -uno de ellos citando sentado en una silla- muleteó voluntarioso, bullanguero y superficial, mató de bajonazo y le pidieron dos orejas, que el presidente dejó en una, de momento.
Y no hubo más porque rompió a llover. Un poco al principio, a mares, con sobrecogedor acompañamiento de rayos y truenos, cuando Sergio Sánchez mediaba la vuelta al ruedo. Los mozos de las peñas, aunque calados hasta los huesos, encontraron rápidamente el lado positivo del fenómeno meteorológico y prorrumpieron en un estruendoso coro reivindicativo: ".¡Que se jodan los de sombra!". Mas la tormenta acabó convirtíendose en diluvio, y sin distinción de sol ni de sombra, acabamos jodidos todos. Dicho sea con perdón y mejorando lo presente.
Babelia
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