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48º FESTIVAL DE CANNES

Brillantísima metáfora de Emir Kusturica sobre la trágica historia de Yugoslavia

Tim Burton evoca a Ed Wood, "el peor director de cine del mundo"

ENVIADO ESPECIALSi hasta ayer sólo dos películas -La mirada de Ulises y Tierra y Tierra Libertad- eran unánimemente consideradas muy superiores a sus competidoras en el concurso, desde ayer hay que añadir otras dos del mismo rango: Underground, monumental metáfora del serbio-bosnio Emir Kusturica sobre la vida y la muerte de Yugoslavia; y Ed Wood, generosa y muy divertida evocación de Tim Burton a la paradójicamente célebre figura del cineasta norteamericano, al que los críticos de su país nombraron "el peor director del mundo".

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En 1981, cuando tenía 25 años, Kusturica ganó el León de Oro del Festival de Venecia con ¿Recuerdas a Dolly Bell? En 1985, a los 29 años, se llevó la Palma de Oro de Cannes con Papá está en viaje de negocios. En Cannes 89, El tiempo de los gitanos le proporcionó el premio a la mejor dirección. En 1993 ganó con El sueño de Arizona un Oso de Plata en el Festival de Berlín. Y ahora sena raro que se fuera con las manos vacías de Cannes 95, tras el triunfo de esta enorme, tres horas y 12 minutos, Underground.Es, como se ve, casi insuperable la carrera de este cineasta. Todas sus obras sin excepción han sido premiadas en todos los grandes festivales y nadie cree aquí que este currículum triunfal se trunque ahora.

Underground es una laboriosísima -necesitó 10 meses de rodaje en Praga y Belgrado- película que, a través de una historia de amor, de odio y de guerra; de una metáfora épica brillantísima; y de un magnífico ejercicio de incorporación a la ficción de documentos verídicos filmados a lo largo de la historia de Yugoslavia, logra mantener, pese a algunos altibajos, el ánimo del espectador en vilo durante un desmesurado metraje.

Underground desarrolla una obra teatral del guionista Dusan Kovacevic. Pero a lo largo del rodaje, el escritor se vio arrastrado por la invencible inclinación de Kusturica a derramarse -en sentido literal: a irse por las ramas- y tuvo que ensanchar en diversas etapas el guión original, hasta convertirlo en un voluminoso librote, que salió de la sala de montaje con casi seis horas de duración.

De ahí su desdoblamiento en una teleserie de seis capítulos de 52 minutos y en el filme que ayer contemplamos aquí, en el que se observan, después de un arranque de gran empuje, algunas arritmias probablemente debidas a ese desdoblamiento, que ha dejado su rastro en algunos agolpamientos de exceso de información que sobrecargan la atención del espectador, pero que al final se equilibran.

En el polo opuesto a la retórica se sitúa la preciosa película estadounidense Ed Wood, pese a que su director, Tim Burton,cuenta con antecedentes de aficionado a la retórica visual, corno el amanerado y manierista Batman, el marginalismo de barra de pub pijo y otras grilleras donde hacen sus ritos las parroquias del llamado cine de culto.

Burton pone esta vez los pies en la tierra; deja en casa su probado talento de engañabobos; y sitúa la cámara -como los grandes de su oficio- a la altura exacta de la mirada de los hombres comunes, dando en Ed Wood una lección emocionante de sencillez y generosidad en el derroche de ironía y ternura con que reconstruye la amistad de dos singulares pobladores de los basureros del Hollywood de los años cuarenta: el gran histrión húngaro Bela Lugosi, que tuvo su etapa de esplendor, tras interpretar Drácula hecho en los años treinta y que, al final de su vida, convertido por el abandono, el fracaso y la morfina en un despojo , trabajó a precio de limosna para las disparatadas películas de Ed Wood, que por entonces iniciaba su desastrosa carrera.Martin Landau recrea un Lugosi desolador, genial y estremecedor, que convierte en chatarra al Oscar que le dieron hace mes y medio por haberlo interpretado. Johnny Depp logra un Ed Wood entrañable, optimista, candoroso y que deja entrever en su ingenua y eterna sonrisa el desastre que, paso a paso, le iba a deparar la vida.

Y, detrás de ellos, un Tim Burton comedido, divertido, y sencillo se encuentra a sí mismo y, de paso, nos encuentra a nosotros, convirtiéndonos en agradecidos espectadores de verdadero cine.

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