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La fuerza frente a a la razón

El sábado pasado, tres días des pués de la sangrienta captura de rehenes en Budiónnovsk, en el sur del país, los rusos vieron a su presidente, Borís Yeltsin, eufórico en la cumbre de Halifax y muy inclinado a las confidencias. La víspera, en el transcurso de una cena con los siete jefes de Estado de los países ricos (el G-7), había obtenido, según se dice, todo lo que esperaba, incluido el reescalonamiento de la deuda rusa durante 25 años. Sus anfitriones aceptaron acudir a Moscú en marzo o abril para una cumbre extraordinaria sobre seguridad nuclear, con lo que definitivamente Rusia entra en su exclusivo club. De la guerra en Chechenia sólo hablaron para manifestar a Yeltsin su total solidaridad en su batalla contra los "terroristas de Budiónnovsk". Con su voz grave, remarcando cada palabra para que nadie ignorase la magnitud de su tarea, el presidente ruso afirmó: "Chechenia es el centro del terrorismo mundial".Pero tras, estas imágenes del triunfo diplomático de Yeltsin en Halifax vino un reportaje de la televisión rusa en Budiónnovsk, esa ciudad enloquecida y herida donde todo el mundo parece rrialdecir a Yeltsin, a su Gobierno y a su Ejército, porque no supieron protegerla de los intrusos caucasianos y porque, sobre todo, provocaron una carnicería al intentar liberar a los rehenes de una forma insensata: "No disparen, no disparen más", gritan a los soldados rusos liberadores las mujeres de Budiónnovsk con sus bebés en brazos. Son imágenes que no se borrarán así como así de la memoria rusa.

Todo empezó el miércoles 14 a mediodía, el día después de la celebración de la independencia de Rusia. Con ocasión de esa fecha, Yeltsin había explicado que Chechenia había sido herméticamente sellada para que las bandas rebeldes no pudieran escaparse: estas bandas, precisó, ya habrían depuesto las armas "si Yojar Dudáyev no utilizara el terror para obligarlas acombatir". Los habitantes de Budiónnovsk -la ciudad de Mijaíl Budiony, legendario comandante de la caballería roja en 1920 y pésimo mariscal durante la Segunda Guerra Mundial- se sentían totalmente seguros porque además la Chechenia "herméticamente sellada" se encuentra a 100 kilómetros al sur. De pronto, a la plaza mayor de la ciudad llegó sin ningún problema una pequeña columna de camiones que según un testigo, parecía una excursión escolar. Pero los que se bajaron no eran colegiales, sino aguerridos combatientes de Shamil Bassaev, el número tres del ejército checheno. Armados hasta los dientes, atacaron edificios públicos, sembraron el pánico, capturaron a todos los que cayeron en sus manos y los encerraron en el hospital de la ciudad, un sólido edificio de tres pisos. Nadie sabía cuántos hombres tenía Shamil Bassaev ni cuántos rehenes había tomado (entre 1.000 y 3.000). Se trataba de un golpe de mano de una audacia sin precedentes. Hasta ahora, los "desesperados terroristas" habían capturado un avión o un barco, nunca toda una ciudad.

Las fuerzas antiterroristas especializadas no servían de nada, pues no podían distinguir a los secuestradores de rehenes y neutralizarlos rápidamente antes de que pasaran a la acción. Así lo entendieron los responsables locales, encabezados por el alcalde de la ciudad, Iván Kovalenko. La Duma, en Moscú, votó prácticamente por unanimidad una resolución en él mismo sentido, y exigió a Yeltsin que renunciara a su viaje a Halifax y acudiera urgentemente a Budiónnovsk. Como de costumbre, el presidente hizo caso omiso de la votación, que también fue silenciada en Occidente.

