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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Recuerdo de Tiananmen

ALGO SE mueve en China. Este tipo de afirmaciones debe hacerse con la mayor circunspección dada la dificultad con que emerge la información desde esa parte del mundo y lo arduo de discernir cuáles son realmente las líneas de poder en la Ciudad Prohibida. Pero hay movimiento, y también agitación.Mañana, día 4 de junio, se cumplen seis años de la represión que se abatió en la plaza pequinesa de Tiananmen sobre los miles de manifestantes que llevaban semanas exigiendo una cierta evolución democrática. Aunque las primeras informaciones que hablaban de miles de muertos eran exageradas, parece cierto que varios centenares de personas pagaron con la vida su desafío al régimen comunista. A seis años de distancia menudean las redadas masivas de presuntos disidentes para impedir cualquier tentativa de protesta y hacer que el aniversario lo sea sólo en el recuerdo.

Pero, al mismo tiempo, una serie de acontecimientos bastante inéditos sacuden el letargo político fuera de los recintos del poder. En las últimas semanas se ha conocido la existencia de un documento de protesta firmado por un cierto número de presos políticos, la mayoría de ellos a causa de los sucesos de Tiananmen, en el que se pide el fin de su confinamiento, pasos para la liberalización política y una depuración de responsabilidades por la masacre de la plaza pequinesa. El texto apenas se vio precedido por otro similar de un grupo de intelectuales, algunos de ellos próximos al régimen, y esta semana se ha hecho público otro documento, éste de Amnistía Intemacional, en el que se acusa a Pekín de acentuar la represión desde comienzos de 1994 bajo la coartada de que la estabilidad política es una condición necesaria para proteger la continuidad del notable desarrollo material de los últimos años, en los que la liberalización de la economía amenaza con crear tensiones políticas insoportables.

A todo ello hay que añadir, como caldo de cultivo de todos los nerviosismos en la nomenklatura china, la evidencia de que el líder histórico, Deng Xiaoping, está fuera de juego por debilidad senil, y que la protesta contra la corrupción, rampante en todas las esferas del poder, afecta a un segmento de población mucho mayor que el de la mera disidencia.

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Todo ello explicaría, por último, la reacción aparentemente desmesurada contra Estados Unidos por conceder visado al presidente de Taiwan, Lee Teng-Hui, para una visita privada a la universidad en la que se formó, Cornell, y posteriormente contra Canadá por autorizar al viceprimer ministro de Taiwan, Hsu Li-Teh, a visitar el país por asuntos particulares. Pekín ve en todo ello una conspiración occidental para elevar a Taiwan al rango diplomático de la República Popular, y amenaza con todo tipo de rupturas a quien siquiera mire de, reojo a la otra China.

Contra la impresión que quiere dar Pekín de una sucesión, más o menos colectiva, en la que Deng sería reemplazado por Jian Zemin, líder del partido y alto responsable del Ejército, se impone el espectáculo de un cabildeo con vistas al futuro y, sobre todo, de una opinión pública que va cobrando existencia. China está aún muy lejos de ser la Rusia efervescente del primer Gorbachov, y, especialmente, no parece que haya un Gorbachov en puertas. Pero la visible inquietud del régimen prueba que no es concebible liberalización económica sin movimiento político. Bien harían, pues, los sucesores de Deng en tomar nota y, como dijo Maura a principios de siglo, empezar la reforma desde arriba antes de que se haga inevitable desde abajo.

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