Respetar acuerdos
LAS CAMPAÑAS electorales -y este país parece metido en una campaña permanente- tienen el inevitabledefecto de la obligatoriedad de la autoalabanza comode la descalificación del adversario. Es uno de los males menores que las democracias asumen a cambio de que los ciudadanos puedan elegir entre las distintas opciones políticas. Por ello, no se puede pedir razonablemente que los adversarios no se maltraten verbalmente. Forma parte del duro oficio de la política y da ocasión a que los votantes contrasten los diferentes discursos de los candidatos.Pero toda la comprensión hacia las técnicas de cosecha de votos y la lógica de la pugna verbal como legítimo ejercicio democrático no deben llevar a aceptar que los candidatos olviden, nada más subirse a la tarima de una tribuna de mitin, todos los compromisos adquiridos previamente. Y si las cuestiones abordadas para buscar el favor del votante son encima serias, aún menos.
Por eso resulta lamentable que si los principales candidatos de los dos grandes partidos democráticos españoles habían llegado a un acuerdo para no utilizar electoralmente cuestiones como las pensiones y el terrorismo, baste que se vean rodeados de incondicionales en júbilo partidista para que se olviden de todo lo dicho.
Así, el presidente del Gobierno y líder del partido socialista, Felipe González, volvió a recurrir a la cuestión de las pensiones para infundir miedo a sus rivales en una audiencia agradecida. Ya lo hizo en la campaña electoral ante las legislativas de junio de 1993. Que entonces le saliera bien no adorna en absoluto la falta de estilo que supone romper acuerdos que sólo ennoblecen la lucha política en democracia y fortalecen el consenso en cuestiones vitales para la sociedad. Fomentar el miedo al rival y resaltar las ventajas del propio programa es perfectamente legítimo. Hacerlo para crear angustia en parte de la población ante la perspectiva de que venza una opción democrática distinta no lo es si se están violando así acuerdos contraidos entre todas las fuerzas políticas justamente para restar dramatismo a la confrontación.
Por otra parte, todos parecen haber entrado en la muy desgraciada dinámica de utilizar la lucha antiterrorista para captar audiencia y voto. Aznar tiene en ello ventaja por motivos obvios. El atentado de ETA al que ha sobrevivido le da ese carisma que muchos antes le negaban. Pero eso no debiera llevarle a utilizar el gravísimo problema del terrorismo para intentar perfilarse como el san Jorge que asume el monopolio en la lucha contra esta lacra que sufre nuestra democracia.
Mucho ha sufrido nuestra democracia últimamente con los excesos verbales de unos y otros. Muchos irresponsables han querido medrar intentando criminalizar opciones políticas democráticas y la desmesura verbal en este país ha alcanzado así cotas no conocidas desde la transición. Los partidos tienen la responsabilidad de mantenerse sobre un, terreno común de respeto a las reglas de juego y a los compromisos libremente contraídos. Era y es de esperar que los dos partidos mayoritarios mantengan cierto tipo de acuerdo para evitar que los enemigos de la democracia puedan utilizar su retórica para fines propios. Y los líderes de los grandes partidos tienen que dar ejemplo.
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