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Lealtades perversas

Emilio Lamo de Espinosa

En un conocido estudio sobre las causas de la pobreza en el sur de Italia, Edward C. Banfield creyó descubrir una explicación de tipo cultural: "La incapacidad de los lugareños para actuar conjuntamente en favor de cualquier objetivo que trascienda los intereses inmediatos de la familia nuclear", y ello, porque la lealtad a la propia familia era el único valor aceptado por todos hasta el punto que imposibilitaba colaborar con cualquiera de otra familia. Banfield llamó a este fenómeno familismo amoral, y atribuyó este singular ethos a una combinación de variables idiosincráticas que no vienen al caso. Su tesis originó un extenso debate acerca de los requisitos culturales del desarrollo económico y las diferencias entre sociedades cerradas y abiertas y, bien pronto, este síndrome de familismo amoral fue también utilizado para explicar otros fenómenos como la Mafia o la Camorra pues basta con trasladar esa lealtad incondicional desde el núcleo familiar a la fratría masculina para encontrar el crimen organizado. Pues bien, me temo que estamos sufriendo un ataque pernicioso y agudo de familismo amoral y sus concomitantes lealtades incondicionales y mafiosas. Efectivamente, esta singular ética se caracteriza al menos por tres normas, de indiscutible cumplimiento, y que parecen hacer furor entre nosotros. En primer lugar, cualquiera de los míos puede hacer lo que sea (my country, right or wrong); siempre tendrá razón frente a los demás y merecerá (y tiene derecho a exigir) mi apoyo incondicional, al igual que él está dispuesto a darlo, sin condición alguna. En segundo lugar, quien no está conmigo está contra mí, pues no puede haber neutralidad, y así el mundo se divide en buenos (los míos) y perversos (los demás), que merecen reprobación generalizada. Finalmente, quien ha estado conmigo no puede dejar de estarlo; la omertá no tiene marcha atrás pues la ruptura de este tipo de lealtades es, simplemente, traición que merece la máxima condena (eventualmente, la muerte, como piensa ETA).Se ha discutido mucho cuál es el alcance de este síndrome. Pero lo que es seguro es que una vez asimilado puede trasladarse a cualquier grupo: mi religión, mi nación, mi partido político, mi sindicato, incluso mi "nuevo movimiento social", todo ello, right or wrong. Son, por supuesto, lealtades perversas queuna vez establecidas, exigen una entrega total, cerrando al grupo sobre sí mismo y acorazando a sus miembros. Pues en el extremo, se es sólo como miembro del grupo, que defiende la identidad total. Y así se es vasco o se es católico o se es comunista o de izquierdas o se es del PP o del PSOE, en lugar de creer en unas u otras ideas que, por supuesto, pueden variar, así como las lealtades, dentro del grupo y entre unos y otros. Pero en ese esquema del mundo las personas no se asocian con sus semejantes para unos u otros proyectos (sociedades abiertas) sino que son (sociedades cerradas) de derechas, o de izquierdas, vascas, católicas, feministas o de cualquier otra noble causa.

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Pues bien, ¿quién no percibe hoy síntomas generalizados de lealtades mafiosas en este noble y, por supuesto, leal país? En el desenfrenado particularismo de HB y sus muchachos; en el conflicto de las diversas comunidades autónomas; en la actitud del PP o de algunos periódicos que se niegan a escuchar al enemigo y otorgar la mínima credibilidad a sus palabras; en la actitud de los socialistas (vótanos "precisamente ahora"), defendiendo sus caídos en la lucha contra los nacionales, como si fueran héroes de guerra.

Todo ello, como se ve, es muy noble y leal con los amigos, siempre que no osen respirar por libre (pues "quien se mueve no sale en la foto"). Pero es muy innoble y desleal con todos los demás que, lógicamente, pagan con la misma moneda. De modo que el síndrome es contagioso, y antes de que, cause epidemia quiza podríamos frenarlo siendo menos leales con los nuestros y más con los ajenos, exigiendo más de los amigos y menos de los contrincantes, aceptando que la diferencia de criterios no es síntoma de perversidad y dejando de hacer la "autocríticá" al otro para hacérsela uno mismo.

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