Pacto de silencio
La verdad es que me resultaba muy extraño que en todos los días de la reciente campaña electoral, y tratándose de unas elecciones autonómicas y municipales, el debate político no se centrara en un aspecto tan fundamental como el de la financiación de las comunidades autónomas y de los municipios, que es una de las asignaturas pendientes de nuestra joven democracia, habida cuenta de los niveles de endeudamiento y déficit que padecen ambas administraciones.Por eso me ha indignado leer en su periódico (EL PAÍS, 25 de mayo de 1995) la noticia sobre la existencia de un pacto de silencio entre socialistas, populares y nacionalistas -contraído en la última reunión del Consejo de Política Fiscal y Financiera-, según el cual las fuerzas políticas citadas se comprometieron a no aludir durante la campaña al acuerdo para reducir el déficit de las autonomías en casi un 70% en los próximos tres años. Está claro que temían ser impopulares si explicaban a la ciudadanía qué programas y qué partidas de presupuesto van a recortar en su, próximo mandato con el fin de atajar el déficit, objetivo al que nos obliga la UE para adoptar la moneda única en 1997.
Evidentemente, socialistas, populares y nacionalistas coinciden en que la única forma de sanear las finanzas públicas en general pasa por las privatizaciones y la reducción de presupuestos, dejando de lado la aplicación de una política fiscal progresiva y la persecución implacable del fraude, porque también esto resulta impopular.
En definitiva, a estos mercaderes de la democracia no les interesa más que comprarnos el voto con buenas sonrisas cada cuatro años: "No os preocupéis, sólo votadnos y nosotros nos encargaremos de arreglarlo todo". Pero nunca dicen cómo piensan hacerlo. Si nuestra comunidad o nuestro Ayuntamiento están en la quiebra, somos los ciudadanos los más interesados en saber qué puede o qué debe hacerse para paliar dicha situación.
No somos menores de edad y tenemos derecho a participar en la política que nos afecta más directamente con algo más que con el acto de depositar una papeleta en una urna. De lo contrario, ¿de qué clase de democracia estaríamos hablando?,-
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