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Islandia duda entre Europa y América

El monocultivo del bacalao, causa del recelo a integrarse en la UE

Xavier Vidal-Folch

Islandia huele a pescado. Es su fortaleza. El primer país pesquero de¡ mundo, y uno de los más ricos, depende casi exclusivamente del monocultivo del bacalao: supone el 35% de todas las capturas y el 40% de las exportaciones, es el causante del pleno empleo histórico, aunque hoy asoma el paro, que alcanza el 4,8% de la población activa. El pescado es a esta isla de 260.000 habitantes lo que el petróleo a Noruega o la sangre al cuerpo. Es también su debilidad. La causa que le impide apostar por la adhesión a la Unión Europea (UE) y que le obliga a adivinar el futuro entre interrogantes, colgada física y políticamente a medio océano de Europa y América. Los islandeses, miembros con los otros escandinavos del Consejo Nórdico, estuvieron expectantes de la ampliación nórdica, sin apostar, "porque el acuerdo de Noruega no era válido para nosotros y en Bruselas ya me advirtieron que no podríamos conservar nuestras 200 millas", explica el flamante ministro de Exteriores y reciente titular de Pesca, Halldór Asgriímsson. Ahora campan en el vivac semivacío del Espacio Económico Europeo junto a Noruega y Liechtenstein, un mercado común con el Mercado Común por antonomasia que excluye al pescado de lo común.

Casi seis meses después del 29-N noruego, los electores descabalgaron del Gobierno, tras ocho años de presencia como bisagra o argamasa, al Partido Socialdemócrata, el único "verdaderamente a favor de la integración, aunque a condición de mantener el control absoluto de nuestras aguas pesqueras", como dice su irónico líder, Jon Baldvin Hannibalson, un personaje que parece salido de La isla negra de Tintín. "No conseguinios colocar el tema europeo en la campaña electoral, aunque más de la mitad de la población estaba a favor de plantear la demanda de adhesión".

Incluso los socialdemócratas pretendían lo, por esencia, imposible: poner entre paréntesis la tercera palabra de la Política de Pesca Común. Aunque exhiben buenos argumentos. A saber: Islandia es la única nación que sólo depende del pescado. En su amplia zona marítima faenan ellos solos, "como en los bancos especiales de algunas áreas europeas en las que sólo trabajan los pescadores locales". Y las políticas comunitarias mantienen excepciones permanentes por razones especiales, como la agricultura nórdica.

Además, "hay que huir de los subsidios y la UE trata a la pesca como a la agricultura, a base de subvenciones, lo que sería fatal para nosotros porque tenemos una industria basada en la competitividad", añade el presidente de la Confederación de Empresarios de Islandia, Magnus Gunnarsson. La política pesquera "es la más decisiva para nosotros, pero para Europa es una política menor", opina Asgrímsson, esforzándose por compartir la perspectiva continental: "Los países de la UE tienen aguas comunes, por lo que es lógico que tengan una política común, pero no es nuestro caso

Siendo tan dependientes del pescado "no podemos tomar ningún riesgo de que se agoten las reservas, aquí hemos aprendido la lección de Canadá, que las ha agotado", aduce el presidente de la patronal. Argumento que suscribe al dedillo el Gobierno de centroderecha. Un Ejecutivo que, según el líder socialdemócrata, "en dos años no hará más que practicar el inmovilismo, porque no tiene ideas, y entonces volverán a llamamos, pues aunque sea con condiciones [la excepción permanente] hemos de llegar a un acuerdo con la UE".

¿Qué ofrecen a cambio de condición tan dura? La presidenta del país, la enérgica Vigdís Finnbogadóttir -quien en su palacio-casa marinera de paraje ártico, se reserva su opinión sobre el debate europeo-, evoca el know-how islandés "en pesca, recuperación del suelo erosionado y empleo de energías alternativas", no en vano la isla es el imperio de la geotermia. Todos, el orgullo de haber asumido una política económica de rigor para domeñar la inflación, desde el 25,7% en 1988 hasta el 1,8% en 1994, a base de haber quebrado la fijación gubernamental de precios, que determinaba los salarios, y éstos, los créditos, en galopante círculo vicioso.

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¿Es suficiente contrapartida? "Ofrecemos nuestra posición estratégica para la seguridad y defensa de Europa", contesta Hannibalson, convencido de que la isla es "una plataforma crucial", el verdadero eje de la relación transatlántica, que será aún más decisivo si Washington se retirara del Viejo Continente. Optimismo que le distancia del Gobierno, asentado en el recordatorio de las estrechas relaciones con EE UU. "Queremos mantenerlas: ¿podríamos hacerlo en una UE con una política exterior y de defensa común y si EE UU se fuese de Europa?", se angustia el ministro de Asuntos Exteriores. Islandia -como Noruega, miembro de la OTAN- carece de ejército: su milicia fue siempre la norteamericana.Pero entre Europa y América, la pesca permanece, obsesivamente, como la gran pasión. Un político, Hannibalson, sigue cada día en el mapa la evolución de "las 22 guerras pesqueras que actualmente hay en el mundo". Un intelectual, el economista jefe de la Federación de Armadores, Sveinn Hjartarson, tras discutir del conflicto con Canadá y con Noruega y recitarte cada especie y cada cantidad de capturas, se pone telúrico: "Quizá en el mar nos ocurre lo que sucedió hace mil años en la tierra, que estemos decidiendo una nueva era, como cuando los territorios europeos se dividieron en parcelas". Sí, en Islandia hasta el pensamiento huele a pescado.

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