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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Para no reincidir

EUROPA CELEBRA estos días el cincuentenario de la derrota del nazismo. Ha sido medio siglo de paz y una prosperidad sin precedentes. No han faltado apelaciones a la memoria de aquel horror, que a punto estuvo de acabar con las democracias europeas, pero en medio de tanta congratulación compartida ha faltado tiempo probablemente para pasar revista a las amenazas que aún hoy se ciernen sobre el continente: la guerra de los Balcanes, el aplastamiento de Chechenia, el resurgir de ciertas corrientes fascistas y xenófobas, los nacionalismos que apelan a la homogeneidad étnica, etcétera.El mundo se ha complicado considerablemente con el fin de su división ideológica. Y en Europa, la guerra fría, tan previsible en su evolución y tan controlable por los mandos respectivos, ha dado paso a un torrente de acontecimientos que se escapan al control de los poderes políticos. La razón del cálculo político de los Go biernos -democráticos o no- ha dado paso a la pasión de los mitos y los miedos de pueblos y naciones.

No habían pasado dos años desde que la caída del muro de Berlín hizo brotar la esperanza de una Europa unida, democrática y abierta cuando los fantasmas que en un pasado nada lejano habían asolado este continente resurgieron con fuerza. En los Balcanes, la destrucción de Yugoslavia sorprendió al mundo actualizando viejas teorías sobre razas superiores e inferiores y sobre la pertenencia o necesidad de destruir unas etnias para que otras conquistaran sus derechos. Y la guerra ya ha vuelto a Europa. Y han retornado las imágenes de campos de concentración, de ejecuciones masivas y de deportaciones de civiles inocentes en vagones de ferrocarril... En Rusia, libre de las cadenas ideológicas del comunismo soviético, han resurgido las voces que exigen el derecho de dominar a otros pueblos. El Kremlin, aun condenando verbalmente tales proclamas, ha tendido a asumirlas en la práctica. Su ejército ocupó una minúscula provincia autónoma secesionista, Chechenia, y pronto estaba actuando allí contra los chechenos como nunca se hubiera atrevido el Ejército soviético a tratar a sus propios ciudadanos. La desconfianza hacia Rusia ha aumentado sin cesar en los últimos tres años y los Estados centroeuropeos piden protección a la OTAN. Lejos ha quedado ya la luna de miel entre Moscú y Occidente, y la tensión parece aumentar.

En la Alemania reunificada, al tiempo que se consolida el milagro económico surgido de aquellos paisajes de escombros de hace medio siglo, resurgen también las voces del odio. Se queman casas de inmigrantes, se profanan tumbas y monumentos de -víctimas del holocausto, y jóvenes rapados vuelven a desfilar para aterrorizar a otros seres humanos por el mero hecho de ser distintos. En todos los países europeos, los miedos e incertidumbres de la sociedad generan grupos y líderes que ofrecen soluciones milagrosas y rotundas para complejísimos problemas. Unos ofrecen remedios aquí y ahora; otros, en el más allá. Pero casi todos buscan la identidad del grupo por medio de la marginación del otro, del extranjero, del infiel, del adversario que se convierte en enemigo mortal. Se buscan y fabrican agravios. Se mezclan la historia, la leyenda y el mito para producir mensajes que nos arrebaten a la razón y la convivencia.

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Europa sufrió con el nazismo el gran embate de la irracionalidad contra el pensamiento libre y el concepto de los derechos del individuo y la tolerancia que configuran los más preciados legados de la cultura de este continente. Hoy, cuando las incertidumbres ante una nueva era inducen a muchos a un retorno al consuelo en el oscurantismo, el odio y la identidad tribal, vuelve, a ser necesaria la firmeza en la defensa de los valores democráticos -el pluralismo, el diálogo, la tolerancia por cuya defensa tantos lucharon y murieron hace medio siglo.

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