Cumbre en Moscú
LOS GRANDES gestos esconden a menudo grandes temores o complejos. Es el caso del ingente alarde militar ruso en la plaza Roja, pese al anuncio de los invitados occidentales a la conmemoración del cincuentenario del fin de la II Guerra Mundial de que se ausentarían del desfile militar para no aparecer como público entusiasta del Ejército que protagoniza la poco, gloriosa guerra de Chechenia. Pero es probable que una mayor sobriedad hubiera perjudicado la imagen de Yeltsin ante su propio pueblo, ansioso de sentir orgullo por algo y romper, por un día, con la humillación cotidiana de la vida.Y como gesto de orgullo ha de entenderse también que Yeltsin. se negara en su larga conversación de cuatro horas con el presidente norteamericano, Clinton, a suspender la venta de dos reactores nucleares a Irán, uno de los objetivos prioritarios de Washington para esta cumbre en Moscú. Sin embargo accedió a no facilitar, al régimen de Teherán las instalaciones requeridas para el enriquecimiento de uranio.
Ésta ha sido la única cosecha de la que podría llamarse primera cumbre de la normalidad después de varios años en los que la luna. de miel entre Moscú y Washington hacía de estos encuentros poco menos que un contacto entre aliados. Porque si bien Rusia ha aceptado ahora firmar el acuerdo de la Asociación para la Paz (APP) que rechazó hace un año, también ha insistido en posiciones no sólo discrepantes, sino abiertamente inaceptables para Occidente.
Parece claro que Moscú no va a respetar el Acuerdo de Reducción de Armas Convencionales. Mal asunto. Hasta en los años más duros de la guerra fría, lo que se firmaba, se respetaba. En estas condiciones, el anuncio de que no hay avances en las negociaciones para conseguir la aceptación por Moscú de la ampliación de la OTAN no tranquilizará mucho a los Estados centroeuropeos. Está claro que toda la política de seguridad europea tiene que tener en cuenta los intereses de Rusia. Pero también los intereses de Rusia tienen que ser encuadrables en la seguridad europea. Y los Estados que han sufrido la dominación soviética consideran que esa seguridad sólo se la garantiza la OTAN.
Para confirmar que las relaciones no son lo que eran, el atribulado Clinton tuvo que ser testigo de cómo Yeltsin calificaba la guerra en Chechenia de "operación de las tropas del Ministerio del Interior para desarmar a pequeños grupos de bandidos". La OTAN, la proliferacion nuclear y Chechenia han sido los tres puntos dé máxima fricción en esta cumbre. Pero tras estos conflictos puntuales está la gran cuestión que aún nadie se atreve a responder: la voluntad de Moscú de convertir aquel inmenso país en una democracia y la posibilidad de que esa voluntad se imponga.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Opinión
- Chechenia
- Bill Clinton
- Diplomacia
- Borís Yeltsin
- Irán
- OTAN
- Contactos oficiales
- Rusia
- Armas nucleares
- Europa este
- Relaciones internacionales
- Estados Unidos
- Nazismo
- Política exterior
- Ultraderecha
- Armamento
- Segunda Guerra Mundial
- Defensa
- Asia
- Ideologías
- Historia contemporánea
- Organizaciones internacionales
- Europa
- Oriente próximo