Cuarenta y ocho horas más tarde, el Ejército lanzó dos asaltos tan sangrientos corno inútiles contra el hospital de Budiónnovsk. Tras su fracaso, algunos militares pretendieron que se trataba de un malentendido o incluso de un error de un comandante local alarmado por ruidos extraños en Halifax, Yeltsin se jactó de haber dado él mismo la orden ataque e incluso dijo que estaba satifecho del resultado: "Se ha liberado a 168 rehenes y sólo han muerto cinco soldados rusos". Sin embargo, gracias a los testimonios de las mujeres liberadas del hospital, todo el mundo sabido que un importante número de rehenes murió por balas granadas rusas, ninguna chenachena. Como no eran kamikazes venidos a morir a Budiónnovsk, Bassaev y los suyos también pidieron negociar y empezaron poniendo el listón muy alto: la da inmediata de todas las tropas rusas de Chechenia, pero, sabiendo que no la obtendrían, no rechazaron por principio contrapropuestas rusas. El primer ministro ruso, Víktor Chenomirdin, fue quien acabó formulándolas a través del teléfono del Kremlim y ante las cámaras de televisión rusas y extranjeras. Al ofrecer a los chechenos un alto el fuego inmediato les hizo una concesión, importante, porque después de una serie de reveses en montañas tienen una gran necesidad de ganar tiempo para agruparse. El Ejército ruso no ha respetado hasta ahora ningún alto el fuego en Chechenia, ni siquiera el decretado por Yeltsin en mayo para celebrar el 50º aniversario de la victoria. Es más, Chernomirdin, que en diciembre siquiera fue informado sobre la invasión de Chechenia, no tiene ninguna autoridad sobre el ministro de Defensa, el belicosísmo general Grachov. Pero, ¿podrá Rusia violar esta vez un compromiso solemne adquirido ante mundo entero?

Shamil Bassaev no se hubiera confórmado sólo con la palabra e un primer ministro que acaba e lanzarse a la política -ha creado un partido para presentarse a las próximas elecciones legislativas-, pero, dadas las cirunstancias tras cinco días de asedio al hospital, no tenía alternativa. Se rodeó de un máximo le garantías para evitar "una opción militar rusa" de última hora y para no salir de Budiónnovsk con las manos vacías. Otro personaje ha dejado oír su voz: el general Alexandr Lebed. Este militar carismático decidió abandonar el ejército a principios de mayo, pero Yeltsin no aceptó esa dimisión hasta la víspera de su partida para Halifax, después de mes de dudas. Lebed, muy solicitado por los medios de comunicación, advirtió de inmediato a los rusos:, "Si nuestro ejército lleva a cabo un baño de sangre en Budiónnovsk, perderemos todo el Cáucaso". Se abstuvo de toda diatriba contra los "pérfidos chechenos", y recordó que si bien la odiosa toma de rehenes de Budiónnovsk ha provocado víctimas civiles, la batalla de Grozni ha causado cien veces más.

Yeltsin no es un mago, y evidentemente en Halifax no ha convencido al G-7 de que en el Caúcaso está luchando contra el mayor centro del terrorismo internacional". Si los jefes de los Estados ricos han fingido creer un absurdo semejante y en la resolución, final de la cumbre no han dicho nada sobre la guerra en Chechenia es porque siguen apostando por Yeltsin. No quieren entender que un hombre que se jacta ante ellos de haber ordenado el asalto insensato del hospital de Budiónnovsk no puede tener ya futuro político en su país. No es la primera vez que opta por la fuerza en detrimento de la razón: ya lo hizo en 1993, al ordenar el bombardeo del Parlamento; en 1994, al invadir Chechenia, y ahora, en 1995, al hacer que se derrame sangre en Budiónnovsk. Los rusos no le califican gratuitamente de "zar sanguinario" e irresponsable". Pero los occidentales, aunque han visto en sus pantallas las trastadas de Yeltsin, parecen no entender por qué los rusos se quieren deshacer de este demócrata: Prefieren no saber que los votos de la Duma contra Yeltsin expresan de hecho todas las tendencias políticas que existen en ese país. ¿Hasta tal punto necesitan la colaboración de Yeltsin para sacar adelante su política en Bosnia? Al apoyarle de forma incondicional puede que ganen algunas ventajas inmediatas en Bosnia o en el terreno económico, pero a más largo plazo pueden estar seguros de que "perderán Rusia".

K. S. Karol es periodista francés especializado en cuestiones del Este.

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