La presunción de impunidad
Todos los casos y escándalos que mantienen la vida política española en el volcán tienen origen en la presunción de impunidad. Absolutamente todos los casos, públicos y privados, sin excepción. De Roldán y GAL a Salanueva, pasando por Casinos, Juan Guerra y Filesa, de Conde a De la Rosa. Ahí arriba, demasiados tuvieron razones para creer que podían saltar por encima de las normas sin riesgo alguno. Y los que no se las saltaron, la inmensa mayoría, estaban, sin embargo, al tanto de la presunción de impunidad ambiental.Pero al fin llegaron las denuncias, hablaron los chivatos insatisfechos con su parte del botín, investigaron y explicaron los periodistas, los jueces empezaron a actuar. De modo que el estado de presunción de impunidad pertenece al pasado. Hoy, el que maquina para meter la mano en el cajón sabe que le pueden pescar. Muchos deben abstenerse, convirtiendo el miedo al castigo en respeto a la ley. Otros, hay que suponer que los menos, persistirán, pero saben que arriesgan lo suyo. El beneficio social de las actuaciones anticorrupción de los jueces es, por lo tanto, una realidad. El objetivo más relevante de la regeneración está cumplido. Falta terminar la limpieza iniciada. Faltan todavía normas que faciliten las labores de vigilancia. Y habrá que mantener en guardia la propia vigilancia. Pero el fin de la presunción de impunidad es un hecho tan patente hoy como inexplicable hasta anteayer.
Algo parecido sucede en Italia y Francia, países que asisten también al fin de la presunción de impunidad. Uno de los tantos ministros dimitidos y encausados de Balladur, pongamos por caso, está acusado de haber aceptado favores desde su feudo en provincias -viajes gratis en avión privado, piso de prestado en París-, de haber proporcionado un suculento contrato público a una gran empresa a cambio de que enjuagara bajo mano el déficit de un periódico afín y otras lindezas por el estilo. Otro ex ministro, esta vez de Chirac, se ha peleado con su yerno empresario y ha salido a la superficie toda la porquería acumulada por los dos a lo largo de un fantástico ascenso político. No se trata de casos aislados, sino de prácticas más o menos generalizadas, y normalmente impunes, hasta ayer mismo. Los sucesores de los ministros y alcaldes procesados tendrán ahora mucho cuidado en no cometer las mismas "torpezas", aunque sólo sea por instinto de supervivencia.
Pero, en Francia, la retahíla de sumarios no perturba más que a sus protagonistas directos. La corrupción escandaliza, pero los ciudadanos están satisfechos de la limpieza y confían en unas estructuras de poder que mantienen una envidiable solidez.
En Italia, la cosa pública anda bastante peor. La operación mani pulite está llegando felizmente a su fin, después de haber sido utilizada como palanca de la sociedad para desalojar del poder a una nomenclatura que se había enquistado en él y bloqueaba cualquier intento de renovación. La herencia de vacío político es desastrosa. El traumatismo tuvo que ser brutal, porque no había otro modo de quitarse de encima la joroba del corruptísimo pentapartito. De modo que, en el mejor de los casos, todavía falta cierto tiempo para que en Italia se normalice de nuevo un sistema democrático homologable, con los dos consabidos grandes partidos, izquierda y derecha, escorados al centro como Dios manda y los electores ratifican en los países sensatos. Los italianos no lo han conseguido, pero están en ello, aunque naveguen con rumbo errático en medio del temporal.
Una Francia, pues, que sigue impertérrita apostando por la solidez de las instituciones democráticas, partidos incluidos. Y una Italia sacudida por tremendos bandazos en busca de un nuevo equilibrio.
España está, en este sentido, más cerca de Francia que de Italia, pero corre un riesgo cada vez mayor de italianizarse. A causa del constante griterío, o, mejor dicho, porque el griterío, el de la pinza, sus allegados y sus remolcados, no es más que un intento de desalojar al PSOE del poder a contrapelo de un mandato electoral de cuatro años y quebrarle de paso los huesos. Claro que a la gravedad de los sumarios se le van sumando imperdonables torpezas gubernamentales. El cirio tragicómico montado a raíz de la vuelta de Roldán es de un grotesco. matador. Y se diría, por su tono trascendentalista, que los líderes de la oposición no sintonizan con la calle, donde hubo más chirigota que indignación por el belloquismo -arte de acuchillarse con las medallas al ponérselas- que luce el superministro.
Nadie dice que la legislatura pronto cruzará el ecuador sin que haya que añadir un solo caso nuevo a la lista de procesos abiertos. Nadie lo dice, pero es así. De la tremenda confusión reinante no destaca el hecho claro de que ha habido limpieza de cloacas en el Ministerio del Interior. No destaca, pero es cierto. Se acabó la presunción de impunidad. Con todo, subsisten las preguntas. ¿Merece el PSOE una temporada en la oposición? ¿Debe cumplirse la alternancia? Sin duda. Pero respetando las normas, cumpliendo los plazos. Fortaleciendo la normalidad democrática y no debilitándola. Y sin caer en la tentación de quitar a los jueces de su alto puesto de máximos vigilantes. Su papel es cuidar de que no reaparezca la presunción de impunidad, no situarse, como algunos pretenden, en un improcedente puesto de intermediarios entre la sociedad y la esfera política. España tiene mejor futuro si sigue el ejemplo de solidez francés que si toma la peligrosa senda de Italia. La limpieza es la misma; la salida, muy distinta.
Xavier Bru de Sala es escritor y periodista.
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