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La marcha fúnebre

Puerta / Cepeda, Pauloba, Romero

Cinco toros de Julio de la Puerta (uno rechazado en reconocimiento) y 4º de Felipe Bartolomé, bien presentados e inválidos, excepto 5º, poderoso, manso y con peligro. Fernando Cepeda: pinchazo, estocada corta atravesada y dos descabellos (silencio); estocada y dos descabellos (silencio). Luis de Pauloba: pinchazo sin soltar, otro hondo, media delantera y descabello (silencio); pinchazo, otro hondo desprendido, estocada corta perpendicular y descabello (silencio). Jesús Romero, que confirmaba la alternativa: pinchazo sin soltar, pinchazo -aviso-, estocada corta perpendicular contraria y dos descabellos (silencio); pinchazo hondo y cuatro descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 9 de julio. Casi media entrada.

Un espectador retrechero y cañí, situado en los altos del tendido tres, aprovechó el silencioso sopor entre la lidia de dos inválidos y espetó a Lorenzo Gallego, director de la banda de música que ameniza los festejos: "Maestro, toca la marcha fúnebre". Restallaron las palmas en su honor, con todo merecimiento, como no hubo ya ocasión a lo largo de la plomífera tarde, en que la histórica cátedra ventefia se prostituyó y convirtió en una pasarela de inválidos.Y mira que Gallego había echado mano de su repertorio más jaranero para subir la hundida moral de la parroquia: desde Francisco Alegre a Chiclanera. Pero su misión era imposible porque la fiesta, ayer convertida en quilombo, devino en funeral. Por supuesto, con la inestimable e imprescindible colaboración de un palco presidencial, ocupado por Luis Torren te, ciego y sordo. Ciego a los aconteceres bochornosos del ruedo, con los bicomes acamándose de continuo. Sordo a las fuertes imprecaciones que le lanzaban con inquina desde los graderíos.

Así, con la fiesta prostituida a base de: invertir sus valores -es decir, con los coletudos cuidando al toro en lugar de poderle- se perjudicaron los bolsillos de los paganos y se estrelló una modesta terna ansiosa de llevar a la realidad esos triunfos utópicos que rumian en tantas noches de vigilia y desesperanza.

Mayorrnente, en el caso de Jesús Romero, que confirmaba el doctorado y se marchó cariacontecido y maldiciendo su suerte. Sintiéndose más desgraciado que el barro de hacer bacines, Romero contempló impotente cómo sus dos descaradotes enemigos hocicaban la arena y se defendían merced a sus respectivas flojeras. Ahora, gracias a la ineptitud del usía, a aguardar otro milagro, otro paseíllo en Madrid, y a rogar que no presida Torrente.

Cepeda despertó los deseosos paladares cuando meció en dos verónicas a su primer semoviente, y cuando repitió en un remedo de quite al que respondió Romero con otro atisbo frente a lo que pronto sería una mingurria sin fuerzas. El sevillano se lució también en los compases iniciales de su labor con la flámula, alumbrando ciertos adornos sueltos, pura ambrosía, hasta que su enemigo aguantó en pie: dos minutos. También iba a repetir en el cuarto ese toreo de salón sin toro, pero ya el público estaba más que tarasca y le obligó a abreviar.

A Pauloba le correspondió el único bicorne que semejaba poseer un pelín más de fuerzas, el tercero, pero su picador, Juan Antonio García, lo masacró, con la complicidad del coletudo, que miraba hacia Manuel Becerra. Una vez moribundo el burel, Pauloba practicó una lidia extractiva de ciertos arreboles artísticos. Después, los hados del destino, quizás en justa venganza, le enfrentaron al agresivo, fortachón e indómito quinto, que alboreaba dos impresionantes devanaderas anunciadoras de hule y Pauloba lo despenó sin complicarse la existencia.

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