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48º FESTIVAL DE CANNES

John Boorman y Philip Haas aportan al concurso las primeras películas bien acabadas

Singer y Diane Keaton presentan fuera de competición dos obras de gran originalidad

El británico John Boorman y el estadounidense Philip Haas concursaron ayer con Rangún y Ángeles e insectos, respectivamente. Ambas obras son discutibles, pero bien acabadas, pues hay proximidad entre lo que buscan y lo que encuentran. También discutibles pero formalmente más interesantes son los dos filmes fuera de concurso: el extraño, violentísimo y casi abstracto Los sospechosos, dirigido por Bryan Singer; y el singular melodrama Unstrung heroes, segundo y notable largometraje dirigido por la famosa Diane Keaton.

El cine independiente de Estados Unidos, de espaldas a las pautas -cada año que pasa más rutinarias y desacreditadas- del Hollywood de hoy, sigue su escalada imparable en busca de adueñarse de la herencia del gran Hollywood de ayer. Ángeles e insectos es una producción británica, dirigida por el cuarentón californiano Philip Haas, que viene haciendo, desde hace diez, casi una película por año. Ninguna de ellas ha llegado a nuestras pantallas, de modo que éste su duodécimo filme es, para casi todos los europeos, la carta de presentación de un desconocido. Se le conoce en Londres, donde ha rodado algunas de sus películas y ha afinado su buen pulso para la dirección de actores en montajes teatrales de tipo marginal, y paren ustedes de contar. Pero por los síntomas que Haas ofrece en este su primer salto a los circuitos de distribución internacionales, su escaso nombre puede convertirse pronto en renombre.Hay sentido metafórico y capacidad para ir al grano en la turbulenta Ángeles e insectos, que Haas ha traído a Cannes95. A veces recuerda la sequedad e inmediatez del viejo estilo underground de los años cincuenta y sesenta, pero a medida que la película avanza más lejos y llega muy dentro en el interior del tortuoso melodrama que narra, que sobre el papel se presta al ornamentalismo un poco hueco de James Ivory, pero que -con muchos menos medios que los habituales en el director de Lo que queda del día- cala más hondo en los siniestros recovecos subterráneos de la vida familiar y social de la alta burguesía británica de finales del siglo pasado: la gusanera moral y las tripas podridas que se agitaban bajo la piel lustrosa del imperio victoriano. Muy imperfecta, pero intensa y prometedora película.T

Todo lo contrario que el rimbombante caramelo democrático del maestro británico John Boorman titulado Rangún, en el que el famoso director de A quemarropa, Deliverance y Esperanza y gloria, fabrica -más que dirige- una película primorosamente elaborada, pero donde el lugar de la intensidad emocional es usurpado por el calculado énfasis de la retórica visual efectista.

El drama birmano

El asunto del filme tiene mucho interés documental y didáctico: levantar el telón que oculta la tragedia innumerable de un país, Birmania, sojuzgado desde hace muchos años por un régimen de dictadura fascista militar enquistada, que ha cobrado y sigue cobrando el salvaje peaje de centenares de miles de víctimas. Es decir: el precio nauseabundo de un genocidio silencioso y tolerado por Occidente, del que, como dice un personaje de la película, "ya nadie habla, mientras sigue en, boca de todos la matanza de chinos en Tiananmen". Igualmente atroz, pero minúscula si se le compara con el exterminio del Ejército regular birmano contra la población seguidora de la líder Aung San Su Yi, hoy casi olvidada, amordazada y confinada en algún agujero de los alrededores de Rangún. Asunto demasiado caliente, grave y grande para una película tan fría, liviana y pequeña.

Pero el mejor cine de la jornada no concursó. Diane Keaton y Bryan Singer, con Ungstrong heroes, y Los sospechosos, respectivamente, extraen de dos modelos genéricos del Hollywood clásico, el melo y el thriller, dos películas fieles al espíritu de las tradiciones de donde proceden, pero formalmente muy heterodoxas, y en cierto modo personalísimas. Sobre todo, en el caso de la neoyorquina Diane 'Keaton, que -muy lejos, casi en las antípodas, de su maestro Woody Allen- imprime a la suave, rara y excéntrica carencia de su película una finura, una elegancia y una delicadeza que hace de esta notable, aunque todavía balbuciente, película una obra difícil de catalogar y definir.

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