Vietnam y Cuba
EL PRESIDENTE norteamericano, Bill Clinton, va a establecer plenas relaciones diplomáticas con Vietnam. Apenas hace veinte años del fin de una guerra que, si dejó destruido al país asiático, conmocionó profundamente al norteamericano. Política, social y culturalmente, es difícil entender qué ha pasado en Estados Unidos en el último cuarto de siglo sin pensar en Vietnam. Las heridas creadas por la selva vietnamita han marcado, como pocos acontecimientos, la conciencia de millones de estadounidenses. Pero al final se ha impuesto una variante de realpolitik que lleva a Washington a intercambiar embajadores con Hanoi. Las pesadillas se olvidan y se piensa ya más en las oportunidades económicas. Tal y como hace muchos años, bajo Nixon, sucedió con la China comunista. La pregunta, pues, parece obligada: ¿es imposible continuar por este mismo camino de realismo político cuando se trata de Cuba y Fidel Castro?La respuesta llega con cuentagotas. Clinton mueve peones con cautela extrema, pero parece que en la dirección obligada, que no puede ser otra que la de establecer un status quo que permita a ambas partes la salida de un atolladero histórico. Cuando tantos muros se abren, es ya incomprensible que las 90 millas que separan Florida de Cuba sigan constituyendo una barrera infranqueable. Washington debe entender que nunca va a expulsar a Castro del poder. Pero puede lograr que los cubanos vivan mejor. El reciente anuncio hecho por Clinton de una posible liberalización del. envío de dólares a la isla es una de esas medidas que ayudarán a paliar la angustia de muchas familias cubanas, sin que pueda vislumbrarse en ello una muestra de apoyo al régimen castrista.
Claro que en el caso cubano, sin comparación alguna con las colonias asiáticas, la política de la Administración norteamericana debe enfrentarse a los exiliados cubanos que tanto influyen en el voto interno. Y en este momento, a punto de iniciar una nueva carrera por la Casa Blanca, la captura del voto conservador, fundamental para aupar o derribar a un candidato, parecería condenar al fracaso cualquier iniciativa de apertura a la isla. Pero algo de positivo han debido ver Clinton y sus asesores en una posible liberalización de relaciones. En todo caso, se perfilan las mayores expectativas para una normalización de relaciones desde la revolución cubana.
Castro y su régimen deben ser conscientes, también, de la importante oportunidad que se presenta. Las medidas de apertura económica que han aplicado se dirigen claramente a ese fin, pero aún persisten reliquias tan absurdas como las elecciones municipales que hoy se celebran en la isla, bajo el viejo sistema de la única representación del Partido Comunista Cubano. La ridícula parodia de unas elecciones como las de hoy sólo hace más difícil la salida a esta triste situación, que no puede ser otra que la incorporación, todo lo escalonada que se acuerde, a un régimen compatible con su entorno. Intentar evitarlo sólo prolonga los sufrimientos de los cubanos.
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