Jara y miel
Caminantes y escaladores gozan de los mil itinerarios que ofrece este pequeño macizo de granito
La de la Cabrera es una sierra de bolsillo y multiuso. A tal punto, de si en lugar de un macizo montañoso pudiera ser otra cosa, sería una Victorinox Swiss Champ con 29 herramientas, que como todo el mundo sabe es la navaja oficial suiza. La abras por donde la abras, esta sierra diminuta te da alguna alegría: un convento románico, un castro ibérico, una cañada real, una autovía, una piedra caballera, un paredón que ni pintado para iniciarse en la escalada o un pasaje del Libro de la montería. Pero vayamos por partes.La sierra de la Cabrera es ese anfiteatro de granito -roca ígnea, plutónica, formada al final del carbonífero al endurecerse el magma en el interior de la Tierra- que los automovilisias miran de reojo mientras cambian de tercera a directa en el kilómetro 60,500 de la nacional I. Erigida en el extremo oriental del Guadarrama, extiéndese en un ramal único de Este, a Oeste, limitando por aquél con la carretera de Burgos. y por éste (o sea, Oeste.... qué lío) con el puerto del Medio Celemín, paso acostumbrado de la venerable Cañada Real Segoviana y nombre encantador que animamos a consultar en los diccionarios. El cordal no es muy largo que digamos: cuatro kilómetros escasos; pero las cumbres, desde el pico de la Miel hasta Cancho Gordo, son ariscas como gatos en remojo.
Aunque algunas guías recomiendan adentrarse en la serranía por el collado del Alfrecho, al montañero de pelo en pecho esta opción se le antojará empresa facilísima. Mejor llegarse en coche hasta el aparcamiento del convento de San Antonio y, tras rodear la tapia de lugar tan retirado y románico, remontar los 400 metros de desnivel que median entre el siglo XI y la cima de Cancho Gordo. Ésta es una señora trepa, y las demás, cuestas de chicha y nabo...
La trocha que asciende hasta el susodicho peñasco serpentea a través de un tupido jaral de pringosas (Cistus ladanifer), vegetación predominante en esta ladera meridional, cuyo solo roce provocará pesadillas de mosca a los excursionistas más escrupulosos. Entre náusea y náusea, no dejarán empero de solazarse con la vista aérea del conjunto monacal y del cerro de la Cabeza -al suroeste de aquél- sobre cuyo espinazo berroqueño se hallan diseminados los restos de un primitivo castro que acaso fuera ibérico. Las gentes del contorno lo llaman "el poblado moro", y santas pascuas.
Una vez en Cancho Gordo (1.563 metros), las vistas recompensan al caminante del tute que acaba de darse, pues la panorámica abarca desde el embalse del Atazar hasta el puerto de Malagosto, pasando por la sierra de Ayllón, Tres Provincias, el puerto de Somosierra y el de Navafría. A idéntica altura que el observador, tal vez planee un milano real sobre el collado del Alfrecho ("Et que estén rrenueuos en el Collado del Yelmo, et en el Collado del Afrecho, et en el Collado de Sanct Jullián", Libro de la montería), al acecho de algún ratón o un topillo de la Cabrera (Pitymus duodecimorostatus), el cual constituye el único endemismo de la zona.
Mientras que la ladera sur es vértigo, llambrias y paredones de granito,, la norte -toda suave pendiente y pino negral- permite recorrer la línea de cumbres hacia levante por un senderillo señalizado con hitos. Acebolladuras, bolos, piedras caballeras y otras rocas de forma improbable jalonan este camino, por el que se alcanza, en poco más de una hora, el pico de la Miel, testero no muy esbelto (1.392 metros), aunque generoso en vistas, incluido un insólito plano picado del pueblo de La Cabrera y de la autovía.
Los Stallones que pululan por esta peña -hay más de sesenta vías de escalada en la cara sur- nos ayudarán a encontrar la canal por la que se desciende a tumba abierta hasta las primeras casas de la población. Y como la sierra es pequeña pero la jornada larga, aún habrá tiempo de probar los asados autóctonos y, con el estómago calentito, llegarse de nuevo al convento.
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