La noche más blanca
El Real Madrid tuvo el premio ante el Depor de su modelo de fútbol más ambicioso
Un derechazo de Zamorano llenó Chamartín de felicidad y gloria. El remate cerré la larga travesía del desierto de un equipo abocado a la desgracia en los últimos años. Arracimados sobre el césped, los jugadores del Madrid pudieron celebrar por fin la conquista del campeonato. Es el triunfo de un modelo muy característico, de una manera generosa de mirar el fútbol, de un equipo que se ha superado sobre sus limitaciones para demostrar que el juego abraza a los ambiciosos. Y por encima de todas las lecturas, se advirtió la inmensa satisfacción de una hinchada que finalmente ha apreciado el verdadero valor de un título de Liga.El fútbol estuvo por encima del pronóstico, que anunciaba un partido intenso, pero condicionado por la trascendencia de la noche. Se ventilaban cuestiones mayores -el título, el prestigio, la vida, en fin- y el lastre parecía excesivo para el juego, que se presumía mas inclinado hacia el lado emotivo. Pero la hermosura del fútbol está en su aspecto inexplicable, en su generosidad para convertir un duelo dramático en un lance espectacular, saludado por la calidad, el sentido, la incertidumbre, el orgullo, -las ocasiones, el espíritu de conquista, todo eso que viene a definirse como grandeza.
Se habían levantado varias interrogantes sobre el Real Madrid. El equipo había perdido aire en los últimos partidos y se enfrentaba al designio fatalista que ha presidido los últimos años. Más que eso, era un equipo con dudas después de varios meses de convicciones. Se echaba de menos en Chamartín la seguridad y el toque, los dos fundamentos del Madrid durante la temporada. Ahora era un equipo esforzado y sufriente, sometido a una prueba definitiva frente a un adversario sólido que venía con el viento de popa en los, últimos encuentros. Cualquier signo de debilidad se suponía mortal para el Madrid, atormentado por su reciente historia de fracasos.
La realidad fue diferente. El Madrid tuvo coraje, presencia y recursos. Durante la primera parte, tuvo su mejor aspecto, el aire del equipo que ha, liderado el campeonato con un juego excelente. Le resistió el Deportivo con, su fortaleza acostumbrada, un equipo poderoso, salpicado con algunos jugadores excepcionales, Fran a la cabeza. El talento de este jugador es insuperable y su sutileza también. Siempre luchó, contra su fama de jugador blando, de los que se ablandan en los momentos heroicos. Esa leyenda puede enterrarse. Fran tuvo minutos deslumbrantes en Chamartín, instantes de fútbol supremo. Pero toda su calidad era insuficiente para doblar el partido, que era por entero de los madridistas.
Un tiro al palo de Amavisca y la llegada constante de los delanteros locales proclamaron la su perioridad del Madrid. En medio del gran fútbol madridista aparecieron dos jugadores capitales. Desde el centro de la defensa, Hierro fue nuevamente el zaguero imponente que adivina, cabecea, corta y pasa. Su actuación sólo mereció la comparación que le hizo Redondo. En un partido trascendental, para espíritus fuertes, Redondo apareció como el caudillo necesario. Su juego estuvo lleno de equilibrio y detalles, el mejor de los cuales fue aquel recorte y el pase interior que aprovechó Amavisca para marcar el primer gol. Chamartín era una fiesta, inadvertidos todos del sufrimiento que llegaría en la segunda parte.
El tramo inicial de ella invirtió el poder del juego. Tirado atrás, el Madrid descubrió nuevamente que es un equipo de vocación exclusivamente ofensiva. Sin la pelota, volvió a ser el conjunto sufriente de tardes anteríores. Y por ahí estuvo a punto de arruinarse. La proximidad del gol se hacía inminente. Bastaría una conexión de Fran y Bebeto para poner al Madrid ante la la red, con todos los fantasmas presentes en Chamartín.
Dos cosas salvaron al Madrid. La primera fue un vuelo prodigioso de Buyo para desviar un tiro libre de Donato. El derechazo estaba cargado de gol y la estirada era el gesto desesperado de un portero que se resistió a admitir la ejecución. El otro factor fue la recuperación en un momento extraordinariamente delicado. Recuperó el Madrid la pelota y el partido volvió a equilibrarse. Podían jugar además los locales con los incipientes gestos de desesperación del Deportivo, un equipo de ley que buscó la gloria hasta el final. La desesperación significaba la posibilidad del contragolpe, de una cuchillada seca como la del gol de Zamorano, un tanto a la antigua con el cambio largo y el rematador que se llena de balón y de red. La hinchada, que había asistido nerviosa a la reacción del Deportivo, estalló de felicidad. La Liga era por fin del Madrid. Pocos títulos serán más celebrados en el santuario madridista.
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