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Ante el presupuesto de 1996

Ya es de dominio público que el presupuesto de 1996 se presenta difícil. Tanto es así, que empieza uno a preguntarse -cosa muy humana- sí verdaderamente vale la pena hacer el esfuerzo o bien -cosa más humana aún- si no podríamos dejarlo para más. adelante. La respuesta a ambas preguntas deberá darla el Congreso, antes del próximo 31 de diciembre, al término del debate presupuestario. No cabe anticipar las conclusiones del debate; pero si es necesario asegurarse que las alternativas a nuestro alcance están correctamente descritas, y que sus consecuencias son de todos conocidas. Presentar unas y evaluar otras constituye el propósito de esta nota.No cumplir los criterios de Maastricht el 31 de diciembre de 1997 implica renunciar a entrar en una Unión Monetaria en la última fecha prevista por él Tratado, el 1 de enero de 1999; pensar que la creación de la Unión en esta segunda fecha nos daría un año más de margen para el cumplimiento de los criterios obedece a un malentendido: la decisión debe ser adoptada no más tarde del 1 de enero de 1998 y, por consiguiente, los socios de la Unión deberán acreditar su buena conducta con cifras de 1997.

Esa renuncia equivale a no culminar el proceso -iniciado en 1959 y seguido con tenacidad desde entonces- al que la economía española debe en gran parte su prosperidad, y la sociedad española su seguridad democrática: la plena integración de España en su contexto natural, que es el europeo. En efecto: la Unión Monetaria, como asociación más estrecha entre Estados miembros de la Unión Europea, ejercerá una influencia dominante sobre los destinos económicas, de esta última: a partir de 1999, la Iínea divisoria relevante quedará trazada, no tanto en torno a los estados miembros de la Unión Europea, sino entre los socios de la Unión Monetaria y el resto.

"¡No se ponga usted así", dirán, "¡si sólo estamos hablando de retrasar un poco la entrada! ¿No sería prudente darnos algo más de tiempo?". Pues no, no sería prudente; sería extraordinariamente arriesgado. No ingresar en la Unión Monetaria por no haber cumplidado nuestros compromisos, especialmente en materia presupuestaria, situaría la economía española en una posición de debilidad relativa, y esa percepción no tardaría en manifestarse bajo la forma de mayor inestabilidad de nuestro tipo de cambio y de un aumento de nuestra prima de riesgo, es decir, de mayor tipos de interés a largo plazo. La forma de la Unión Monetaria no facilitará la convergencia de aquellos países que no ingresen en ella; al contrario: si el 1 de enero de 1999 quedamos a un paso de entrar, dar ese último paso puede llevamos años; no aprovechar la oportunidad en 1999 puede querer decir, pues, renunciar a ella por mucho tiempo; y nadie nos asegura, que, durante ese tiempo, nuestras posibilidades no vayan a empeorar.

Admitida la necesidad de cumplir el 31 de diciembre de 1997, ¿no sería aconsejable hacer recaer una parte mayor del ajuste necesario -,3% del PIB entre 1996 y 1997, distribuido a partes iguales en el Programa de Convergencia- en 1997, moderando la contención del déficit en 1996? Aún sin tener en cuenta que el objetivo del Programa para 1996 es un compromiso del Gobierno, aceptado como un mínimo por la Unión Europea, la respuesta es, una vez más, negativa: si no somos capaces de cumplir lo pactado en 1996, ¿quién creera que lo cumpliremos un año más tarde? Desde luego, no los mercados financieros, que mantienen en suspenso su veredicto sobre nuestras perspectivas económicas, precisamente hasta haber analizado el próximo Presupuesto; como éste no logre una reducción del déficit hasta un 4,4% del PIB -y lo logre por procedimientos verosímiles-, su aprobación será tomada como señal inequívoca de la renuncia, por nuestra parte, a culminar nuestro proyecto de integración en fecha previsible. Las consecuencias, en términos de inestabilidad monetaria y cambiaria, no esperarán a 1999 para manifestarse: lo harán inmediatamente, y ello puede hacer que afrontemos 1996 en unas circunstancias económicas mucho menos favorables que las que hoy esperamos: la evolución de los tipos de interés, en particular, puede hacernos desembocar en un cambio de signo de la coyuntura ya en el primer semestre de 1996.

Al partido de la ortodoxia presupuestaria -que no tiene por qué ser un liberal, aunque tampoco haya nada malo en esto último- suele tocarle el ingrato papel de advertir de los riesgos que trae consigo querer gastar más allá de las propias posibilidades. En el caso presente, sin embargo, la experiencia reciente le permite ir más allá: puede poner de relieve los frutos tangibles de la prudencia fiscal. La salida de la recesión en 1993 y la recuperación iniciada ya en 1994, y que se consolida en 1995, deben mucho a la todavía modesta reducción del déficit público de los dos últimos Presupuestos, que permitió aprovechar el descenso generalizado de los tipos de interés entre septiembre de 1993 y febrero de 1994 y aliviar así los costes de las empresas. Ese descenso no hubiera sido posible sin una política económica coherente, capaz de inspirar confianza; y no podrá repetirse sin una estrecha correspondencia entre los objetivos presupuestarios del gobierno y sus realizaciones.Si, como se espera, la inflación vuelve a su senda descendente durante la segunda mitad del año, un Presupuesto que cumpla el Programa de Convergencia puede permitir un descenso de los tipos de interés y una mejora de las expectativas; ello hará posible mantener el crecimiento de la actividad y el empleo en 1996. En resumen: un mal Presupuesto de 1996 nos obligara a desandar lo andado; un Presupuesto que confirme la voluntad de cumplir los compromisos adquiridos nos situará ya muy cerca del objetivo perseguido por toda una generación. Esta es la disyuntiva que hay que tener presente en el próximo debate presupuestario.

Alfredo Pastor es secretario de Estado de Economía.

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